Opinión
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En busca de raíces
E

l 15 de agosto se creó la Comisión Ciudadana por la Justicia y la Verdad en Oaxaca. Este esfuerzo ciudadano autónomo y plural intenta articular de nuevo a organizaciones y movimientos que no han logrado aglutinarse desde 2006. Mientras las mafias que heredó Ulises Ruiz presionan continuamente a las nuevas autoridades, la llamada sociedad civil ha tendido a brillar por su ausencia.

Nace la comisión con una agenda política compleja. Tiene tareas que cumplir en el campo de la información: nadie conoce los nombres de todos los asesinados, desaparecidos, levantados, secuestrados o extorsionados, entre otras cosas porque se mantiene el temor a revelarlos; la comisión podría ser vehículo apropiado para darlos a conocer. Además, necesita presionar a las autoridades para que hagan lo que les corresponde. Debe, sobre todo, alertar sobre la emergencia en que nos encontramos y contribuir a concertar acciones pacíficas y democráticas que conduzcan al cambio profundo que permita hacerle frente y que las autoridades no pueden ni quieren realizar.

Uno de los primeros actos de la comisión fue ofrecer su hospitalidad a quienes integrarán la Caravana al Sur del Movimiento Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad y pasará por Oaxaca en unas semanas. Se prepara ya para recibirlos y encontrarse con ellos para contribuir en la construcción de su agenda nacional.

En Oaxaca el Movimiento puede tomar camino y rumbo que broten de las raíces profundas de la sociedad mexicana. Tendrá ahí la oportunidad de aclarar actitudes que han generado confusión en quienes sintieron suyo el llamado inicial de Javier Sicilia, compartieron su lúcido diagnóstico sobre la emergencia nacional y sus causantes y pensaron que el Movimiento podría juntar esfuerzos de todos para detener el desmantelamiento del país, al borde del abismo, y empezar la regeneración.

En Oaxaca será posible contribuir al esclarecimiento de la naturaleza de la violencia que se extiende cada vez más. Felipe Calderón insiste tercamente en que su guerra se libra contra los criminales y sólo por error o accidente produce bajas colaterales. Se niega a reconocer que su remedio es peor que la enfermedad, que su guerra se dirige más contra los movimientos sociales y la acción autónoma de la gente que contra los delincuentes, y que hunde al país en una ola incontenible de violencia.

En Oaxaca no hay lugar a equivocarse. Existen delincuentes locales y operan mafias nacionales e internacionales dedicadas al robo, el secuestro y la extorsión. Aunque ellos cometen también crímenes insensatos y bárbaros, los culpables de la mayoría de los cometidos en Oaxaca están en el gobierno federal y el estatal y se siguen paseando impunemente. No es cosa siquiera de ponerse a investigar. Se conocen los nombres. Se cuenta con pruebas. Los crímenes fueron expresión de una estrategia gubernamental de represión e intimidación, que llegó a tomar la forma de terrorismo de Estado. Su carácter atroz ha sido reconocido por todo tipo de órganos públicos y privados, nacionales e internacionales. Falta la decisión política, la voluntad de actuar contra los responsables. Como en pocas partes, políticos y criminales resultan ahí términos intercambiables.

La comisión no se ocupará sólo de víctimas recientes, pues buscará revelar la verdad de lo ocurrido desde 1996 hasta ahora. Pedirá al Movimiento que asuma este calendario del horror, con diversas fechas en diferentes geografías.

Los protagonistas principales en las acciones de la comisión serán las víctimas directas de la violencia. Será caja de resonancia para la voz de los injustamente encarcelados y torturados, las familias de muertos y desaparecidos y todos los agraviados por las supuestas fuerzas del orden.

Serán también protagonistas centrales los pueblos en resistencia: cientos de comunidades coaligadas para defender sus territorios. El gobierno ha entregado parte de ellos a corporaciones trasnacionales mediante concesiones flagrantemente ilegales, otorgadas sin el consentimiento previo, libre e informado de los pueblos, los cuales resisten también megaproyectos insensatos de los desarrollistas públicos.

El Movimiento podrá encontrarse al fin con los pueblos indios, cuya escasa presencia en él ha sido escandalosa. La necesidad de ver hacia arriba, en nombre de legítimas reivindicaciones, y la apertura al diálogo con los principales responsables del desastre, han absorbido más atención y energía de las necesarias. Se ha llegado al punto en que el Movimiento empieza a aparecer como mero gestor de reformas marginales en los aparatos de Estado y de modestos fondos públicos. Habría entregado la primogenitura por un plato de lentejas.

En Oaxaca podrá transitar por otros suelos sociales. Al mantener la mirada a ras de tierra, podrá emprender el vuelo hacia su destino natural.