Opinión
Ver día anteriorJueves 25 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Estela de Luz del bicentenario
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ace un año, La Jornada publicó mi artículo sobre “El monumento… al bicentenario”. Dije, sobre las declaraciones del secretario de Educación Pública, que la inexplicable explicación del porqué del retraso en la construcción es una de las intervenciones más pueriles y lamentables a que han obligado a exponerse a un secretario de Educación.

La estela, cuya primera piedra fue colocada por el Presidente en septiembre de 2009, no contaba con un proyecto ejecutivo. Dijo entonces el secretario Lujambio, entre otras cosas, que un estudio posterior del suelo, y otro que tomaría en cuenta los vientos que debía resistir, durante 200 años, llevó a los responsables de la construcción de la Estela de Luz a cambiar tres elementos fundamentales: la profundidad de la cimentación –que pasó de 30 a 50 metros–, el tonelaje de la estructura para garantizar la resistencia de la pieza “–pasamos de 80 a mil 700 toneladas, lo que supuso cambios fundamentales, como el diámetro de las columnas de 81 a 91 centímetros–, así como el espesor de las paredes; tuvimos que ir al doble del espesor originalmente calculado”.

¡Ah!, y el presupuesto inicial de 200 millones de pesos había ascendido a más de 400 y hoy llega a ¡mil millones!

Un año más tarde, y ante la catarata de declaraciones sobre el increíble caso del monumento, el secretario Lujambio volvió a aparecer, pero ahora además, como candidato a candidato a la Presidencia de la República, a reiterarnos su incompetencia y la del régimen que lo hizo responsable –o irresponsable– de esos aconteceres, a tratar nuevamente de justificar lo injustificable.

Este es el resultado de la manera de abordar los asuntos nacionales y de administrar los bienes de esta patria desgarrada, de un grupo de políticos sin oficio ni sensibilidad, a quienes las circunstancias de una democracia incipiente dieron la oportunidad de escalar los más altos peldaños del poder público.

Hoy, el constructor responsable de la obra señala que aunque al iniciarse los trabajos no se recibió un proyecto sino sólo un diseño, ellos entregarán el monumento con los instructivos correspondientes y no ve por qué no el 31 de diciembre próximo. Pero ¿quién recibió un diseño y no el proyecto y con él programó la ceremonia de la primera piedra y la fecha de la entrega del monumento?

Así fue: la primera piedra se colocó sin que hubiera proyecto ejecutivo ni planeación; sin conocer las condiciones del subsuelo, ni los aires que soplan; sin análisis de riesgos ni de costos. Con sublime irresponsabilidad.

El monumento al bicentenario se convierte, sin más, en un fracaso literalmente monumental. Pero más grave aún, en el símbolo del síndrome del sexenio. Veamos si no.

De igual manera, en 2008 se puso la primera piedra de la reforma energética que el Presidente envió al Senado: una propuesta insuficiente en el análisis económico, discutible desde el punto de vista técnico, inconsistente en el aspecto legal, ignorante de contenido histórico y ayuna de sensibilidad política.

Lo mismo aconteció con el Acuerdo por la Calidad de la Educación, cuya primera piedra puso el primer mandatario, entregando a la maestra Gordillo la dirección general de la obra.

Los resultados de los exámenes de nuestros alumnos y el número de aspirantes a una plaza de profesor que reprobaron las pruebas correspondientes indican que en la formación de alumnos y de profesores no se ha hecho absolutamente nada ni medianamente destacable.

Y qué decir de la seguridad nacional, en la que también, sólo con un diseño como el de la Estela de Luz, sin estrategia o con una estrategia evidentemente fallida –y no niego que con una voluntad política plausible pero ingenua–, el Presidente puso la primera piedra de la guerra contra el crimen organizado, que ha costado decenas de miles de vidas, miles de millones de pesos y algo igualmente lamentable: el desprestigio de nuestras fuerzas armadas, institución fundamental de la República.

Y así podríamos seguir, encontrando siempre el síndrome del sexenio en los casos más delicados y en los simples: desde el incremento de la pobreza, el desempleo abierto más alto desde la crisis del 94 y la dramática caída del poder adquisitivo de la mayoría del pueblo, hasta –por lo mismo: improvisación, falta de oficio, ineptitud, venalidad, etcétera– el problema de las guarderías del IMSS, la tragicomedia del Issste, el michoacanazo, la frustrada detención de Jorge Hank, o las bolas del barniz del proceso para elegir al candidato del PAN.

Todo lo hacen en igual forma: sin planeación, sin proyecto ejecutivo, sin conocer las condiciones del subsuelo, ni los aires que soplan; sin análisis de riesgos ni de costos. Con sublime irresponsabilidad.

Sí, no se trata de la historia de La Estela de Luz del bicentenario; es, lamentablemente, la crónica de El estilo de los del sexenio.