Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de agosto de 2011 Num: 860

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Un Oscar en el
Texican Café

Saúl Toledo Ramos

Haití militarizado
Fabrizio Lorusso

Historias de frontera
y sus alrededores

Esther Andradi entrevista
con Rolando Hinojosa

Mozart: no hay nada
que su música no toque

Antonio Valle

Dickens, el burlón
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Nanuk en Xcaret

A Rafael Aviña, doblemente colega

El protagonista no es homónimo del célebre esquimal que aparece en el igualmente célebre filme considerado de manera unánime como el primer documental de la historia. Tampoco lo que se cuenta en la película que ocupa a estas líneas tiene lugar precisamente en Xcaret, aunque sí en la geografía maya. El título que precede a estas líneas obedece, más bien, a una tentación irrenunciable: la de hacerse eco de la frase con la que Rafael Aviña supo sintetizar, con jocosidad y contundencia impares, la sensación experimentada luego de haber visto, hace casi dos años en el Festival de Cine de Morelia, la ópera prima en largometraje de ficción de Pedro González Rubio titulada Alamar.

Coproducida por Jaime Romandía y el propio González Rubio a partir de un guión escrito por éste, quien al mismo tiempo fungió en calidad de cinefotógrafo, este es uno de los filmes más recientes de la ya conocida compañía productora Mantarraya –aquí con otra, llamada Xkalakarma, así como con apoyo del imcine para la postproducción–, es decir, de donde surgen las películas de Carlos Reygadas, Amat Escalante y algunos pocos cineastas más. Asimismo, Alamar sumó a sus arcas, es de suponerse que bajo la figura del Eficine, dineros provenientes de las empresas privadas Liverpool y Qualitas. El formato original en que la película fue realizada es HD; luego se le transfirió a 35mm, la duración es de una hora con veinte minutos y el año de producción que se anota en el sitio oficial de la película es 2010, dato este último que vuelve curioso, por decir lo menos, que Muchagente haya podido verla en 2009, como se anotó líneas arriba que lo hicieron Aviñas, Bonfiles, Diezmartinez, Lopezportillos y Muchosmás, y como lo certifican premios que Alamar obtuvo ese mismo año –en Morelia y Rotterdam, verbigracia–, antes de los numerosos que ganó el año pasado –en Miami, Montreal, Argentina, Chile y Japón, por mencionar algunos.

Parecer sin ser, pero al revés

No se consigna todo lo anterior por afán inane de ofrecer meros datos de modalidad de producción, año de registro y galardones obtenidos, sino porque con esa información puede uno ayudarse a columbrar ciertas constantes que vale la pena tener en cuenta para la valoración de un filme que, como éste, parece ser lo que es pero sin serlo, o bien es lo que parece pero sin parecerlo. En primera instancia está la incongruencia de haber visto el filme en 2009 y que éste tenga registro de un año más tarde, lo cual hace posible que a la cartelera haya llegado una versión –mucho, algo– distinta a la presenciada por este sumaverbos. Independientemente de eso, a continuación considérese que de Mantarraya suelen surgir proyectos como éste, comandados de manera casi total por una sola persona, por ello justamente considerados como filmes de autor, y que a dicha compañía productora suelen asistirle éxitos festivaleros como el ya descrito, lo cual por cierto nunca troca en sucesos de taquilla.

Ponga ahora su atención el amable lector en los apellidos del elenco: Natan Machado Palombini, Jorge Machado Castro y Roberta Palombini. Si dedujo que son familiares, acertó: Natan, quien a la fecha de producción debía contar con menos de diez años de edad, es hijo de Jorge y Roberta. Tampoco este es un dato huero, pues lo realmente poco que se cuenta en Alamar es la convivencia, intensa pero breve, no consuetudinaria sino excepcional, que por razones extradiegéticas ha de terminar muy pronto, entre hijo y padre, todo lo cual sucede en algún punto no determinado de la riviera maya, región donde –puede uno sin problema colegir– Natan fue procreado, pero tal vez no parido y de seguro no criado, por su italiana madre.

Con aires evidentemente intencionales de documental pero sin serlo, puesto que la milimétrica historia contada es de ficción –aunque el hijo sí es, el padre también y la madre ídem–, y siendo el tejido de la trama antedicha menos luengo que el de una minificción, quedaron casi completos los ochenta minutos del pietaje para dedicarlos a la contemplación constante, como abismada en una belleza por otro lado innegable, de paisajes de ésos que los cuasiágrafos tienden a calificar de “paradisíacos”. De ahí precisamente, del arrobamiento icónico por el contexto –aquí tórrido, allá menos que de tundra–, al que se suma la presencia constante de un aborigen que se sabe tan parte de su entorno como el entorno mismo, así como de la condición mixta de ser ficción pero parecer documental, o quizá un poco también al contrario; de todo eso surgió la evocación cinefilo-histórica del colega Aviña, de la cual estas líneas sólo han querido hacer una pequeña glosa.