Opinión
Ver día anteriorJueves 1º de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Futbol mexicano: ilegalidad y reflejo
E

l futbolista mexicano Edson Rivera (19 años), surgido de las fuerzas inferiores del Atlas de Guadalajara, enfrenta una circunstancia particular que permite ponderar la podredumbre que impera en el futbol profesional de México: luego de haber obtenido con la Selección Nacional Sub-20 un decoroso tercer lugar en el campeonato mundial de la categoría –celebrado en Colombia–, y tras haber intentado infructuosamente negociar con el Atlas un contrato en condiciones mínimamente favorables para él, logró enrolarse, en su condición de agente libre, con el Sporting Braga, de Portugal, circunstancia que generó molestia y una reacción enconada en el club jalisciense y en la Federación Mexicana de Futbol (FMF): el primero, amenazó con vetar al futbolista juvenil para jugar en cualquier club de México y en el representativo nacional y, posteriormente, dijo que impedirá su pase al futbol portugués; la segunda, por conducto de su secretario general, Decio de María, quien fustigó el agandalle y la falta de arraigo del jugador y dijo que el tema se tendrá que resolver de manera interna.

Si se atiende a la reglamentación de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) –órgano rector de la práctica profesional de ese deporte en el planeta– las acusaciones del club y de la FMF son infundadas: las normativas vigentes permiten que un futbolista sin contrato pueda negociar libremente con el club que mejor le convenga, y eso se hace extensivo incluso para los jugadores profesionales cuyo contrato esté por expirar en un lapso no mayor a seis meses. Ante tales consideraciones, la actitud del club no se explica sino como una rabieta ante la perspectiva de no verse beneficiado económicamente por el fichaje del jugador y como un intento injustificable de chantajear a éste y otros futbolistas profesionales en casos similares.

El episodio constituye un claro síntoma del nivel de mercantilización que impera actualmente en el deporte mundial, el cual ha abandonado su función formadora de individuos sanos y equilibrados y, en cambio –como definió el sociólogo francés Pierre Bourdieu a inicios de los años 90 del siglo pasado–, se encuentra sometido a las leyes de la rentabilidad, y trata de obtener la máxima eficacia al tiempo que minimiza los riesgos. En tal circunstancia, y en forma paralela a lo ocurrido en otros ámbitos de la actividad humana, los valores del mercado terminan imponiéndose incluso al elemental respeto de la dignidad de las personas, y los individuos que se dedican profesionalmente a alguna actividad deportiva quedan reducidos a la condición de mercancías susceptibles de ser comercializadas.

Si esas características privan en el ámbito del deporte en general, en el caso del balompié mexicano se agudizan al conjugarse con prácticas e inercias particulares, como la violación sistemática de los ordenamientos de la propia FIFA –por ejemplo, la que impide la multipropiedad de equipos en una misma liga– y la aplicación unilateral de reglas no escritas y acuerdos informales entre los propietarios de los equipos –el llamado pacto de caballeros–, con base en los cuales se inhabilita a jugadores que osan, como hizo Edson Rivera, ejercer libremente su profesión al término de sus contratos.

El caso que se comenta, por añadidura, ha puesto en evidencia una ausencia lamentable de unidad gremial por parte del conjunto de futbolistas profesionales en nuestro país a la hora de defender sus derechos comunes. Fuera de las posturas expresadas por el técnico de la selección Sub-22, Luis Fernando Tena –quien manifestó su respaldo al hoy jugador del Sporting Braga–, la comunidad futbolística del país ha reaccionado con indolencia ante amagos sumamente injustos y retrógradas, como los formulados por el club Atlas en contra de Rivera. Un punto de contraste inmediato a este respecto es la huelga estallada por la Asociación de Futbolistas Españoles, que impidió la realización de la jornada inaugural del balompié ibérico en protesta por el adeudo millonario a más de 200 jugadores de esa liga, y que estuvo encabezada por los capitanes de los dos principales clubes de ese país, el Real Madrid y el Barcelona.

En una circunstancia nacional tan desgarradora como la presente, la discusión sobre los derechos de un futbolista profesional pudiera parecer un tema irrelevante y hasta frívolo. No lo es, sin embargo, en la medida en que el episodio plantea un reflejo de algunos rasgos que laceran en forma generalizada a nuestro país: la dominación de los poderes fácticos; el incumplimiento consuetudinario de las normativas vigentes; la percepción de las prácticas ilegales como algo normal y hasta deseable en algunas altas esferas del poder político y económico, y la relación directa establecida entre el imperio del lucro descontrolado y la devaluación humana.