Opinión
Ver día anteriorSábado 3 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Las barbas a remojar
L

a tragedia del casino Royale fue culpa, sin duda, de los incendiarios y asesinos autores del delito, pero culpa también de quienes no dotaron al lugar del número suficiente de salidas de seguridad, que pusieron candado a la única que había, que no contaban con sensores de humo o de calor contra incendios, que dejaron alfombras y muebles sin la sustancia que retarda la combustión.

Culpables también, son, las autoridades de todos los niveles, que otorgaron permisos irracionales o que no vigilaron los detalles de funcionamiento teniendo que hacerlo, por corrupción o por ineptitud.

Lo anterior hará que los diversos gobiernos de la ciudad de México se vean en ese espejo y recuerden el refrán quien ve las barbas de su vecino rapar, ponga las suyas a remojar. Aquí, en la capital, abundan los casinos o casas de juego, como en Monterrey y como en otras muchas ciudades del país; según algunas notas de prensa, en el Distrito Federal hay unos 60 de estos establecimientos, el mayor número, en las delegaciones Benito Juárez y Cuauhtémoc.

En su tiempo, Lázaro Cárdenas impidió que los casinos funcionaran en el país, con lo que cerró la puerta que había abierto unos años antes Abelardo L. Rodríguez, hombre de negocios y amigo de inversionistas estadunidenses; este gobernante permitió la instalación de casinos en México, ligados a la mafia de ese país. Sabía lo que hacia, esos centros de juego, motejados con acierto como desplumaderos, son trampas para bobos que quieren perder el tiempo porque no saben qué hacer con él o bien, sueñan en fortunas de la noche a la mañana, esperándola de las enervantes maquinitas, de los números de la ruleta o de la baraja.

Quienes amasan fortunas son los dueños de los establecimientos, con lo que les dejan los incautos, pero también con los negocios colaterales: prostitución, alcohol, droga y lavado de dinero.

Un español del siglo XIX que quería a México y que aquí vivió y aquí escribió, Niceto de Zamacois, en su novela El mendigo de San Ángel”, relata como el juego, negocio de extranjeros advenedizos y vividores, acaba con un ingenuo que pierde fortuna, trabajo, casa y mujer, apostando con tahúres a la baraja. El juego produce adicciones, anula la voluntad y propicia delitos y bajezas.

Con motivo del incendio en Monterrey, los reflectores van a estos negocios y despiertan interés de la gente y de las autoridades que han emprendido apresuradas campañas en su contra y los ex secretarios de Gobernación discuten sobre quién de ellos dio menos autorizaciones para esos negocios o si se iniciaron con Salinas, con Zedillo o con Fox.

Fui testigo de que un diputado del PAN en la 54’ Legislatura, Rodolfo Elizondo, desde la Comisión de Turismo estuvo empeñado en impulsarlos, por lo que tuvo con otros diputados agrias discusiones. Elizondo fue después secretario de Turismo de Fox y sin duda, impulsó estos negocios, contrarios a la dignidad, a los valores sociales y propicios a vicios, delincuencia y muy malos hábitos.

La ciudad de México se había mantenido al margen relativamente, de las noticias de terror y alarma, sin embargo, vemos más cerca cada vez la presencia en nuestra urbe de los violentos, que no son siempre ni necesariamente de la delincuencia organizada, el caso de las periodistas Ana María Yarce Viveros y Rocío González Trápaga vilmente asesinadas, sin duda por su trabajo independiente en información delicada, es un botón de muestra. La supresión o al menos el control rígido de casinos, antros y casas de juego, servirá para frenar la amenaza.

En Nuevo León, después del niño ahogado tapan el pozo; en el Distrito Federal se tiene la oportunidad de meter mano, no arbitrariamente ni para la nota oportunista de prensa, sí eficaz y enérgica, para vigilar que los desplumaderos cuenten con autorización y trabajen con seguridad para sus clientes, ya que honradez y que no hagan trampa, no se les puede pedir.