Editorial
Ver día anteriorMiércoles 7 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Israel, aislamiento y oportunidad
E

l primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, anunció ayer su decisión de suspender totalmente nuestras relaciones comerciales, militares y de la industria de defensa con Israel, y dijo, a renglón seguido, que su país aumentará los patrullajes navales en la franja oriental del Mediterráneo –puerta de acceso marítimo a la franja de Gaza, la cual padece un despiadado bloqueo por parte de Tel Aviv–, pues no es un lugar ajeno para nosotros y tenemos derecho a vigilarlo. Las advertencias comentadas –que vienen precedidas por la decisión de Ankara de expulsar al embajador israelí, el pasado viernes– se presentan luego de que el gobierno de Benjamin Netanyahu se negó a disculparse por el sangriento asalto, en aguas internacionales del propio Mediterráneo, al buque turco de activistas propalestinos Mavi Marmara, uno de los seis navíos que buscaban llevar ayuda humanitaria a la cercada población de Gaza, hecho en el que murieron nueve ciudadanos turcos y una decena más de víctimas de otras nacionalidades. La virtual ruptura entre Ankara y Tel Aviv es significativa porque plantea un viraje en las respuestas internacionales ante el desempeño delictivo de Israel –de las notas diplomáticas y las condenas enérgicas a las sanciones políticas y económicas concretas– y porque el gobierno turco ha tenido una importancia central en la política de alianzas del Estado hebreo: cabe recordar que Turquía fue el primer país mayoritariamente musulmán que reconoció al Estado israelí –en 1949, tan sólo un año después de su creación–; que se mantuvo en décadas siguientes como un aliado principal del gobierno de Tel Aviv, y que en años recientes se había convertido, a instancias de un acuerdo de cooperación suscrito en 1996, en uno de los principales compradores de la industria militar de Israel.

Ahora, con la determinación anunciada por el primer ministro turco, Israel parece enfilarse a la pérdida de un aliado más en la región –otro tanto ocurrió con Egipto tras la caída de Hosni Mubarak, quien respaldó el bloqueo israelí a Gaza– y se agrava la situación de aislamiento que enfrenta el gobierno de Tel Aviv a consecuencia de su política belicista e incluso genocida.

Si a ello se añade el impacto político de las protestas que se han desarrollado en semanas recientes en varias ciudades de Israel, en las que cientos de miles ciudadanos se han expresado en contra de la conducción económica del país y en reclamo de justicia social, queda claro que el régimen que encabeza Benjamin Netanyahu enfrenta, en la hora presente, una posición de debilidad política y de descontrol en los frentes interno y externo.

Tal circunstancia plantea una oportunidad excepcional para que la comunidad internacional ponga un alto a la impunidad con que ha venido operando el régimen israelí; para que demande la devolución de los territorios palestinos a sus legítimos dueños y para que, en el contexto de la Asamblea General de la ONU a realizarse a partir del 20 de septiembre, presione por el cumplimiento de las resoluciones de ese organismo internacional que estipulan la creación de un Estado palestino. Para ello, resulta imprescindible que Estados Unidos y Europa occidental abandonen el doble discurso que los caracteriza ante la atrocidades cometidas sistemáticamente por Israel.

Resulta indignante, en ese sentido, que la comisión especial designada por la ONU para investigar el ataque a la Flotilla de la Libertad haya señalado que el Ejército israelí usó fuerza excesiva y desproporcionada durante el asalto, pero que fue una acción legítima del Estado hebreo para evitar la entrega de armas a las milicias palestinas. Es necesario que los gobiernos del mundo, empezando por Washington, dejen de respaldar prácticas y posturas indefendibles, presten atención a lo que se presenta como un consenso internacional creciente en torno al reconocimiento del Estado palestino, y actúen en consecuencia. De lo contrario, Israel seguirá alimentando el saldo de destrucción humana y muerte que mantiene en los territorios ocupados y en otros puntos de la región, y seguirá siendo el principal factor de tensión en Oriente Medio.