Contra el ecocidio causado
por la “fiebre del aguacate”
en Michoacán

Colectivo La Vecindad, Uruapan, Michoacán

“ANTES AQUÍ TODO se daba, llovía a cántaros”. “En todas las casas sembraban maíz, frijol, durazno, de todo”. “En el tianguis era bien bonito ver a la gente vendiendo lo que cada quien sembraba. Todo esto se acabó”, recuerdan vecinos del barrio de Santo Santiago, en esta ciudad puerta de la meseta purhépecha, donde actualmente se sufren las consecuencias de lo que el ecologista Isaac Bonaparte califica como “ecocidio provocado por la ambición y la falta de conciencia de aguacateros” que han devastado más de 100 mil hectáreas de bosque en todo el estado.

Juan González Cisneros, del Congreso Nacional Indígena (CNI), advierte que por la excesiva tala de bosques para el cultivo del aguacate “esta ciudad en poco tiempo se quedará sin agua”. Por su parte, el productor aguacatero Salvador Luna Contreras, refiere que “los aguacates no producen agua, sólo consumen, y ahora las lluvias aquí sólo llegan por huracanes o ciclones”. Son múltiples los problemas que ocasiona el monocultivo del aguacate: la tala inmoderada de pinos y encinos, el despojo a comuneros, el cambio climático, envenenamiento de los mantos acuíferos por el uso de pesticidas, herbicidas y fertilizantes que, se ha comprobado, provocan altos índices de cáncer de mama en la población, indican investigadores, productores, trabajadores, ecologistas, campesinos y habitantes de la región. Ubicada en el centro occidente de Michoacán, zona de transición entre Tierra Caliente y la meseta purhépecha, Uruapan es considerada la capital mundial del aguacate, característica que ha transformado el paisaje y la vida de los pobladores.

En 2007 se cultivaba aguacate en 19 municipios, pero actualmente la actividad se ha extendido a 49 demarcaciones con 10 mil 172 huertas, en las que “la mayoría de los productores hacen a un lado los fertilizantes orgánicos y usan químicos, pues estos aceleran el crecimiento del producto para una pronta entrada de dinero y hacen a un lado el buen cuidado de la tierra”, reconoce el productor Mario Jiménez Jiménez.

José Ramírez Amezcua, biólogo del Instituto Nacional de Ecología (Inecol), explica que “sustancias como los mal llamados fertilizantes contribuyen al empobrecimiento del suelo y se acumulan en los frutos que consumimos”. El investigador agrega que “los pesticidas, prohibidos en otros países por producir malformaciones en el cuerpo humano y en animales, en México se siguen utilizando”.

“Me mandaron a llenar la pipa y al destaparla salieron unos gases que me causaron un mareo y después un salpullido; mientras otro compañero terminó caminando a gatas por la ceguera y fue a parar al hospital”, relata Oliverio Calderón Gaona, uno de los 50 mil trabajadores de las huertas en este estado. Un documental de la asociación ambientalista Guerreros Verdes, expone que el uso de plaguicidas es altamente tóxico, provoca síntomas de envenenamiento, daños físicos como deformidad, esterilidad, pérdida de memoria, daños al sistema nervioso central, cáncer, lupus e incluso la muerte.

El aguacate Hass, que se produce y comercializa en masa, es transgénico, no es originario de la región, consume mucha agua, no produce oxígeno, afecta el ecosistema, ocasiona el cambio climático y disminuye el cauce del río Cupatitzio.

“Los aguacateros ganan y perdemos todos”, lamenta Bonaparte, ganador del premio al mérito ecológico y encargado de la Comisión de Protección del Medio Ambiente, de la asociación Utopía para el Desarrollo Integral Comunitario (UDIC). “Los productores han hecho pozos clandestinos en la subcuenca del Cupatitzio para llevarse el agua a sus huertas”, denuncia el ecologista.

Salvador Luna, propietario de una huerta en el cerro de Cheranguerán, al norte de La Rodilla del Diablo, principal manantial que alimenta a la ciudad, señala que además de las huertas, las empacadoras de aguacate, como Calavo, contribuyen a la contaminación arrojando sus desechos al río. Reconoce que “el Cañón de la Guerra, afluente del Cupatitzio, ha sido contaminado por años con huertas como la mía. Ahí bajan todos los químicos que se aplican y de eso somos responsables. Las dependencias no quieren tocar a los aguacateros con la supuesta idea de que generan dinero y fuentes de trabajo, lo que los hace intocables”.

“Es evidente que hay corrupción y omisión de las autoridades”, respecto al daño ambiental que provoca el cultivo de aguacate, insiste el ecologista Bonaparte. Un informe de Greenpeace refiere que de 1990 a la fecha se ha perdido casi el 40 por ciento de los bosques de pino y encino en los 11 municipios donde se concentra la mayor producción de aguacate.

Para realizar el guacamole más grande del mundo, Uruapan hizo a un lado las huertas de traspatio de zanahoria, plátano, lechuga, mandarina, alfalfa, café, chirimoya, jitomate y hasta la guayaba para el ate. Una ciudad con un Parque Nacional y un río como referencias obligadas, ahora es exportadora del aguacate para la fabricación de jabones, aceites y cremas de belleza. Aquí hasta las paletas y la nieve son de “oro verde”, un color que “ya no significa vida entre nosotros”, como dice Lala Ortíz, originaria del barrio de San Juan Quemado.

Antes se veían luciérnagas, mariposas, colibríes, caballitos del diablo (libélulas) y la llegada de las lluvias era anunciada por los grillos en las calles de los siete barrios de la ciudad. Ahora, además de las huertas, proliferan los viveros como el de Las Arboledas, que produce 5 mil plantas al año que se venden en Chiapas y Veracruz.

Aunque no hay resistencia organizada contra el despojo, impera el descontento de la población. “Hace 40 años el barrio de Santo Santiago luchó por la recuperación de sus tierras, sobre todo las que estaban en manos de Rafael Paz, usurero de la ciudad. Hicimos frente con la decisión de todos, pero en 1971 fue asesinado el líder Rodolfo Ávila. Ésa fue la última lucha que se hizo para recuperar las tierras, pues después de la muerte del dirigente ya nadie quiso meterse en problemas con los aguacateros. Esta historia aún la recordamos con orgullo”, rememora Carlos Medina, sobrino del líder comunal desaparecido.