Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de septiembre de 2011 Num: 862

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dos narradores

La desaparición de
las humanidades

Gabriel Vargas Lozano

En Washington se
habla inglés

Hjalmar Flax

Una historia de Trotski
Paulina Tercero entrevista
con Leonardo Padura

Borges: la inmortalidad como destino
Carlos Yusti

Cantinflas, sinsentido popular y sinsentido culto
Ricardo Bada

Cantinflas: los orígenes
de la carpa

Carlos Bonfil

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Sonidos del DF, realidad y deseo

Se dice, y estamos de acuerdo, que tres de los indicadores que ayudan a trazar la fisonomía musical de una gran ciudad son el número de foros, la variedad de conciertos y la cantidad de personas que pagan por un boleto para desgañitarse con sus temas favoritos. Más allá del tamaño en kilómetros cuadrados, de los centros comerciales y museos que la pueblen o del sistema de transporte público que la cruce, la oferta musical de toda metrópolis que quiera vestirse de gloria debe reflejar una economía activa, estéticas diversas y gente suficiente para visitar simultáneamente distintos espacios de arte y entretenimiento. ¿Es el DF una de estas urbes?

Enlistando nuestros máximos recintos en capacidad o prestigio, contamos con el gigantesco Foro Sol, el percudido Palacio de los Deportes, el populachero Auditorio Nacional, la exquisita Bellas Artes y la testaruda Sala Nezahualcóyotl. Luego tenemos el funcional Teatro Metropólitan, el oscuro Circo Volador y el multifacético José Cuervo Salón. Después, el indescifrable Lunario y el hermoso Teatro de la Ciudad. Pero lo que sigue diferenciándonos de otras megalópolis señeras son los innumerables foros de capacidad intermedia o reducida que cada fin de semana presentan shows internacionales. No hay que irse a Europa o Asia para constatarlo: Nueva York y Los Ángeles explotan semana a semana en cientos de espacios adecuados cuya visión a largo plazo exhibe precios razonables.

Y no nos referimos a bares y clubes, como el Imperial, el Vicio, el Zinco, el Alicia, el Voilà o el Premier; ni a salones de hoteles; ni a centros de convenciones, como los de Telmex, Banamex y el World Trade Center; ni a auditorios de instituciones, como el Chopo, la Ollin Yoliztli, el Centro Cultural Universitario, el Centro Cultural España, el Centro Cultural Helénico o el Centro Nacional de las Artes. Hablamos de salas flexibles en su programación, bien diseñadas, como las de los nuevos Foro Cultural Chapultepec, Péndulo Roma y Auditorio Plaza Condesa, o como las de la Carpa y el Pabellón de Alta Tecnología (Santa Fe y Cuicuilco respectivamente), tan desaprovechadas, por no mencionar la concha acústica Ángela Peralta de Polanco, ahogada en los miedos vecinales.

Tema complejo, sucede que obtener permisos para impulsar espacios en esta ciudad es una labor titánica; además, muchos de los existentes están controlados por grandes productoras que se niegan a competir con compañías atentas a nichos en desarrollo. Otros, los del gobierno, favorecen espectáculos políticamente correctos y los privados evitan experimentos heterodoxos. Incluso así, viendo la diversidad musical de un mes como éste pareciera que el DF está en las grandes ligas. ¿Será?

De Marco Antonio Solís (grupero) y Daniela Mercury (pop brasileño) a Guns N’Roses (hard rock) y The Rasmus (rock-pop), pasando por Caifanes (rock) y Pablo Milanés (trova), y de ellos a Justin Bieber (pop) y Diego El Cigala (flamenco), notamos nuevamente los dos ejes rectores de un negocio que no se arriesga: o nombres consagrados o en su momento de mayor auge. Lo que casi no vemos son conjuntos con fuerza reducida o intermedia que, de presentarse en lugares apropiados, transformarían nuestra cotidianidad más allá de festivales, como el Corona Capital (Portishead, M83) o el cierre del radar (Morton Subotnick, Mike Patton), dos eventos notables del mes de octubre.

En cuanto a la cantidad y perfil de quienes compran boletos, si antes reconocíamos un buen número de tribus urbanas, hoy las fronteras entre ellas se han diluido con la globalización digital. Esto no niega la existencia de los rockeros más rudos de la periferia, de los skateros, los reggaeseros, los metaleros y demás eros, pero sí indica que internet ha funcionado como promotor de una tolerancia que transforma los conciertos en encuentros de primera necesidad entre muy diversos melómanos, en motor fundamental para un desgarrado tejido social.

Así las cosas, es interesante ver cómo en una ciudad que lucha contra la violencia, la incertidumbre política y las carencias económicas, miles de personas siguen trasladándose a distintos foros para alimentar su espíritu y disfrazar las preocupaciones, gastándose lo que apenas tienen. O sea que, si aún no somos una gran ciudad hablando de espacios, variedad sonora y poder de compra, sí nos entregamos a las apariencias del deseo pensando que vamos por el camino correcto. ¿Será?