Opinión
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36 Festival Internacional de Cine de Toronto
Por los caminos de la demencia
T

oronto, 12 de septiembre. En un festival de programación tan aleatoria y variada como el de Toronto, las circunstancias obligan a trazar planes que no siempre resultan satisfactorios. El día de hoy fue uno de esos en que uno desea haber elegido otras opciones.

El imprevisible director japonés Shinya Tsukamoto –autor de la desorbitada trilogía de Tetsuo– explora en Kotoko el gradual desquiciamiento de una mujer, madre soltera de un bebé quien es retirado de su cargo porque ella no es considerada apta para hacerlo. Ni que lo digan. La protagonista –interpretada por una cantante conocida como Cocco– tiene la afición de cortarse los brazos y sufre alucinaciones en las que ve doble, o siente que la atacan con violencia, o que su bebé muere de manera también horrible. Está como una cabra, vaya.

Lo demandante del asunto es que Tsukamoto ha elegido igualar el desequilibrio mental de la mujer con la inestabilidad de sus imágenes. Por lo cual abusa de la cámara en mano, del zoom y de los cortes abruptos, mientras la banda sonora mezcla los cantos de ella con gritos y otros ruidos estridentes. Como era de esperarse, muy constante fue el tránsito de espectadores hacia la salida. (Por ese tremendismo audiovisual, Kotoko fue premiada en la sección Horizontes del recién concluido festival de Venecia.)

Mucho más convencional es la historia de Heleno, recuento del brasileño José Henrique Fonseca sobre el triste destino de Heleno de Freites, jugador de futbol de los años 40 que parecía destinado a la grandeza si no lo hubiera perdido todo por la mala vida. Según la película, pudo haber antecedido a Pelé en alcanzar la gloria. Pero no hay evidencias de su talento en la cancha, sino sólo su obsesión por meterse en líos con las damas, portarse arrogante y despectivo con sus compañeros y fumar muchos cigarros.

El modelo obvio de imitación es Toro salvaje (Martin Scorsese, 1981), pero esos calzones le quedan muy grandes. Fonseca se embelesa con su recreación de época y la lustrosa fotografía en blanco y negro de Walter Carvalho, mientras permite que Rodrigo Santoro se sobreactúe en el marcado contraste del futbolista entre sus días de apogeo y la ruina sifilítica en que se convierte.

Pero la forma más triste de demencia es la que se desprende de Twixt, la más reciente decepción de Francis Ford Coppola. El descenso del realizador ha sido tan vertiginoso como inexplicable. Uno no quiere atribuirlo a la senilidad, pero… sólo así se justifica un desperdicio tan completo de recursos como es esta torpe y cansina historia de misterio gótico sobre un escritor de quinta (un abotagado Val Kilmer), que intenta desentrañar una muerte misteriosa en un pequeño pueblo con la ayuda del sheriff local (Bruce Dern).

Según el propio Coppola su fuente de inspiración fue un sueño suyo. Menos mal que sus viñedos le han dejado suficientes ganancias para pagarse ese tipo de caprichos, pues es dudoso que un productor hollywoodense estuviera dispuesto a arriesgarse con un proyecto tan endeble. Imposible decidir cuál secuencia causa más bochorno. ¿Las conversaciones literarias entre el escritor y el fantasma de Edgar Allan Poe? ¿Las dos secuencias en 3D perfectamente gratuitas? ¿Un aquelarre de vampiros punks ataviados de cuero negro?

Si Tetro (2009) parecía la obra de un estudiante de cine pretencioso, Twixt se antoja el producto de un mamarracho que nos quiere tomar el pelo. ¿De veras se trata del mismo autor de la trilogía de El padrino? ¿No será un impostor?

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Twitter: @walyder