17 de septiembre de 2011     Número 48

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El campo: futuro para todos
o futuro para nadie


FOTO: Thomas Gardner

Víctor M. Quintana S.

Hace tres años, en estas mismas páginas de La Jornada del Campo, nos preguntamos si tiene futuro el campo mexicano, y respondimos con tres posibles escenarios: 1) el del campo homogéneo de los negocios, 2) el del campo anómico y violento y 3) el del campo diverso, justo y sustentable.

Ahora reafirmamos lo que entonces decíamos. El escenario uno es el campo para pocos, el de los monocultivos, de la lógica capitalista, de la ganancia a toda costa, del productivismo. Señalábamos que con la población que tenemos en el medio rural, con la lenta dinámica de la industria y nuestra precaria dotación de recursos naturales, este escenario sería muy inestable y poco sostenible, por lo que derivaría en el segundo, es decir, el campo dominado por la violencia y la anomia. Del campo para pocos pasaríamos al campo para nadie, y en muchos sentidos estamos presenciando esta deriva, dado que muchas zonas rurales han sido tomadas por la violencia criminal e institucional en los años recientes.

Entonces, dado que el campo para pocos (los ricos) no es viable, la única alternativa al campo para nadie es el campo para todos. No es el campo para los pobres solamente, pero sí donde se debe atender primero a los pobres para que ellos, los ricos y los clasemedieros puedan vivir en paz en nuestro medio rural. No hay de otra.

Sentada esta premisa, creemos que para construir este escenario de un campo justo, diverso y sustentable, un campo para todos, se hace necesario incidir o emprender acciones dramáticas y eficaces en cinco áreas diferentes:

El fortalecimiento de los actores rurales: si no hay familias, comunidades, hombres y mujeres fuertes como actores de sus procesos económicos, sociales, políticos y culturales, la concentración del dinero, de los recursos naturales, del poder, del prestigio y la influencia se seguirá dando en el medio rural. En la medida en que la gente del campo de forma individual y colectiva desarrolle competencias y actitudes críticas y demandantes; que exija y que rinda cuentas; que acceda a la información pertinente sobre su medio y tome decisiones, sobre todo colectivas, podrá regular el poder económico, político y social e incidir en la redistribución del mismo. Aquí nos referimos primordialmente a las organizaciones de base del medio rural: comunidades, ejidos, colonias y las diversas figuras asociativas locales y regionales.

La reconstrucción del tejido social rural: una precondición para lo anterior es reconstruir las identidades, el entramado de relaciones de cooperación, de colaboración y de convivencia en el agro mexicano. Las comunidades se han ido destruyendo como tales, como resultado de la intensa emigración, del envejecimiento de la población y de las familias monoparentales, pero también del temor y de la desconfianza surgidos de la violencia. Son necesarias iniciativas nuevas que, en primer lugar, promuevan la reconciliación entre grupos enfrentados, siembren de nuevo la confianza y vuelvan a cultivar las formas de ayuda mutua y de solidaridad social; que se preocupen de integrar a los históricamente excluidos y más vulnerables, como son los ancianos y los discapacitados.

Un lugar preferente del campo en el proyecto de nación: no basta con fortalecer a los actores comunitarios locales o regionales. Es necesario que las grandes decisiones sobre las prioridades nacionales, que las grandes opciones sobre la asignación de recursos pongan como una de sus prioridades al campo, pero al campo de los campesinos e indígenas; que tanto dentro de un nuevo modelo económico, como en los presupuestos y programas multianuales y anuales, se dé un giro dramático para poner en manos de las agriculturas campesinas e indígenas los recursos y el poder que les permitan trabajar, producir y vivir con dignidad. Es obvio que esto supone que los actores rurales, ya sea por medio de sus articulaciones horizontales y verticales, ya sea por medio de sus alianzas políticas, puedan exigir que al campo se le haga por fin justicia.

El cambio cuantitativo y cualitativo en la producción de alimentos. Con el cambio climático, el incremento de los niveles de consumo y la mercantilización de los alimentos a escala global, la escasez en este rubro tenderá a ser crónica. Por lo tanto, es necesario priorizar en todos los sentidos la producción de alimentos básicos, apoyarla con toda la fuerza del Estado, como pilar de la soberanía nacional pero también de la paz social. Esto implica la transformación de la óptica agroalimentaria del país y de las políticas de precios, de distribución, de abasto, de importaciones y exportaciones.

Las acciones de amortiguamiento del cambio climático: el destino ya nos está alcanzando: la sequía que se ha dejado sentir en todo el norte del país reducirá muy significativamente las cosechas de maíz y de frijol, así como lo hizo la drástica helada de principios de febrero. Las presas de esa zona han recibido pocas descargas de agua y será muy difícil que resistan dos ciclos agrícolas más. Han muerto decenas de miles de reses y los pastizales se están agotando. Urgen por lo tanto, acciones sistemáticas gobierno-sociedad para siembra y cosecha de agua y un uso eficiente de la misma, recuperación de suelos, reforestación, manejo adecuado de agostaderos y disminución de la carga de ganado sobre los mismos, desarrollo de fuentes alternativas de energía y diversificación de cultivos.

Si no queremos que el campo sea tierra de nadie, hagamos realidad un campo para todos. Es amenaza, pero también esperanza.


Los campesinos latinoamericanos frente al cambio mundial

Entre la integración y el despojo


FOTO: Onny Carr

Blanca Rubio

El neoliberalismo fracturó el tejido social, depredó los recursos naturales, devastó la soberanía alimentaria y destruyó el andamiaje estatal en el campo, pero no logró desaparecer a los campesinos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agricultura familiar produce más del 60 por ciento de los alimentos básicos en América Latina.

Ningún sector enfrentó procesos de exclusión tan severos como los campesinos e indígenas de la región: desvalorización de sus productos, retiro de los subsidios, carencia de compradores, sustitución de su producción por la importada, fin del reparto agrario… abandono pues. Pero ningún sector tiene la resistencia y la fuerza para sobrevivir que han demostrado los campesinos. Y por eso siguen ahí, enfrentando ahora al nuevo orden agroalimentario mundial que emerge de la crisis de fase del capital.

Los datos hablan por sí solos: la participación de la pequeña producción agrícola en el valor de la producción sectorial en 2007 fue de 38 por ciento en Brasil, 39 en México, 41 en Colombia, 45 en Ecuador, 67 en Nicaragua y 27 por ciento en Chile. En cuanto al empleo sectorial, la economía campesina contribuye con el 77 por ciento en Brasil y el 57 por ciento en Chile y Colombia, según datos de FAO.

¿Cuáles son las tendencias que se observan para los campesinos e indígenas en la fase de transición que atraviesa el continente? ¿Lograrán sobrevivir a la expansión del capital que se impulsa ahora sobre sus tierras y recursos naturales?

En la etapa actual se han perfilado dos tendencias muy claras en relación a los campesinos. Por un lado, el aumento en el precio de las materias primas ha llevado a una encarnizada expansión del capital sobre los recursos naturales, la tierra, los territorios y el agua de las comunidades en el continente. Ello está generando un despiadado despojo que tiende a excluirlos, no sólo de la producción sino del campo.

Por otro lado, la crisis alimentaria y la desestabilización que ésta trajo a los países más pobres están llevando a las Instituciones mundiales como el Banco Mundial y la FAO a reivindicar a los campesinos como depositarios de la alimentación nacional, mientras que los países desarrollados orientan su producción a los agrocombustibles y reducen la ayuda alimentaria. En consecuencia, los gobiernos latinoamericanos están siendo presionados para que se hagan cargo de su alimentación, con el fin de evitar nuevos episodios de hambre, como los ocurridos en Haití en 2008.

En este contexto, la nueva fase productiva viene preñada de dos tendencias contradictorias: una enfocada a integrar a los campesinos como los depositarios de la alimentación básica y otra que disputa sus tierras y recursos naturales allanando sus territorios. La consabida tendencia a la reproducción/disolución de la economía campesina se materializa ahora en la síntesis: aliento productivo y despojo, como parte de la configuración del nuevo modelo económico en ciernes.

Se trata de una versión reeditada del modelo primario exportador, al integrarse los países como exportadores de materias primas hoy revaluadas, combinada con una reedición del modelo de sustitución de importaciones, en el cual los campesinos fueron integrados como garantes de alimentos básicos baratos.

¿Cuál de estas dos tendencias se impondrá como la rectora del avance del capital? y, por tanto, ¿cuál destino del campesino, integración o despojo, será más visible? Depende, desde mi perspectiva, de la fuerza política del capital o de las clases subalternas en la salida de la crisis capitalista.

Hasta ahora se observa que aquellos países que impulsan un modelo alternativo al neoliberal, a quienes Emir Sader llama postneoliberales, como Venezuela, Ecuador y Bolivia,o progresistas como Brasil, están impulsando políticas serias para fortalecer la soberanía alimentaria con el fin de no depender de las encarecidas importaciones, ni exponer su soberanía política por la vulnerabilidad alimentaria. Este proceso se expresa en el programa de compras públicas a campesinos impulsado en Ecuador, el Plan de Tierras de Venezuela y Ecuador y la Revolución Agraria de Bolivia; asimismo, en el control en la distribución de alimentos básicos en Venezuela con el impulso del Mercado de Alimentos (Mercal) y la intervención por el gobierno de Hugo Chávez de las trasnacionales alimentarias como Gruma, La Polar y Cargill. Ello, además del incremento en la inversión pública en el campo y los procesos de integración regional como la Alianza Bolivariana para las Américas (Alba), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el Banco del Sur, que contemplan acciones comunes orientadas, entre otras cuestiones, a la soberanía alimentaria de la región.

A la par con estas acciones, los gobiernos de los países postneoliberales se han apoyado en las actividades extractivas para impulsar el proyecto redistributivo. Esta apertura al capital trasnacional, sin embargo, no ha podido ser regulada, por lo que ha generado un amplio rechazo de la población. Tal es el caso de la Petrolera Perenco en Ecuador o la Compañía Repsol que despojó al pueblo Guaraní Itika Guasu, en Bolivia.

En Brasil se ha impulsado fuertemente a los pequeños productores por medio del Programa de Adquisición de Alimentos de la Agricultura Familiar que ha beneficiado a 114 mil campesinos. Al mismo tiempo, se ha alentado el cultivo de la soya y la caña de azúcar para etanol, lo que ha traído consigo el despojo del territorio de múltiples comunidades.

En los países neoliberales como México, Colombia y Chile, en cambio, se abre paso al capital que despoja a las comunidades, como las mineras en México, el caso de los mapuches en Chile, y la palma africana en Colombia, sin que, en contrapartida, se impulsen políticas para integrar a los campesinos a la producción de alimentos básicos.

Podemos concluir que los campesinos se encuentran en esta coyuntura sometidos a dos tendencias opuestas: la que fortalece su rol de productores, que atañe más a los campesinos medios, aquellos que producen para el mercado y sobreviven de su ingreso rural, y la que fortalece el despojo de sus recursos naturales, que atañe en mayor medida a los indígenas y campesinos pobres de la región.

A la vez, las tendencias a la integración son más fuertes en los países postneoliberales y progresistas, mientras que las de exclusión y despojo son más evidentes donde persiste la orientación neoliberal de los gobiernos.

En este contexto, lo que definirá la suerte de los campesinos será sin duda la capacidad que tengan las clases subalternas para imponer su orientación al modelo que surja de la crisis. Por eso es tan importante la cohesión y unidad de los movimientos campesinos en esta etapa de transición. Resulta fundamental preservar y sostener los proyectos postneoliberales que han germinado en América Latina y en ellos enfrentar las políticas afines a la expansión del capital; a la vez, pugnar por encarrilar a los países neoliberales hacia el frente contrahegemónico que se construye en el sur del continente. Esa es una alternativa que cuenta actualmente con viabilidad histórica y puede abonar hacia una integración productiva y política de los campesinos de la región.

¿Qué queremos para el campo?

Gisela Espinosa Damián

Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco

1) Hay un efecto acumulado de mucho tiempo; sumamos 30 años de políticas de ajuste neoliberal que nos han llevado a una crisis profunda. El campo es uno de los espacios más golpeados y devastados en todos los planos: político, social y económico, y eso se refleja en la desintegración de familias y comunidades por la emigración y la violencia. La crisis tiene dimensiones muy grandes, pero aún puede empeorar. La anomia social que se observa en muchos lugares puede agudizarse. Hay áreas donde todavía hay organizaciones campesinas y respuestas sociales que amortiguan un poco, pero si no hay un giro radical, creo que sí pueden empeorar los problemas. Estamos llegando a un límite, o sea que no falta mucho para estar peor.

2) Suena como un sueño. Quisiera que los habitantes rurales que todavía están allí encuentren una forma de trabajar y de vivir dignamente. Que el campo volviera a ser un espacio amable y atractivo para la juventud. Sabemos que ya muchos y muchas jóvenes no están interesados en trabajar ni vivir en el campo. La migración debería ser una opción libre, pero los millones que se van lo hacen obligados por no tener alternativa. Quisiera que mujeres y hombres vivan con más equidad, que no sólo enfrentemos las desigualdades sociales, sino también las de género. ¿Cómo lograr esto? Hay dos recursos, dos palancas indispensables: por un lado, el Estado, sus agencias y políticas públicas. A 30 años de ajuste y neoliberalismo, fracasado todo esto, es muy obligado rectificar. En esto hay viejas demandas, como sacar a los granos básicos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); una política social en lugar de un combate a la pobreza; política de crédito realmente efectiva; todo el tema de equidad en los subsidios; políticas de género en un campo que se está feminizando (a las mujeres del campo se les sigue viendo como amas de casa, cuando viven situaciones sociales muy distintas); desenmascarar la falsedad de la ley de las ventajas comparativas; etcétera. Es claro a estas alturas que hay prácticas muy alejadas de la libre competencia. Por otro lado, es importante que organizaciones campesinas, de jóvenes, de migrantes, de mujeres, tengan un papel más activo y sean efectivamente escuchadas. No es que no se movilicen o que no tengan propuesta o experiencia, sino que son marginales ante un Estado ciego y sordo que mantiene su proyecto durante tantos años a pesar de que ya está haciendo agua.

3) Podría apoyar con la formación de estudiantes, profesionales comprometidos con el campo. En esto vamos a contracorriente con las políticas del gobierno. Y desde la academia, mostrar que el campo no sólo es sinónimo de crisis, sino un espacio donde se generan alternativas para el propio campo y para toda la sociedad. Asimismo, realizar yo misma investigación comprometida a favor del medio rural.

Javier Usabiaga Arroyo

Panista, presidente de la Comisión de Desarrollo Rural de la Cámara de Diputados

1.-La sociedad, el espacio y la economía rural son variantes diferentes. En cuanto a la sociedad, la veo menos dependiente de la actividad primaria, pero sigue careciendo de los satisfactores que goza la sociedad urbana, como salud, educación, conectividad, y por tanto allí debemos hacer esfuerzos. En cuanto al espacio, el cambio climático nos ha obligado atender la conservación y ser un poco más conscientes con el uso de los recursos naturales. En la economía, veo un desequilibrio, porque no son rentables el minifundio ni los patrones de cultivo. Es imposible que una familia viva con una parcela de cinco o seis hectáreas de maíz. Tenemos que luchar por esa circulación de la tierra que a la fecha no se ha dado para que se logre la conformación de unidades de producción que sean económicamente viables. En cuanto a la dependencia alimentaria, va a continuar; no podemos ser autosuficientes en algunos productos como el maíz cuando nuestros rendimientos por hectárea siguen siendo los más bajos del mundo. Por eso hay que continuar con los procesos tecnológicos que mejoren sustantivamente la capacidad productiva.

2.- Para el sector rural en su conjunto, quisiera una sociedad más justa, más equitativa y más equilibrada. Aspiro también a un espacio rural de respeto, que los recursos naturales se ordenen, que no encontremos quienes siembran en los bordos de los ríos, que no haya quien tire cochinadas a nuestras aguas, que sigamos trabajando para recuperar la capacidad productiva de los suelos, que se han erosionado. Aspiro a que en este país haya formalidad, que podamos hablar de unidades productivas y no de productores. Si seguimos pensando en los productores, nunca vamos a terminar de satisfacer las necesidades de los individuos. Lo que debemos hacer es fortalecer las capacidades de las unidades de producción. Si bien por otro lado debemos atender productor como un individuo de una sociedad rural que hoy tiene carencias y necesidades en seguridad social, carreteras, los drenajes, agua potable, etcétera. Hemos cometido el error durante mucho tiempo de tener a los productores sometidos a un patrón de cultivos poco rentable y hemos permitido la pulverización de la tierra. Hoy tenemos que buscar de qué manera compensamos generacionalmente al productor, que tenga un ingreso digno, que le permita hacer ese cambio tecnológico hacia la productividad. Y algo importantisimo: necesitamos que los derechos de propiedad sean reconocidos y facilitados y que haya circulación de la tierra.

3.- Con ideas. En mi carácter de productor, cambiando y estimulando el cambio tecnológico, generando fuentes de empleo por medio del valor agregado y el acceso a los mercados, con escolaridad y capacitando a toda la gente en nuestras comunidades.