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Fiestas patrias

Once filtros de seguridad en las inmediaciones de la Plaza de la Constitución

Lluvia, temor y desencanto alejaron al público del Grito en el Zócalo

Entre 30 mil y 35 mil personas asistieron al festejo otrora cívico y popular

Afuera se quedaron la venta de banderas y antojitos tradicionales

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El Zócalo capitalino durante los festejos del 15 de septiembreFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Sábado 17 de septiembre de 2011, p. 2

La escasa asistencia de entre 30 mil y 35 mil personas al ritual celebratorio por el aniversario 201 del Grito de inicio de la Independencia, fue uno de los aspectos más destacados de la lluviosa noche del jueves pasado en el Zócalo capitalino. Una asistencia considerada histórica por algunos, pues representó la mitad de lo esperado, o más bien, del límite máximo que se permitiría ingresar.

Ahora no se impuso el avasallador y polémico festejo bicentenario del año pasado, ni hubo desfile de aspiración espectacular, ni diversos escenarios a lo largo de Reforma, ni una costosísima Estela de luz que todavía no se inaugura, ni el relumbrón mediático, técnico y pirotécnico, ni tampoco el enigmático Coloso, identificado por muchos con el traidor Benjamín Argumedo, ni mucho menos una asistencia masiva.

Ello pese a que ahora, después de que integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas quitaron su plantón del Zócalo tras una negociación con autoridades federales y locales, éstas invitaron a la ciudadanía a participar en los festejos, a diferencia de los llamados de 2010 a mejor celebrar en casa y ver la ceremonia por televisión.

¿Las causas posibles de este Zócalo semivacío, o semiocupado? Quizás la lluvia persistente, el temor ante la violencia que predomina en el país y/o una forma de desplante o desencanto social al poder político.

Aunque existiría una cuarta, poco referida en las reflexiones ciudadanas en las redes sociales, de carácter cultural: el proceso de expropiación y desmantelamiento, en los últimos años, de lo que fue una verdadera fiesta cívica popular y que, a su vez, de algún modo, había logrado marcar distancia de la fiesta cívica oficial y desarrollar, en las calles y en el Zócalo, uno de los festejos fundamentales para la identidad cultural urbana, chilanga.

Igual que el año pasado, ahora también hubo un fuerte dispositivo de seguridad de autoridades locales y federales, pero de manera extraña no se dieron tumultos ni largas filas en los 11 filtros de acceso instalados en las calles que circundan al Zócalo. Cada filtro tuvo tres círculos de control o revisión: los dos externos a cargo de corporaciones del gobierno capitalino, y el de acceso a la gran plaza, del Estado Mayor Presidencial, que instaló arcos magnéticos.

Afuera se quedaron la venta de sombreros, gorros, bigotes, banderas, silbatos, rebozos, aerosoles y antojitos tradicionales. Y adentro, casi en la asepsia: Televisa y Tv Azteca sobre todo, apostados en su montaje hasta en las azoteas de los edificios del gobierno de la ciudad; un enorme escenario con cantantes como Pedro Fernández y Maribel Guardia, acompañados de mariachis y arropados por todo el poder y estrechísima visión del mundo de la industria de los espectáculos. ¡Creamos en México, viva México!, insistían los animadores, sin dar argumentos, desde su gran plataforma y las megapantallas.

Adentro quedaron también los 30 mil o 35 mil asistentes, la gran mayoría de familias de sectores populares, quienes no pudieron comprar los alimentos ni la utilería para su, por ahora disminuida, emotiva teatralización nacionalista. Para ellos lo fundamental parecía ser su singular interpretación y visión de la suave patria, que ahora les han convertido en áspera.

Empapados porque tampoco podían ingresar paraguas ni había casi vendedores de hules o impermeables de 10 pesos, también coreaban, gritaban y respondían las arengas televisadas. Pero para aquellos el momento más importante aún era, así se observó: el Grito, el Himno Nacional, la Bandera, los fuegos artificiales, la banda de guerra, la banda de música, y el relajo.

Por un rato los mariachis callaron su estruendo para dar lugar, en off, a El credo mexicano, de Ricardo López Méndez, poeta, locutor y asesor del gobernador yucateco Felipe Carrillo Puerto:

México, creo en ti, / como en el vértice de un juramento. / Tú hueles a tragedia, tierra mía, / y sin embargo ríes demasiado, / acaso porque sabes que la risa / es la envoltura de un dolor callado.

Siguió una banda de música, que tocó y cantó al pie del balcón presidencial un popurrí de clásicos, entre el Cielito lindo y la Adelita, pero que no podía verse porque ante ella instalaron un graderío ocupado por espectadores, éstos sí con paraguas, que daban la espalda a los 30 mil o 35 mil.

Era el preámbulo al Grito. Un señor joven abrazaba emocionado a su hija e hijo, de unos ocho y 10 años, mientras los tres cantaban el Himno Nacional. El señor les había señalado a los pequeños: Por ahí, por donde está la bandera [pendón guinda] con el águila, por ahí aparecerá. Y la niña gritó, entre los diversos gritos de sus vecinos: ¡Ya, Calderón, ya sal!

Y es que las 23 horas no llegaban y la mayoría de la gente había tenido que abandonar el cobijo de los portales para colocarse bajo el balcón central del Palacio Nacional. Por eso quizá muchos también gritaban: ¡Que salga, que salga!, o ¡Que se moje, que se moje!, o de plano ¡Culeeero, culeeero! También hubo voces a favor, aunque pocas. Un joven sólo gritó, casi neutral: ¡Felipillo! Y un grupo familiar: ¡Calderón, Calderón!

Se deduce entonces que más que esperar al que gritaría, esperaban el Grito en sí, el poder expresar su grito de apego al país, como lo hicieron el señor joven con sus dos hijos. Quizá la mayoría de los 30 mil o 35 mil asistentes no se sepan al dedillo el mito nacional, pero sí el rito. Y si el rito persiste, el mito también.