Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿La Fiesta en Paz?

Dos monosabios, dos diestros y un subalterno

J

orge García Allende, experimentado cronista de Guadalajara, escribe: Muy apreciado amigo Leonardo, no es nada fácil describir lo que sucedió el pasado domingo en la plaza Nuevo Progreso de Guadalajara. En mis más de cinco décadas de ver festejos taurinos, casi dos de las cuales lo he hecho desde el callejón de la otra plaza más importante del país, nunca me había tocado vivir en forma tan cercana el drama de un percance ocurrido a alguien no protagonista, propiamente dicho, del espectáculo.

“Poco después de las seis de la tarde del domingo 11 de septiembre, don Salvador Hernández González, de 66 años de edad, al que hacía menos de dos horas había saludado cuando ambos ingresábamos al callejón de la plaza, pasaba a escasos centímetros frente a mí, colgado a la altura del esternón del pitón izquierdo del tercer novillo-toro de la tarde, Norteño de nombre y marcado con el número 436, de la ganadería neoleonesa de El Vergel.

“Iba don Chava, como cariñosamente le llamaban sus compañeros del sindicato de monosabios, luchando por zafarse, quizá sin saber todavía que ese recorrido de poco más de 50 metros sería el último que haría por el callejón donde realizó su trabajo de portero durante más de 40 años y sintiendo tal vez que la vida le era arrancada de golpe por aquel astifino novillo que, al saltar al callejón siguiendo los vuelos de un capote, no le dio tiempo de hacer absolutamente nada que no fuera entregarse de frente a la furiosa embestida de Norteño.

“Sorpresa, susto, estupor y consternación recorrieron en automático todos los confines de la plaza y al grito inicial, siguió un ¡oh! largo, sentido, como si todos los ocupantes de las primeras barreras hubieran quedado mudos a causa de un gran nudo en la garganta, mientras los que permanecíamos el los diferentes burladeros de contrabarrera infructuosamente tratábamos de distraer al novillo avisándolo con cuanta cosa tuviéramos a mano. Qué largos parecieron esos segundos en los que vimos pasar frente a nuestros ojos a la muerte.

Después, cuando el hombre inerte fue soltado por el toro y al fin pudo ser auxiliado por sus estupefactos compañeros, todo fue confusión. Al hermetismo de la enfermería, siguieron infinidad de movimientos, alarma, dudas. Nadie se atrevía a encarar a los medios ahí reunidos, hasta que finalmente el doctor Francisco Preciado, dio un parte parcial del estado de don Salvador y de la magnitud de la gravísima cornada que, poco más de 30 horas después, le arrancaría la vida pese todos los esfuerzos del cuerpo médico que lo atendió en el hospital San Javier, de la colonia Providencia, concluye García Allende.

En efecto, el veterano monosabio Salvador Hernández, quien también se desempeñaba como técnico de autopsias en el servicio médico forense local, sufrió una herida de 60 centímetros de extensión en el abdomen y otra de 20 en el diafragma, así como la fractura del esternón, una lesión en el hígado y desgarramiento del pericardio. Le sobreviven su esposa, tres hijos y dos nietos.

Norteño fue un novillo de esmerada crianza, negro bragado, caribello y lucero, muy bien puesto de pitones, alto de agujas o con una distancia mayor de la pezuña a la cruz, armonioso de hechuras, con sus astas íntegras y 425 kilos de peso. Hizo una salida alegre, acudió pronto al capote que asomó desde un burladero y en su viaje saltó la barrera, sólo para encontrarse con el pecho de don Chava, al que empitonado arrastró por el callejón en raudo galope.

Documentar el dramatismo. Por desbravada coincidencia, en las plazas más importantes del país, la México y el Nuevo Progreso de Guadalajara, sólo han fallecido un monosabio y un diestro. En el coso de Insurgentes, Rafael Domínguez Gamucita, el 8 de octubre de 1978, por cornada de un novillo de Haro, y el rejoneador Eduardo Funtanet, el 16 de marzo de 1997, al ser arrollada su cabalgadura por un toro de Cerro Viejo. En Guadalajara, el novillero Alberto Bricio, el 6 de junio de 1993, por un burel de Yturbe, y el domingo pasado, el monosabio Salvador Hernández. Otro torero murió en el ruedo de la Plaza México, el subalterno Mariano Rivera, el 30 de enero de 1955, aunque no por cornada, sino de un infarto mientras acompañaba a su matador, el español Emilio Ortuño Jumillano, a dar la vuelta al ruedo.