Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de septiembre de 2011 Num: 864

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dakar
Francisco Martínez Negrete

Las fuentes Wallace
Vilma Fuentes

Mayúsculo que
es minúsculo

Emiliano Becerril Silva

De formato mayor
Juan G. Puga entrevista
con Pablo Martínez

Ricardo Martínez,
un proceso creativo

Ricardo Martínez
nos observa

Juan G. Puga

El error cultural y las facultades musicales
Julio Mendívil

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
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La mexicanidad sospechosa en Juan Ruiz de Alarcón

Para Salvador Cruz

Juan Ruiz de Alarcón es uno de los autores de la lengua española más fascinantes, tanto por sus aportaciones estéticas como por las vicisitudes de su vida personal. Nacido en Real de Taxco, hoy estado de Guerrero, a Juan Ruiz de Alarcón se le exige una cuota demasiado cara para el momento histórico en el que escribió sus obras: se le pide ser mexicano. Esta exigencia ha permeado muchos de los acercamientos críticos que giran en torno a su labor y ha desviado en gran medida la atención que debe dirigirse a su producción teatral. Se sabe, recientemente, que no nació en 1580 sino en 1572, y que esos ocho años explican, sin dejar de lado su autocrítica y disciplina escritural, la madurez de su teatro, la concisión para delimitar personajes, su brillante tacto para proyectar situaciones y desarrollar historias (como La verdad sospechosa) que influyeron en el mismo Molière. A Ruiz de Alarcón se le debe, por ejemplo, la creación de la Comedia de Caracteres y la invención de la arquetípica figura conocida como el “simple”.

Si en nuestros días hay obras a las que se les culpa de eludir el asunto de lo mexicano y hay autores que han sido acusados de malinchistas y europeizados, ¿por qué habremos de pedirle a Ruiz de Alarcón, a unos cuantos años de la conquista de Tenochtitlán, una identidad mexicana que, a lo largo de los siglos, no ha terminado de definirse? En su libro Juan Ruiz de Alarcón en el tiempo, Rodolfo Usigli apunta:  “Sus contemporáneos lo encuentran criollo, y sus críticos de entonces, por no hallar mejor salida en su candidez, lo disfrazan con el adjetivo de extraño.” Difícil situación la de Alarcón, con un pie en España y con el otro en la Nueva España, creció en un siglo decisivo para la historia del mundo, y fue visto con burla (era pelirrojo y jorobado) por muchos de sus contemporáneos, Lope de Vega y Quevedo, entre otros. Sin embargo es fácil advertir que, detrás de la sorna, se hallaba la admiración por el conjunto de obras magníficas que ahora son reclamadas como españolas y mexicanas. Usigli hace el balance de las veces que Ruiz de Alarcón menciona elementos mexicanos: “Estadísticamente, en sus veintiséis comedias, sólo una vez menciona de modo concreto a Méjico.” Habría que responderle a quienes buscan lo “mexicano” en Ruiz de Alarcón que el criollismo es, en sí mismo, una condición del ser extranjero; sin definición precisa e inmediata, el criollo buscaba un refugio: Juan Ruiz de Alarcón lo encontró en su admiración por España. ¿Debemos criticar esta postura? No, hacerlo sería perder de vista las aportaciones de un genio del arte dramático a una tradición por demás nutrida como la mexicana que tiene en España un referente, una relación ancestral que, sumada a lo indígena, árabe y africano, dan como resultado los rasgos apenas perceptibles de nuestro espíritu.