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Andanzas

Paul Taylor, en la épica de la danza y países nórdicos

P

erteneciente a la cadena legendaria de creadores e innovadores de la danza moderna estadunidense, cuya poderosa influencia en el mundo desde principios del siglo XX sentó las bases de una nueva era artística, Paul Belville Taylor, joven de gran belleza talento y estatura, nacido en Pittsburgh, Pensilvania, en 1930, rápidamente se convenció de que la pintura y las artes plásticas no eran para él y no tardó mucho en hacerse de becas, amistades y relaciones que lo impulsaron definitivamente hacia la danza, para la que resultó una adquisición notable.

Así, los centros de ebullición más importantes de aquel cuarto de siglo XX, como la famosísima Juliard School o el Connecticut College y el Ballet Dance School del Metropolitan Opera House de Nueva York, bajo la sombra de la celebérrima Martha Graham, principalmente, colocaron de golpe a Paul Taylor en el epicentro creativo de la época, pues en la compañía de la señora Graham interpretó papeles importantísimos en aquellas cimbreantes coreografías que entonces rasgaban el velo del pasado, el presente y el futuro para asentar una de las escuelas más importantes del siglo, pues sencillamente la señora Graham logró sintetizar en un código corporal la secuela de teorías y diseños académicos de las más importantes figuras de la danza, desde Isadora Duncan hasta Mary Wigman, Greta Palucca, Ruth Saint Denis y Ted Shawn, sin pasar por alto las significativas corrientes orientales corporales y espirituales, tan de moda en aquella época.

Taylor era famoso y gustaba tanto al público, que recibía constantemente invitaciones de grandes compañías para bailar con ellas, como si fuera una estrella de cine. Así, en la crème de la crème, este artista excepcional, también probó las mieles del genio de Balanchine en el New York City Ballet, por lo que no tardó en fundar, en la década de 1950, su Paul Taylor Dance Company. Viva y triunfante hasta el presente, con un historial de éxitos coreográficos, encontró su inconfundible estilo, en el que el lirismo y el humor nunca le fueron ajenos, en contraste con la mayoría de los coreógrafos dedicados a la solemnidad y el drama, salvo la inolvidable Agnes de Mille, quien aportó al sentimiento propio de la danza estadunidense con radiante dinamismo y alegría de bailar.

Así, pues, Taylor vendrá al Festival Internacional Cervantino (FIC) y tendremos la oportunidad única de ver si aquello de renovarse o morir tiene peso.

En los años 60, Paul Taylor se presentó en el Palacio de Bellas Artes en plena fiebre grahamiana de los grupos mexicanos, en la que no todos lograron comprender la magnitud del rompimiento, la transformación, el desarrollo diferente. Sin embargo, la semilla del cambio quedó arraigada de alguna forma también con los breves cursos que impartió en esta ciudad una importante visionaria del nuevo arte, quien bailó en Bellas Artes Bellas Artes, compañera del gran pintor Rauschenberg, los cuales estuvieron cargados de innovadoras y valientes propuestas.

También tuvimos la oportunidad de verlo en la sala Miguel Covarrubias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en los años 80, causando sensación en la nueva generación con sus característicos saltos bucólicos, con las rodillas dobladas y los brazos redondos a lo alto, con los conciertos de Brandeburgo, de Bach, así como con el gran humorismo del ballet The Big Bertha, totalmente distinto al lirismo de la danza anterior.

Taylor ha bailado con el Nederlands Dance Theatre Ballet, de Ámsterdam, una de las más prolíficas y exquisitas ventanas de la danza innovadora europea, que con Béjart abrió un enorme camino a la fusión de las técnicas y temas.

Sin embargo, Taylor no se extasía únicamente con Bach, la belleza etérea y fugaz; también atiende temas complejos de la vida y la sociedad, logrando con su repertorio interesantes contrastes, como la guerra, la belleza, la moral y lo espiritual, así como el humorismo agudo del romanticismo, la sexualidad y la muerte, creando con sus movimientos un vasto lenguaje con el sello que lo distingue y perdura desde hace muchos años, y que muy pronto veremos en el FIC.

Jubilado desde 1974, se ha dedicado con su compañía a la coreografía, logrando ya 134 obras en colaboración con personas como Raucshenberg, Jasper Johns, Alex Katz, Gene Moore, John Rawlings y la extraordinaria hechicera de la iluminación y ambientación, Jennifer Tipton, quien se presentó en los años 80 en la UNAM, con la Twyla Tharp Dance Company.

Es muy importante ver nuevamente a talentos como Taylor, quien se presentará en el auditorio del estado del 27 al 29.

También esperamos con emoción a invitados de honor de los países nórdicos, como Jo Stromoren, de Oslo, Noruega, con Zero Visibility Corp. Estará en el auditorio del estado del 13 al 15 de octubre. También tendremos a Virpi Pahkinen, de Finlandia, el 17 y 18 en el Teatro Principal.