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Derechistas utilizan a los mexicanos como chivos expiatorios para acusarlos por el desempleo

Una batalla entre el peligro y la necesidad, la vida diaria de los indocumentados en Arizona

Al amparo de la ley implementada hace un año, se obligó a una inmigrante a parir esposada a una camilla

Foto
Imagen tomada desde afuera del Centro de Trabajo Macehualli, que acoge a los jornaleros. En la parte inferior del letrero racistas borraron donde dice City of porque se ofendieron que la ciudad apoye, o haya apoyado, a la entidad que acoge a los trabajadores migrantesFoto Elizabeth Coll
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 8 de octubre de 2011, p. 23

Phoenix, Arizona, 7 de octubre. Antes, a diario llegaban cientos de jornaleros al Centro de Trabajo Macehualli, pero con la doble crisis causada por la ley antimigrante SB1070 y la economía estancada, sólo seis de los 16 que arribaron hoy lograron conseguir chamba. Son las 9 de la mañana y los 10 hombres que siguen aquí ya no ganarán nada este día. En general, afirman, sólo consiguen trabajo uno o dos días a la semana.

Dicen los trabajadores que los patrones ya no quieren llegar hasta la entrada del centro, porque se asustaron con los minutemens que protestaban frente a ellos, armados con pistolas y a plena vista, como permite la ley en este estado del viejo oeste. Estos vigilantes tomaban fotos de las placas de los contratistas, quienes temen ser sancionados por emplear indocumentados. Ahora los patrones prefieren recoger a los jornaleros en la calle, de manera fugaz, sin dar su información a los compañeros del centro que toman registro para la seguridad de los trabajadores. Algunos jornaleros se desesperan hoy, y se detienen al lado de la calle, arriesgando todo; dicen que hasta ahora la policía no ha entrado al Centro Macehualli, pero a cado rato levanta migrantes en la calle de enfrente.

Desde que se implementó la ley SB1070 hace un año, la vida de los migrantes de Arizona es una batalla entre el peligro y la necesidad. Manejan por necesidad, aunque un indocumentado no puede sacar licencia de conducir. Aquí en Arizona pasa un mexicano y la policía se pone atrás, dice Fernando (los nombres reales han sido omitidos por consideraciones a la seguridad personal de los jornaleros), un chihuahuense padre de familia. Si los detienen, los llevan a la cárcel, y de allí son entregados a las autoridades de migración.

Una vez en manos de la migra, explican, se les da la opción de firmar una salida voluntaria del país o permanecer tres meses en la cárcel en espera de un juicio. Entonces mejor optas por salir, y regresar por el desierto. Porque no puedes dejar a tu familia aquí, y a México no te la puedes llevar, cuenta Fernando. Pablo, un joven michoacano, añade que resulta más barato salir y entrar otra vez, ya que la fianza es una cantidad absurda, de 5 mil a 7 mil dólares.

Además del arresto y la deportación, la policía llevará el auto al corralón y el dueño tendrá que pagar 700 dólares para sacarlo. Multas así les hace pensar que el estado quiere superar su déficit presupuestario a costa de ellos. “Nos quieren echar la culpa de todo –lamenta Pablo– pero nosotros pagamos impuestos, y muchos nunca reclamamos nada. Todo ese dinero queda allí. ¿Por qué no nos dicen que estamos construyendo la economía?” Propone una amnistía migratoria que podría ser un gran estímulo económico para el país: entraría mucho dinero regularizando a los millones de indocumentados y sería mejor crear empleos antes que llenando las cárceles de migrantes.

En Arizona, los políticos derechistas y los locutores de radio patrióticos dicen lo contrario, usan a los mexicanos como chivos expiatorios al culparlos del creciente desempleo y el descontento social. El ambiente de odio es palpable y, como dice Fernando, la vida diaria es una guerra sicológica. “El odio es un virus, y mientras haya quien lo alimente, va a seguirse reproduciendo. Y aquí hay varios químicos tóxicos: el sheriff (Joe) Arpaio, la gobernadora Jan Brewer (a quien llaman ‘la bruja’) y también (el senador federal John) McCain.”

La semana pasada, el músico Manu Chao visitó el centro de jornaleros, cantó y platicó con ellos poco antes de brindar un concierto gratuito en repudio a las leyes antimigrantes. Agradecieron su apoyo, pero de 10 jornaleros sólo uno se atrevió a asistir al concierto en el centro de la ciudad. Corría el rumor de una posible redada y el riesgo era alto. Lamentaron que muchas veces sólo los que ya tienen papeles pueden manifestarse públicamente por todos ellos. Es una lástima, dice Pablo, porque en puño sí nos tienen miedo. Pero primero hay que pensar en la familia.

El odiado racista Joe Arpaio

Pepe, un sonorense que lleva 15 años aquí ve claramente cómo el ambiente ha cambiado: Ahora nos gritan cosas en la calle. En las tiendas te ven diferente, por ser mexicano. Al bajar del carro yo lo hago con temor, con miedo y con la cabeza agachada. Se siente uno muy inseguro. Intenta explicarle a sus hijos estadunidenses que no deben temer a la policía, pero el miedo de él y de su esposa les contagia: “‘Allí va un policía, pa’, me dicen cuando vamos en el auto. ‘Ya lo miré, hijo’”, le asegura, y a continuación se mete a un mall hasta que pase la patrulla.

El sheriff del condado de Maricopa, Joe Arpaio, se dedica a nutrir el clima del miedo. Organiza citizen’s posses, grupos de voluntarios bajo su mando, incluyendo una fuerza de aviones privados que cazan indocumentados y narcotraficantes. Anuncios espectaculares por toda la ciudad anuncian un número de teléfono para reportar a los ilegales. Mantiene una cárcel de carpas, a la que él llama campo de concentración, donde los presos aguantan condiciones humillantes bajo el sol inclemente de Phoenix, la ciudad más grande del desierto de Sonora. Ahí está el testimonio de Alma Chacón, una migrante indocumentada detenida en una parada de tráfico en 2008, quien debió dar a luz con la mano y el pie esposados a la camilla por órdenes de un oficial del sheriff.

Arpaio, bajo investigación federal por abuso de poder y violaciones de los derechos civiles, también está acusado de haber malversado 99 millones de dólares de su presupuesto. Pero esto no ha tenido ningún efecto sobre sus operaciones antinmigrantes, celebradas y presentadas como un ejemplo a seguir por fuerzas ultraconservadoras por todo el país.

Explican los jornaleros que las redadas y retenes del sheriff se caracterizan por una demostración de fuerza excesiva: Ocupan 100 alguaciles para detener a cuatro mexicanos que trabajan en un restaurante. Cuenta Fernando que el otro día fue a trabajar en un suburbio y vio a cuatro sheriffs deteniendo a un yardero que arreglaba el pasto en una casa particular.

–¿Y qué le pasó a ese trabajador?– le pregunto.

–Quién sabe. Aquí siempre es mejor correr que investigar.