Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de octubre de 2011 Num: 866

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El sexenio sangriento
Amalia Rivera entrevista
con James D. Cockcroft

El documental, ventana
de ventanas

Jaimeduardo García entrevista
con Raúl Fajardo

Diálogos entre Joyce, Boulez, Berio y Cage
Carlos Pineda

Daniel Sada: el resto
es coser y cantar

José María Espinasa

Fraternidad, la idea olvidada de Occidente
Fabrizio Andreella

La piel de la palabra
Luis Rafael Sánchez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Enrique López Aguilar
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Memorias y exilio: Angelina
Muñiz-Huberman

Las memorias permiten elaborar el registro de cosas idas, el recuento de asuntos debatibles, el asomarse para mirar las aristas un tanto incógnitas de experiencias irrepetibles. Son testimonio personal donde se recoge la mirada que vio acontecimientos distintos. Será por eso que algunos escritores hispanomexicanos han optado por las memorias como uno de sus géneros literarios. Los mayores de ellos (nacidos entre 1925-1928) salieron de España y llegaron a México alrededor de los catorce años de su edad; los intermedios (nacidos entre 1930-1931) lo hicieron alrededor de los diez años; y los más pequeños (nacidos entre 1934-1937), alrededor de los cinco años. La diferencia es suficiente como para que a la mayoría de ellos pueda aplicarse lo que dijo Luis Rius: “Éramos demasiado pequeños para ser españoles y demasiado grandes para ser mexicanos.”

Los escritores hispanomexicanos (adjetivo que Arturo Souto parece haber tomado del nombre de una de las escuelas para refugiados, la Academia Hispanomexicana, donde él dio clases) compartieron con sus padres el hecho del exilio, aunque no lo hubieran decidido. Los autores pertenecientes a los dos primeros grupos generacionales contaban con recuerdos españoles (algunos, muy vívidos; otros, transformados por la evocación), mientras que los autores del tercer grupo tuvieron una imagen nula o borrosa de España. Blanco Aguinaga pertenece al primero; De Rivas, al segundo; es misterioso que del tercero hayan surgido dos escritores memoriosos: Muñiz-Huberman y Patán.

Angelina Muñiz-Huberman (Hyéres, 1936) ha publicado dos libros de seudomemorias: Castillos en la tierra (1995) y Molinos sin viento (2001); actualmente prepara el cuarto: La pluma en la mano; y se encuentra en prensa Hacia Malinalco, el tercero. Aunque Las confidentes es un libro de cuentos, de alguna manera se engarza con el “género” de las seudomemorias. Para entender el prefijo elegido por Muñiz-Huberman valdría la pena hacer algunas precisiones acerca del otro género, aunque la autora lo esclarece con palabras dichas para una entrevista concedida en 2001:  “La memoria es frágil y poco creíble. Yo no estaba segura de la veracidad de mis recuerdos, por eso comencé a dudar de la memoria e inventé el género seudomemorias, que incluye elementos ficticios. Además, este género me permite narrar en tercera persona.”


Angelina Muñiz-Huberman

Las memorias, como el diario, pertenecen al género autobiográfico, pero las primeras son relaciones escritas por quienes han formado parte de los acontecimientos que refieren, o por quienes han sido testigos presenciales de los mismos, y los autores guardan cierta distancia con respecto a los acontecimientos descritos (en general, el hecho escritural de las mismas suele ocurrir al final de sus vidas), mientras que en el diario los sucesos son más inmediatos.

Las memorias abordan acontecimientos precisos dentro de ciertas circunstancias temporales, en las que se incluye la intervención de diversas personas (públicas o privadas, famosas o desconocidas) en un contexto histórico definido: aluden al ámbito de algunos hechos “externos” y se escriben desde el punto subjetivo de un autor que, al haber sido testigo de los sucesos narrados, ofrece su versión de los mismos. Eso favorece el uso de la primera persona narrativa y el ejercicio de una subjetividad comprensible y casi connatural. Además, las memorias no suelen abarcar toda la vida de una persona (eso ya sería una autobiografía), sino un período preciso que ha dejado alguna impronta en la vida del autor.

Para el caso de Angelina Muñiz-Huberman, Castillos en la tierra y Molinos sin viento están concebidos como dos novelas narradas desde una tercera persona, con una protagonista llamada Alberina (metamorfosis sonora y ortográfica de “Angelina”), en las que se cuentan las cosas que mira y vive el personaje, circunstancias que asombrosamente coinciden con las vividas por la autora desde su salida de Cuba hasta su llegada a México. Entre ambas obras se abarca la experiencia infantil de Alberina, entre sus seis y nueve años, de manera que se caracterizan por la sencillez del lenguaje y por percibir la realidad mediante la mirada de una niña. Ambas obras tienden a una introspección donde se muestra el mundo interior del personaje y, desde luego, se alude a las referencias del entorno de los adultos. Lo que vuelve “seudomemorias” a ambos libros es su condición ficcional, puesto que la autora introduce en ambas novelas diversas situaciones que se alejan del “orden histórico” de las memorias.

¿Seudomemorias? ¿Novelas memoriosas? ¿Memorias novelizadas? La crítica y el tiempo lo definirán.