Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de octubre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU: el juego de las conjuras
E

l fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, informó ayer que la FBI y la DEA lograron frustrar un importante acto terrorista en Estados Unidos, urdido por facciones del gobierno iraní, que incluía el asesinato del embajador de Arabia Saudita en Washington, Adel Al-Jubeir, y ataques con bomba contra las embajadas de ese país y de Israel. De acuerdo con la acusación presentada por el gobierno estadunidense, uno de los detenidos, el ciudadano iraní Manssor Arbabsiar, sostuvo varias reuniones en México con un agente infiltrado de la DEA que se hizo pasar por integrante de algún cártel del narcotráfico y a quien pagaría por llevar a cabo el atentado.

Más tarde, el subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte, Julián Ventura, informó que el pasado 28 de septiembre personal del Instituto Nacional de Migración impidió el ingreso al país a Manssor Arbabsiar –sobre quien pesaba una orden de arresto girada por una corte de Estados Unidos–, emitió una alerta internacional y lo hizo regresar a territorio estadunidense, donde fue finalmente detenido.

Es pertinente recordar que uno de los rasgos característicos de la proyección internacional de Estados Unidos, particularmente en lo que se refiere a seguridad nacional, ha sido la difusión –con ayuda de los círculos de pensamiento cercanos al poder y de los principales medios de comunicación de ese país– de presuntos vínculos entre enemigos reales o imaginarios de Washington, independientemente de si tales nexos se corresponden con la realidad. El ejemplo más célebre de esa tendencia es la invención del llamado eje del mal por George W. Bush, que incorporaba a los gobiernos de Corea del Norte, Irak e Irán, los cuales eran presentados por el político texano como regímenes aliados entre sí –lo que no podía ser más falso–, además de cómplices del terrorismo internacional.

En el caso concreto de nuestro país, desde hace tiempo el gobierno de Washington ha venido jugando con la idea de alianzas entre las organizaciones delictivas que operan en el territorio y grupos terroristas internacionales: baste citar, como botones de muestra, las declaraciones de la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, quien en febrero pasado sostuvo que la administración de Obama “ha estado pensando qué pasaría si Al Qaeda se uniera con los Zetas”; los dichos formulados un mes después por el director de Inteligencia estadunidense, James Clapper, quien aseguró que la narcoviolencia en la frontera con México supone una potencial amenaza terrorista para Estados Unidos y, más recientemente, las expresiones del senador republicano de Texas Michael McCaul, quien sostuvo que los niveles de violencia extrema al sur de la frontera se ajustan totalmente a la noción de terrorismo.

Estas afirmaciones, a su vez, han de ser contrastadas con lo asentado por el embajador Carlos Pascual en un cable diplomático fechado en febrero de 2010, filtrado por Wikileaks y difundido por este diario: Ninguna organización terrorista internacional conocida tiene presencia operativa en México ni han tenido lugar incidentes terroristas dirigidos contra personal o intereses estadunidenses en territorio mexicano u originados en él.

La supuesta conjura contra las embajadas israelí y saudiárabe en Washington es poco verosímil por sí misma, pero resulta preocupante que las propias instancias del gobierno vecino se empeñen en involucrar a México en ella, así sea mediante falsos narcotraficantes.

No debe olvidarse que, aunque lo dicho ayer por Holder carezca de elementos de sustento en la realidad, el telón de fondo ineludible de ese presunto atentado frustrado es el creciente protagonismo de Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno calderonista y la correspondiente abdicación de este último a potestades y responsabilidades soberanas en materia de inteligencia y seguridad. Así pues, no puede descartarse que el propósito real de esta revelación sea potenciar el injerencismo estadunidense en el proceso de violencia que se desarrolla en México y dar sustento a las cada vez más desembozadas propuestas de intervención militar por parte de diversos políticos y funcionarios estadunidenses.