Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de octubre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La expulsión
L

as razones de que los miembros de la Compañía de Jesús fueran expulsados en el siglo XVIII de España y sus posesiones ultramarinas han sido motivo de grandes controversias y José Ramón Enríquez, el autor del poema dramático La expulsión, no inquiere demasiado en ellas, dando como “único motivo su renuencia a acatar la autoridad real. Su propósito es otro. Para el poeta y dramaturgo lo esencial es revivir una etapa del país que no es demasiado conocida y apuntar una idea de la mexicanidad y de la pertenencia a una nación en este entramado de lealtades que es el conflicto por el que pasaron los jesuitas en su diáspora. Además de ello, y casi al final de la obra, ofrece en boca de José Ignacio ya envejecido, la tesis de que la Independencia no fue producto de que llegaran a la Nueva España las ideas de la Ilustración, sino de las enseñanzas y escritos de la Compañía; según el escritor Alberto Ruy Sánchez, en el prólogo a la obra editada por El Milagro, la gesta independiente se habría dado con toda tersura –y aquí el prologuista increpa a los responsables de la lucha armada– si los jesuitas no hubieran sido expulsados dejando trunca a la nación. Ésta parece ser la tesis medular de La expulsión y yo, que no soy creyente ni historiadora, prefiero ocuparme del hecho teatral.

Enríquez utiliza en general el verso blanco compuesto por endecasílabos y heptasílabos, a veces una u otra métrica, a veces combinadas ambas, y décimas clásicas en las escenas de las monjas, así como citas exactas de algunos actantes históricos, sobre todo los que han dejado obra escrita. Intercala personajes ficticios con personajes reales como los jesuitas José María Ignacio Amaya, quien es el hilo conductor de la obra, Francisco Javier Alegre y Francisco Javier Clavijero, además de Carlos III, arzobispo Francisco de Lorenzana, Carlos Francisco marqués de Croix y el visitador José Francisco de Gálvez y Gallardo. La gran cantidad de escenarios que se pide es resuelta por el escenógrafo Jesús Hernández –con el apoyo de la iluminación de Philippe Amand– mediante un gran cubo de cuyas paredes se desprenden módulos rectangulares que conforman asientos o escalinatas y un saliente usado como balcón, mientras los muebles de época son introducidos por lacayos dieciochescos y la copia del retrato de Carlos III por Antonio Mengs –pedido por el autor– y la entrada a caballo, estilizado cual escultura, de José de Gálvez que recuerda muchos de sus retratos, así como la cruz de Tepotzotlán del principio son las principales citas iconográficas. Otras se ven estampadas en el vestuario de los jesuitas en el extranjero diseñado por Estela Fagoaga acorde con la escenografía abstracta y se mantiene el entrecruzamiento de tiempos con la música de Alberto Rosas entonada por un coro con el solista Evanivaldo Correa.

Luis de Tavira dirige el poema dramático con estilos diferentes para cada escena y cada personaje. De la suntuosidad de las cámaras real y virreinal con los movimientos pedantescamente estilizados por el marqués de Croix, hasta la penuria de los expulsados en Veracruz, por poner un ejemplo, o los movimientos balletísticos –en coreografía de Marco Antonio Silva, encargado del movimiento corporal– de las monjas presididas por Sor María Josefina. Damas y caballeros de la universidad italiana que siguen a Cornelius de Pauw muy elegantes y formando brillantes conjuntos contrastan con la paupérrima y oscura habitación en que muere el hermano Santiago y así se podrían dar múltiples ejemplos, entre los que sobresale la bella escena en que José Ignacio joven a punto de partir a Rusia entrega su maleta a José Ignacio viejo, quien como tal regresará. Movimientos casi imperceptibles como los de los espías junto a escenas de gran formato y variados personajes son la constante del trazo del director que incluso baja el techo y lo inclina para mostrar las jerarquías de la Nueva España.

El elenco es muy amplio y por razones de espacio sólo mencionaré a algunos de sus miembros sin demérito de los demás: Emilio Echevarría como Francisco Javier Clavijero. Miguel Flores en varios papeles, José María de Tavira como José Ignacio, Blanca Guerra como la Superiora, Rodrigo Murray como el marqués de Croix y Cornelius de Pauwl, José Sefami como Carlos III, Marina de Tavira como Sor Mara Josefina y Antonio Rojas como Francisco Javier Alegre.