15 de octubre de 2011     Número 49

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La comunidad wixárika en asedio permanente


FOTOS: César Carrillo Trueba

Regina Lira

Las sociedades huicholas tienen características muy diversas: las que en las costas nayaritas viven del turismo, las desplazadas, los ejidos y las comunidades que viven el temor permanente de perder sus tierras en manos de los vecinos mestizos en las montañas nayaritas y duranguenses y las de las serranías de Jalisco designadas como las “más tradicionales”. Dentro de sus comunidades, se distingue el que se apega al costumbre, el que es político, o el que empieza a ser medio teiwari (“vecino” o mestizo). Desde fuera, el wixárika o huichol es percibido de múltiples maneras: el mara’akame, el artista, el músico, etcétera, mas algunos de sus vecinos mestizos los llaman “huicholitos”, calificándolos de ignorantes, supersticiosos y aislados o reticentes al “progreso”, al tiempo que se les teme por aguerridos, orgullosos, y por atraer a visitantes de regiones lejanas del mundo. Esta vecindad es contradictoria: por un lado los unen relaciones de compadrazgo, y por el otro, el acceso a los recursos y las visiones de “desarrollo” entran en conflicto.

En asedio permanente, la región no ha vivido más de 40 años consecutivos de paz en los últimos cuatro siglos; en 2008 las tensiones entre vecinos se acentuaron por la oposición que la comunidad de Santa Catarina Cuexcomatitlán o Tuapurie manifestó por la construcción de una carretera que cruza su territorio. Para los mestizos, esta obra significaba romper el abandono que la región norte de Jalisco ha padecido respecto a Guadalajara. Para los huicholes, la oposición se basaba en un hecho fundamental: la carretera cruzaba 19 kilómetros de su territorio (sin contar los derechos de vía que correspondían a 76.7 hectáreas), pero no fueron consultados y se violó una larga lista de leyes.

El proyecto de construcción de la carretera Bolaños-Huejuquilla el Alto fue retomado por el gobernador Emilio González Márquez en 2007 y promovido por los presidentes municipales de Bolaños, Mezquitic y Huejuquilla. La carretera, hasta entonces de terracería, discurre en un eje sur-norte y atraviesa porciones de dichos municipios y de las comunidades huicholas de San Sebastián Teponahuaxtlán o Wautia, y de Santa Catarina Cuexcomatitlán o Tuapurie, en donde los comuneros, por acuerdo en Asamblea, fueron los primeros en manifestar su oposición, organizando un plantón en el paraje Ciénega de los Caballos en febrero de 2008.

El encabezado de un periódico regional da muestra de la desvalorización de la pertinencia de la posición indígena: “Por razonamientos unilaterales de una comunidad, wixárikas suspenden obra carretera” (Voz del Norte, 16-28 de febrero 2008), aun cuando la prensa de Guadalajara hizo públicas las irregularidades en torno al proyecto: la falta de permisos ambientales, la violación a propiedad privada, la extracción de madera, la destrucción de un monolito zoomorfo llamado Hutsetsié (el Oso), la afectación de la ruta de peregrinación antigua, y la falsificación de un acta de Asamblea con más de 400 firmas apócrifas, actos en los que estaban involucrados funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Urbano (Sedeur), la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y las presidencias municipales citadas.

Los medios de la región también ponían en duda la capacidad de los huicholes de cuestionar por sí mismos los proyectos que les afectan. En una entrevista, el entonces presidente municipal de Huejuquilla El Alto dijo que los “líderes” de la oposición a la carretera “(se) aprovechan, parece que no les conviene que abran los ojos, entre más jodidos permanezcan los siguen manipulando” (Milenio, 18/11/2008). La asesoría legal de la comunidad provino de Conservación Humana, AC, sobre la violación a los derechos ambientales, y de la Asociación Jalisciense de Apoyo a los Grupos Indígenas, en la defensa agraria y territorial. Ambas fueron objeto de difamación en la presa local. Los huicholes recurrieron a recursos judiciales: un amparo agrario, una denuncia penal ante la Procuraduría General de la República (PGR) por daños ambientales contra cuatro funcionarios de la Sedeur y una denuncia ante el gobierno de Jalisco por daños y perjuicios.


Sitio donde quedó sepultado el lugar sagrado en que habitualmente se detenían los wixárika en su camino a Wirikuta.

La indemnización por estos daños y perjuicios, en especial por la extracción ilegal de madera de la comunidad, no se ha realizado. En una entrevista, el delegado regional de la CDI Colima-Jalisco, Guadalupe Flores Flores, dice al respecto: “Una indemnización, un pago; creo que se pudiera indemnizar de otras formas, se puede regresar a la comunidad otro recurso extra mediante proyectos que ellos soliciten, y no dinero en efectivo” (Milenio, 02/11/08). La incapacidad atribuida a las comunidades indígenas de gestionar sus propios recursos es otro de los argumentos recurrentes, y que es fomentada por los programas de gobierno, en especial por medio de los Fondos Regionales ofrecidos por la CDI que son de antemano considerados como fondos perdidos, y que propician las relaciones de dependencia y de control sobre las comunidades.

El entonces presidente municipal de Mezquitic dijo: “yo no los entiendo, para todo tienen pretextos, es muy difícil así trabajar con ellos” (Público, 22/07/08). La torpeza con que las autoridades del gobierno de Jalisco –que conocen los mecanismos de organización social y política de los huicholes pero persisten en ignorarlos– manejó el asunto sólo sirvió para fortalecer la discusión en el seno de la comunidad sobre el modelo de desarrollo deseable en respeto a sus prácticas y creencias. Y el “NO a la carretera” derivó en la pregunta “¿Qué es lo que sí queremos?” Ahora se discuten alternativas como el eco-concreto, el mantenimiento comunitario de caminos (tequio) y cómo generar el menor impacto en los bosques y suelos, ante la preocupación de los cambios climatológicos que están sufriendo.

A tres años de estallar el conflicto, la porción norte de la carretera ha quedado abandonada, los pequeños tramos pavimentados carcomidos por las lluvias, la parte que pasa por Tuapurie sigue clausurada y obstruida por montones de tierra, brechas abiertas y la destrucción de los bosques (en áreas protegidas y prioritarias para la conservación); y la porción sur está casi terminada, especialmente la cercana al centro de población minero de Bolaños. Noticias recientes indican que el amparo agrario se otorgó a favor de la comunidad de Tuapurie, pero los delitos siguen sin ser sancionados. Con dolor, los santacatarineños defienden: “pero si a nosotros nadie nos preguntó”.

Esta carretera es sólo un ejemplo de la multitud de proyectos que se están realizando en la sierra. Para algunos, los “mega-proyectos” tienen la intención de “desarticular y fragmentar a las comunidades indígenas y rurales”. Para otros, son las obvias consecuencias de las políticas económicas regidas por las leyes del mercado, donde la ambición humana no tiene límites. La “institucionalización del racismo en México” justifica la sistemática violación a las leyes internacionales que protegen los derechos de los pueblos indígenas y a las leyes ambientales que debieran salvaguardar el patrimonio natural de los mexicanos, y con ello, su futuro.

Historiadora. Prepara un doctorado en antropología social en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París [email protected]


ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos, A. García Cubas, 1885

El racismo en México
su origen y actualidad

César Carrillo Trueba

La humanidad es muy diversa, tanto en sus rasgos físicos como sociales y culturales. Las apreciaciones que se puede tener de sociedades distintas a la propia suelen estar impregnadas de lo que se considera normal allí donde se vive. El concepto de igualdad de los seres humanos es relativamente reciente y surgió en un contexto particular en Europa, rompiendo con una sociedad donde los seres humanos nacían diferentes, unos nobles y otros plebeyos. La idea de discriminación como la conocemos ahora aparece por tanto junto con la de igualdad.

De las distintas formas de discriminación que se han generado, el racismo se distingue porque se basa en ciertas diferencias que existen entre grupos humanos, las cuales son empleadas para definirlos como raza. En su acepción más amplia, el término raza designa un grupo humano con un origen común que comparte una serie de rasgos biológicos hereditarios; sin embargo, al llevarla a la práctica las dificultades siempre han sido insolubles, pues se habla de raza negra pero luego de la raza de los hotentotes. La humanidad ha sido dividida en cinco razas y en cientos de ellas y actualmente se dice que no existe ninguna. Asimismo, definir las razas desde esta perspectiva biológica, separándola de todo lo social ha resultado una labor imposible, pues sucede como si se tomara a un personaje de una pintura de castas y se le despojara de todos sus atributos sociales, hasta dejarlo desnudo –que era la manera como se fotografiaba a los indígenas en el siglo XIX–, pero después, al describir su “naturaleza”, se hace referencia a su forma de ser, de comer, de vestir, a todos los elementos que conforman la pintura. La ciencia es así, trata de borrar toda huella de la influencia que sobre ella ejerce la sociedad, se esfuerza por mostrarse neutra e impoluta, pero nunca lo logra.


ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos,
A. García Cubas, 1885

La idea de raza es por tanto una construcción realizada bajo un contexto social e histórico particular, por medio de la cual se buscaba dar cuenta de la diversidad humana desde la perspectiva de los europeos. En su conformación influyó la visión del mundo que éstos tenían entonces –y aún tienen– de los demás, y la relación de dominación que establecieron con ellos o que intentaron establecer. El racismo no es exterior a la idea de raza, pues se consolida en el contexto de expansión europea, impulsando la dominación de los otros.

Se habla de racismo entonces cuando existe una situación social y económica de desigualdad, junto con una serie de representaciones del grupo dominado, elaboradas a lo largo del tiempo por quienes dominan y estructuradas alrededor de la idea de raza, las cuales son reforzadas y legitimadas al tornar “naturales” las desigualdades en que se basa. Es también una situación, como señala Foucault, bajo la cual “se puede ejercer el derecho de matar”, tal y como sucedía con los esclavos negros que se fugaban y con los yaquis que defendían sus tierras durante el porfiriato.

En México, en el siglo XIX, en el marco de una relación asimétrica con españoles y criollos –que se consideraban como parte de la raza blanca–, los pueblos indígenas fueron catalogados como una raza inferior por su capacidad mental, sus costumbres y su modo de vida en general, y esta imagen se instaló en el imaginario social, manteniéndose hasta nuestros días junto con la misma situación de desigualdad, pero ahora en relación con la sociedad llamada mestiza.

La estructuración de un imaginario. ¿Cómo establecer las características que definen una raza?, tal era la pregunta que se formulaban en el siglo XIX los estudiosos dedicados a la antropología, la naciente ciencia del hombre, en un contexto dominado por la obsesión de cuantificar, clasificar y establecer rasgos bien definidos –originando a una gran cantidad de métodos para estudiar la variación, a datos estadísticos e índices a partir de ellos, y su comparación, todo lo cual se efectuaba al interior de un marco teórico en donde dichas características tenían un valor predeterminado, generalmente establecido con base en criterios de orden cultural, ideológico, estético.


ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos,
A. García Cubas, 1885

El marco de referencia era la teoría de la evolución de Darwin, que postulaba la supervivencia del más apto en la lucha por la vida, en la cual las razas humanas participaban inevitablemente, unas “más dotadas que otras”, afianzando su superioridad por medio de guerras coloniales. Había sin embargo quienes pensaban que más bien los blancos habían sido los primeros humanos y los demás eran una degeneración de éstos, y otros que postulaban la existencia de distintas especies humanas con orígenes diferentes. Con base en estas ideas se elaboraron varias clasificaciones, pero en todas la raza blanca ocupaba la cúspide y abajo o lejos de ella se acomodaban de distintas maneras las demás –a los indígenas de América, considerados como salvajes, nunca se les asignó un lugar muy elevado.

El cuerpo de los miembros de otras sociedades se volvió así un conjunto de rasgos y funciones que poseían un significado en un sistema de valores cuya normalidad fue establecida con base en las características de cierta población europea. ¿Cómo se establecía lo que es un rasgo normal y uno no normal, uno superior y otro inferior o degenerado? El ángulo facial empleado para clasificar cráneos es un caso ilustrativo; a partir de una serie de medidas de rostros humanos se estableció una gradación que va de 70º en los negros a 100º en las esculturas griegas, el famoso perfil, ideal occidental de la belleza, lo cual se decía reflejaba la evolución humana, de lo inferior –debajo estaban los chimpancés– a lo superior. Un investigador podía entonces medir dicho ángulo en una población y, junto con otras medidas, reportarlas en una tabla sin conclusión alguna, o compararlas a las de otra población sin más, lo cual daría la impresión de una medida sin implicación alguna, neutra. Pero otro podía tomar sus datos y elaborar un análisis al interior de dicho marco, “mostrando” que tales poblaciones ocupan un lugar en la escala evolutiva, haciendo así que el dato adquiera un valor.

En el fondo, el procedimiento es siempre el mismo: se parte de la condición de inferioridad de los no occidentales, cuyos rasgos físicos y culturales son así considerados de antemano, y de su cuantificación y análisis resulta la confirmación de lo ya sabido, incluso cuando los datos no apuntan en esa dirección.


FOTO: Carl Lumholtz, retrato antropométrico de un tarahumara, Chihuahua, 1892

En México, la teoría de la degeneración de los indígenas y la de su inferioridad por falta de evolución –con todas sus amalgamas– fueron durante largo tiempo el marco general de los estudios efectuados. Sin embargo, ambas perspectivas estaban de acuerdo en la inferioridad de los indígenas y en que constituían un obstáculo para el avance del país, cuya solución pasaba en parte por la fuerza y en parte por la inmigración al país de individuos de raza blanca; asimismo, las dos sirvieron como eje para numerosos estudios acerca de la inferioridad de los indígenas, y terminaron por mezclarse, formando una curiosa amalgama, incluso con la idea de degeneración.

El caso de la pelvis es claro al respecto. En el siglo XVIII se obtuvieron medidas de la pelvis de europeos y africanos, mostrando que la primera es más amplia que la segunda; con base en lo anterior, a principios del siglo XIX se definió una jerarquía –de lo inferior a lo superior. En México se efectuaron varios estudios y se observó una estrechez en comparación con las medidas europeas, por lo que fue calificada como “acorazada” y se le ubicó entre los rasgos de degeneración de las razas indígenas. Sin embargo este tipo de pelvis no sólo se observaba en la población indígena, sino también en la que había resultado de su mezcla, lo que llevó a hablar de pelvis mexicana, que “comparada con la pelvis europea, ofrece una diferencia bien sensible, tanto en sus dimensiones como en el valor del ángulo que mide la inclinación del plano de los estrechos superior e inferior de la sínfisis. Por consiguiente la pelvis europea descrita en los libros debe tenerse como el tipo normal, la pelvis mexicana, con relación a ella, deberá considerarse como un vicio de conformación”.

Este tipo de investigaciones permitía a los médicos de entonces mostrar la relación existente entre razas y enfermedades, es decir, la propensión que tienen naturalmente ciertas razas a sufrir tal o cual enfermedad; y debido a que se había establecido que este tipo de pelvis provoca dificultades para la expulsión del feto, ocasionando partos difíciles cuando no imposibles, sus consecuencias en el índice de natalidad de estas razas y sus mezclas eran consideradas nocivas para la lucha por la vida. Es por ello que tales rasgos se consideraron parte constitutiva de la inferioridad de esta población, pues se decía que contribuían a la extinción de las razas.

Otros datos fueron empleados para confirmar tal inferioridad. Así, en Europa se estableció que el número de circunvoluciones del cerebro eran signo de capacidad mental, y al estudiar, por ejemplo, el de los seris de Sonora, se encontraron pocas, lo cual, junto con otros caracteres, “mostraba” su inferioridad. O bien, con base en la idea de que el clima y la comida determinaban las diferencias entre las razas, varios rasgos de los indígenas, como la complexión y la vestimenta, fueron considerados signo de degeneración, atribuidos a factores como la alimentación a base de maíz y la ingestión de pulque.


ILUSTRACIÓN: Petrus Camper, ángulos faciales de simio, africano y griego, 1791

El hecho de que casi todos los presidiarios fueran indígenas fue interpretado como la evidencia de una naturaleza criminal mayor a la de mestizos, criollos y europeos; su condición social no era tomada en cuenta. Este prejuicio fue premisa en varios estudios, como el de Martínez Baca y Vergara, en donde al referirse a los “individuos de raza indígena bastante degenerada” se señala que están “nutridos con una alimentación tan deficiente en sus proporciones nitrogenadas (frijol, chile y maíz), como insuficiente por su cantidad”, por lo que no se podía esperar un cerebro desarrollado.

La elite decimonónica estaba convencida de la ignorancia de los indígenas, lo cual era confirmado por su reducida capacidad craneana, su mala alimentación, su falta de ejercicio intelectual –eran analfabetas– y su naturaleza supersticiosa –el miedo que les inspiraba el canto del tecolote era lugar común–. Todos los conocimientos que detentan eran vistos como mera superchería, empirismo puro; si usan plantas medicinales que resultaban eficientes al ser estudiadas por la ciencia, lo hacen sin entender cómo funcionan sus principios activos.

La comunidad indígena era vista como uno de los elementos que más impedía la incorporación de los indígenas a la nación, ya que mantenía su cohesión y apego a la tierra, a sus tradiciones y “supersticiones”. Asimismo, la predominancia de la raza blanca en Estados Unidos y sus apetitos imperialistas causaba seria alarma entre la elite nacional, la cual proponía el mejoramiento de la raza en México para poder hacerle frente; por ello, en el siglo XIX, todos los gobernantes promulgaron leyes para favorecer la inmigración de europeos –incluido Benito Juárez–, viendo con gran pesar cuán pocos llegaban y cómo muchos, a la primera oportunidad, se mudaban a Estados Unidos.

Tras la Revolución de 1910, a pesar del discurso gubernamental tan lleno de referencias a los indígenas –murales incluidos–, poco cambió la idea que se tenía de ellos. Se les siguió viendo como sociedades inferiores, individuos degenerados por sus condiciones de vida, como un problema, nuevamente, en la medida que la composición de la población se planteaba otra vez en términos raciales. La diferencia es que esta vez el “elemento activo”, el destinado a constituir la nación, era el mestizo y no el blanco, y que al indio, a pesar del “retraso de 400 años” en que vive, se le reconocen ciertas cualidades biológicas y culturales. Así, José Vasconcelos sostenía que el mestizaje en América formaría una nueva raza, la mezcla de todas, la raza cósmica, por lo que los indígenas debían integrarse a esta gran fusión, dejando atrás su lengua y cultura.


ILUSTRACIÓN: Canon de un europeo adulto medio, en Anthropologie, Paul Topinard, ca. 1890

El racismo institucionalizado. Los intentos para elaborar una clasificación racial nunca fructificaron por las dificultades ya mencionadas. Además, el concepto de raza sufrió descrédito en varios ámbitos a causa del discurso de supremacía de la raza aria enarbolado por el gobierno nazi y el conflicto bélico que estalló ligado a esta idea. Por ello se fue dando preeminencia al criterio de la lengua –que hasta hoy se usa en los censos para designar a los indígenas–, pero sin dejar por completo atrás la idea de que las lenguas indígenas no son aptas para acceder a la cultura universal, y que esto sólo es posible con el español, “una de las grandes lenguas culturales del mundo”.

No obstante, todo ese furor clasificador, jerarquizante, esa pléyade de estudios y métodos de investigación dejaron un legado: una imagen del indio como ser inferior, que se incrustó en el imaginario social y apenas hoy emerge de mil maneras distintas principalmente por dos vías. Por un lado, está lo que podemos llamar “el racismo institucionalizado”, que conforma políticas del Estado mexicano, las cuales impulsan y coadyuvan a la desaparición de los pueblos indígenas, al abandono de su cultura, su modo de vivir y pensar, su emigración para trabajar en el norte. Tal es el caso de la promulgación de las reformas al artículo 27 de la Constitución, que pareciera la realización del sueño de los liberales del XIX de convertir a los indígenas en pequeños propietarios, de acabar con la propiedad colectiva; el despojo de tierras para levantar proyectos turísticos, tornándolos mano de obra para la construcción y servicios asociados; o bien los paquetes tecnológicos, inadecuados para su medio, que pretenden reemplazar el cultivo de maíz por cultivos comerciales, y un largo etcétera.

Son políticas que desvalorizan lo indígena y propician el abuso de los sectores que se relacionan con estos pueblos –precios injustos para sus productos, sobreexplotación del trabajo doméstico, bajos salarios en plantaciones y maquiladoras, su tráfico a Estados Unidos en pésimas condiciones–, y que contrastan con los discursos del glorioso pasado indígena y el papel que desempeñaron en la Revolución de 1910, o sus habilidades como artesanos y otros folklorismos. Este asedio ininterrumpido a sus comunidades, el despojo de sus tierras, y su desvalorización en la sociedad empuja a los indígenas a cambiar de condición han provocado a lo largo del tiempo la disminución de la población indígena, a lo cual se suman las masacres y verdaderos genocidios –como la guerra del Yaqui– por parte del Estado.


FOTO: Carl Lumholtz, retrato antropométrico de un tarahumara, Chihuahua, 1892

Por otro lado, dicha imagen se ha incrustado en la llamada cultura nacional, en cine, literatura, historieta, pintura, fotografía, etcétera, en los libros de texto gratuito, con clichés que se repiten una y otra vez, sin una reflexión crítica por la ausencia de un debate abierto respecto a este problema que aqueja a la sociedad mexicana de manera soterrada, y que es resenti do por millones de personas, como lo muestra la encuesta elaborada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).

A manera de conclusión. La situación de desigualdad en que viven los pueblos indígenas y la imagen que de ellos se ha construido a lo largo del tiempo son la base del racismo. Para eliminarlo es necesario por tanto acabar con dicha situación. Se debe en consecuencia construir un estado pluricultural que garantice su pleno desarrollo de acuerdo con sus intereses y deseos, así como el control de su territorio y la forma de insertarse en la nación. Pero también se requiere una nueva imagen de estos pueblos, que refleje la igualdad y el respeto, para lo cual es indispensable su participación y un diálogo permanente con ellos, así como la relativización de las categorías que empleamos para aprehender su realidad. Sólo así podremos construir una sociedad en donde se respete la diferencia y no se le convierta en desigualdad, en donde florezca la pluralidad de formas de ver y vivir el mundo, en donde los pueblos indígenas tengan la posibilidad de delinear su camino con sus aspiraciones, de liberarse por completo de la imagen de inferioridad que les ha creado. Es la única manera de avanzar en la erradicación del racismo, de cerrar este capítulo inconcluso de la historia universal de la infamia.

Nota: Los documentos y las obras consultadas se pueden encontrar en el libro El racismo en México, CNCA, México 2009.

Biólogo y antropólogo. Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México



FOTOS: Frederick Starr, Phisycal Characters of Indians of Southern México, 1902

De indios a raza indígena

César Carrillo Trueba

El movimiento de Independencia, impugnando la idea de una naturaleza desigual, propone en 1821 en el Plan de Iguala que “todos los habitantes de la Nueva España, sin distinción alguna de europeos, africanos ni indios, son ciudadanos de esta monarquía con opción de todo empleo, según sus méritos y virtudes”. Los liberales se lanzan contra los resabios del pasado colonial, comenzando una batalla contra el clero, los privilegios y las leyes especiales, vistos como obstáculos para el progreso de la nueva nación, que debía estar constituida por individuos libres e iguales ante la ley. Desde esta perspectiva, se consideraba imprescindible resolver el llamado “problema indio” –pueblos que vivían aislados, con lenguas y costumbres distintas y en un régimen de propiedad comunal–; se trataba, en palabras de un célebre intelectual liberal, de “matarlo en cuanto indio y dejarle en vida en cuanto ser humano”.

Este propósito estuvo presente a todo lo largo del siglo XIX –y lo sigue estando, aunque de forma velada– constituyendo el eje alrededor del cual se articuló la nueva imagen de los indígenas. Hasta entonces, al hablar de indios se hacía referencia a los “naturales”, a los pueblos o naciones de América, pero alrededor de 1845 se les comienza a llamar indígenas –que signifi ca “originarios de”– y el término indio se usa entonces para designar a aquellos que vivieron antes de la Conquista, generándose una ruptura entre unos y otros. La palabra nación se restringe al país, la nación mexicana, y los indios serán enaltecidos como el fundamento de ésta, su glorioso pasado –presentes en todos los eventos patrios–, mientras los indígenas quedarán reducidos a mero lastre colonial; nada pequeño: constituían en ese momento 60 por ciento de la población.

La idea de raza aparece en México en el siglo XIX, cuando la nueva elite mira el territorio como un espacio a colonizar, con poblaciones distintas a ella, al igual que hacían los europeos con otros continentes. En este contexto se comienza a hablar de raza indígena, raza yaqui, raza mexicana, lo cual se generaliza paulatinamente y se profundiza con las investigaciones efectuadas bajo un enfoque racial. El empleo del epíteto de raza para designar a los pueblos indígenas fue acompañado de la misma idea de superioridad de la raza blanca que prevalecía en Europa.

Son muchos los diccionarios que dan cuenta de ello, como lo muestra Raúl Alcides Reissner (El indio en los diccionarios, INI, México, 1983), y el de la Real Academia de la Lengua Española es un claro ejemplo: en la edición de 1803, indio es el natural de las Indias, mientras en la de 1884 pasa a ser el “antiguo poblador de América (o) descendiente de aquél sin mezcla de otra raza”, muestra de que la idea de raza se volvió lugar común; y lo sigue siendo, pues la actual edición mantiene idéntico el texto, además de conservar el sentido peyorativo de la expresión “¿somos indios?” –me ves cara de–, usado cuando alguien “quiere engañar o cree no le entienden lo que dice”, y otros similares, añadidos en las últimas décadas. No en balde se dice que lenguaje y pensamiento hacen uno.

Dicccionario de la lengua castellana, Real Academia Española, 1726-1736, Madrid.

”Indio, ia. S.m. y f. El natural de la India (Américas), originario de aquellos Reinos, hijo de padres Indios (…) *Somos Indios? Expressión con que se advierte, ò redarguye al que juzga que no le entienden lo que dice, ò pretende engañar. Con alusión a los Indios que se tienen por bárbaros, ò fáciles de persuadir”.

Dicccionario de la lengua castellana, Real Academia Española, 1884, Madrid.

”Indio, dia. adj. (…) antiguo poblador de América, ó sea de las Indias Occidentales, y del que hoy se considera como descendiente de aquél sin mezcla de otra raza”.

Diccionario enciclopédico hispano-americano, Montaner y Simeón editores, 1887, Barcelona.

1° Raza americana. Cuando los españoles descubrieron América, algunos pueblos vivían en estado salvage, errantes en los bosques y praderas; pero otros, los establecidos en las tierras elevadas, constituían nacionalidades y habían alcanzado cierto grado de civilización”.

Diccionario general etimológico de la lengua española, Eduardo de Echegaray, 1887-1889, Madrid.

“Indio (…) Es indio. Expresión hiperbólica de que nos valemos en equivalencia de es un salvaje”.

Diccionario general de americanismos, Méjico, 1942 y 1959.

“Indígena. com. Indio; individuo de alguna de las razas aborígenes de América. -2. En sentido figurado, se dice de cualquier persona tosca, sin educación o de aspecto ordinario y poco agradable”.

Diccionario de la Real Academia Española, Madrid, 2011 (versión en línea: www.rae.es)

indio, dia. 3. adj. Se dice del indígena de América, o sea de las Indias Occidentales, al que hoy se considera como descendiente de aquel sin m ezcla de otra raza. U.t.c.s. 5. adj. despect. Guat. y Nic. inculto (‖ de modales rústicos).

indio de carga. 1. m. indio que en las Indias Occidentales conducía d e una parte a otra las cargas, supliendo la carencia de otros med ios de transporte . caer de indio. 1. loc. verb. R. Dom. Caer en un engaño por ingenuo. hacer el ~. 1. loc. verb. coloq. Divertirse o divertir a los demás c on travesuras o bromas. 2. loc. verb. coloq. Hacer algo desacertado y perjudicial para quien lo hace. Hice el indio al prestarle las cinco mil pesetas que me pidi ó. ¿somos indios? 1. expr. coloq. U. para reconvenir a alguien cuando quiere engañar o cree que no le entienden lo que dice. subírsele a algui en el ~. 1. loc. verb. Am. montar en cólera.

¿Por qué menospreciamos
nuestro origen?

Desde la conquista española y hasta hoy la imagen de los indígenas está subsumida en adjetivos que los ubican siempre en un plano de inferioridad. Indio-pata-rajada, nopal, naco, entre otros, son los calificativos que se usan habitualmente para denigrar los rasgos físicos y culturales de los “naturales” de México.

Ello, no obstante la presencia mayoritaria de los indígenas en la población nacional –hoy día 16 millones de personas constituyen los pueblos originarios– y que casi todos los demás tenemos por lo menos 50 por ciento de ascendencia indígena.

El racismo en México, una visión sintética, de César Carrillo Trueba, es un libro de la serie Tercer Milenio, editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) que de manera sintética pero con gran minuciosidad y análisis, revisa la historia de este racismo profundo y sus implicaciones. Sus preguntas base son “¿cómo ocurrió esto?; ¿por qué menospreciamos a quienes poseen un mismo origen y rasgos parecidos a los nuestros?, y ¿por qué los libros de texto enseñan a enaltecer a las civilizaciones prehispánicas, mientras las políticas gubernamentales propician la desaparición de los indígenas contemporáneos e impiden su integración, despojándolos de lengua y cultura”.

Entre los tópicos que aborda dicho ensayo están la visión de los conquistadores y las castas que éstos crearon en la Nueva España para segmentar y etiquetar a las diferentes poblaciones, situación que se les complicó debido a las mezclas de razas que no habían previsto. Asimismo están las teorías con que se quiso justificar el racismo, como la supuesta determinación de carácter, cultura y rasgos físicos impuestos por el clima. También el libro relata la forma como se institucionalizó el racismo, y el acoso permanente que han sufrido y sufren las comunidades y los individuos indígenas.

César Carrillo Trueba, biólogo y maestro en antropología, es editor de la revista Ciencias de la Facultad de Ciencias de la UNAM; es autor de los libros El Pedregal de San Ángel; Pluriverso, un ensayo sobre el conocimiento indígena contemporáneo, y La diversidad biológica de México.



FOTO: Cortesía Día Nacional del Maíz

¡Sin maíz no hay país!

El 29 de septiembre, por tercer año, se celebró el Día Nacional del Maíz. En esta ocasión hubo actividades en 17 estados de la República, así como en el Zócalo capitalino, la Delegación Venustiano Carranza y en muchos otros lugares de la Ciudad de México. Rituales, perfomances, música, bailes, pintura y pronunciamientos en defensa del maíz fueron parte de las múltiples acciones y actividades que se realizaron este día. La ciudadanía participó activamente en las plazas públicas.