Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de octubre de 2011 Num: 867

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Regalo
Jaime Caballero

Tocando esta juventud
Nikos Karouzos

Tomas Tranströmer: un compromiso con la luz
Ana Valdés

Un Alfonso Reyes llamado Nicolás Gómez Dávila
Ricardo Bada

El tirano democrático
y la libre servidumbre

Fabrizio Andreella

Cien años de La muerte
en Venecia

Enrique Héctor González

El doble rostro de Doble R
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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El mundo desmembrado de Alberto Castillo

Luna desmembrada, de Alberto Castillo (México, DF, 1957), es el periplo de una madre que sale al mundo en busca de un hijo migrante que abandonó el hogar (uno de los tantos San Miguel en Oaxaca) y que dejó una estela con fragmentos de sí mismo que son narrados, interpretados y devueltos –devotamente irreconocibles para su madre– por un conjunto de persona(je)s con quienes se ha vinculado a lo largo de su migración.

Guadalupe, la madre del ausente Juan Diego, lo requiere “sólo” porque en el pueblo, abandonado por los potenciales braceros, ya no hay hombres que cumplan con la tradición de la mayordomía, vedada a las mujeres. Va a buscarlo y de puerta en puerta sigue un rastro que se pierde irremediablemente en una ciudad injusta y hermética que todo lo devora. En una de las estaciones encuentra al hijo de su hijo, uno no deseado que es objeto de desprecio.

Guadalupe, a pesar de su insistencia por evitar que el honor de su hijo se diluya en versiones perniciosas, termina por renunciar y dirigir su apuesta al niño. Abandona a Juan Diego a su destino parricida y toma en prenda al hijo del hijo que continuará la ritualidad aldeana de la viril mayordomía, la verdadera preocupación de la madre.

Esta visión que propone Castillo es fascinante porque está despojada del sentimentalismo melodramático y va al fondo del mecanismo donde lo fálico es el eje de las representaciones. Inclusive en el mundo indígena, donde también se reproducen ad infinitum las formas de sus padecimientos (machismo, traición, envidia).

Es discutible la transfiguración del mito de la Coyolxauhqui como material originario de la imaginación dramatúrgica de Alberto Castillo. El propio autor, según ha declarado, no parece muy interesado en revisar la estructura que impulsó la operación asesina y fracasada contra Coatlicue.

La visión de fondo anuncia pretensiones de múltiples significados y audaces hipótesis. El logro no consiste en la exploración del mundo materno cuestionado por los propios hijos (a tal grado de atreverse a proponer un final fatal para la propia madre, como lo hizo la desmembrada Coyolxauhqui y nuestra amorosa versión de uno de los destinos posibles del Edipo mexica encarnado en Huitzilopochtli), sino en la composición de una historia donde una madre recoge las versiones que de su hijo quedan en un mundo marginador, clasista, racista y de un egoísmo tan acentuado que nadie es capaz de reconocer.

En ese pentagrama existencial, cada personaje deja oír la melodía de sus prejuicios y su odio atávico al indígena, a un Juan Diego muy distinto al que conoce y recuerda su madre. Ni quien busca ni quien rinde testimonio poseen una versión definitiva de ese “indio” depositario de los deseos (muchos perversos) de cada personaje: desde Laila hasta Pilar, pasando por el pseudoartista homosexual que ve en el migrante un paisaje sexuado a la medida de su deseo violento, impositivo, eternamente invasor. Al tratar de dar un testimonio de ese ausente, de ese Godot, lo que está en la superficie son las versiones que los testigos dan de sí mismos tratando de caracterizar a Juan Diego.

Eso es justamente lo que el dramaturgo califica como una antiquísima forma de” violencia sobre la mujer” que insiste en condensar en esa pequeña indígena que interpreta con excelencia silente, gestual, Clementina Guadarrama, para mostrarnos el mundo atroz que escinde lo femenino en fragmentos que se vuelven penosamente irreconciliables.

La dirección virtuosa que ha logrado Abel Ignacio Hernández consiste en ir más allá del texto dramático, sobre todo en lo que tiene que ver con sus propuestas espaciales y en el orden de lo temporal, del tempo, del ritmo, de la construcción de imágenes que sólo se pueden conseguir si un texto tiene solvencia dramática para abrir, cerrar, dar pie o permitir la contigüidad entre escena y escena sin “saltos” absurdos e incoherentes. El director supo aprovechar tanto la propuesta temática del trabajo como las líneas donde se traza una subjetividad que le permite al actor interpretar a un sujeto vivo en el papel.

Con esta obra, Ediciones sin Nombre inaugura La llamada del Búho, una colección de teatro que permite hacer de la escena, de la enseñanza teatral y de la afición por la poética del teatro un espacio más cercano para el espectador que tiene la oportunidad de confrontar el mundo del montaje y la exclusividad de la palabra.

Luna desmembrada se presenta en el Foro de la Gruta, todos los domingos a las 18 horas.