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Pärt, sinfonista
N

o se equivocan quienes han descrito la obra de Arvo Pärt (Paide, Estonia, 1935) como la música del silencio. En efecto, las cualidades austeras y contemplativas de la música por la que Pärt es hoy ampliamente conocido tienen que ver más con la abstracción y la introspección que con una expresión sonora expansiva y extrovertida. Ello no quiere decir, sin embargo, que la música de Pärt, en particular la música escrita en su etapa creativa reciente, carezca por entero de energía, poder expresivo o sólidas sonoridades.

En este contexto, es probable que a la mayoría de quienes conocen y disfrutan la música de Pärt les sea difícil identificarlo como un sinfonista, en el entendido de que la sinfonía es considerada, justamente, como la cima absoluta de la música orquestal, y pudiera no ser el vehículo ideal de comunicación sonora de un músico como él.

Esta reflexión surge del hecho de que hace poco pude, finalmente, escuchar con atención la más reciente contribución de Pärt al catálogo de sinfonías de nuestro tiempo, su Sinfonía No. 4 (2008). Sus dos primeras sinfonías (1964 y 1966, respectivamente) habitan cabalmente el mundo sonoro de la primera etapa creativa del gran compositor estonio, es decir, el mundo conformado por un lenguaje robusto, energético, en ocasiones áspero, de perfiles generalmente atonales y sazonado con numerosos gestos de las vanguardias de entonces, particularmente de la música serial. Son, además, sinfonías breves cuya duración no rebasa los 15 minutos, lo que implica necesariamente desarrollos conceptuales y temáticos altamente compactados. Vino después un periodo de duda, transición y reorientación estética (1968-1976) en el que, en medio de un enorme y elocuente silencio, Pärt apenas compuso música, dedicándose en cambio a la búsqueda de un nuevo lenguaje, más íntimo y personal.

A ese periodo transicional, en el que el compositor exploró fugazmente las técnicas propias del collage sonoro, pertenece su Sinfonía No. 3, concebida y realizada en tres movimientos que siguen formas clásicas, pero cuyos materiales temáticos aluden claramente al espíritu de los antiguos corales. De aquí surge, sin duda, la posterior tendencia de Pärt hacia un lenguaje que algunos han calificado como neomedievalista.

La Sinfonía No. 4 de Pärt, redactada en 2008, pertenece de lleno a la etapa creativa actual del compositor, señalada por un lenguaje al que él mismo ha definido como tintinnabuli (campanología sería una traducción más o menos adecuada) en referencia al uso de las resonancias como uno de los ejes principales del discurso. Vale decir que en varias de las obras de Pärt, este concepto del tintinnabuli está realizado a partir de instrumentos de cuerda y aliento, aunque en algunas otras se vuelve literal, a través del uso de campanas y otros instrumentos similares al interior de los ensambles instrumentales; tal es el caso de la Sinfonía No. 4, cuya orquestación es semejante a la de varias obras del compositor de Paide en cuanto a la creación de luminosas e iridiscentes texturas soportadas por sencillos pero eficaces pedales. La designación de los tres movimientos de la Cuarta sinfonía (Con sublimità, Affannoso, Deciso) remite a una probable progresión hacia tempi cada vez más movidos; en realidad, sin embargo, se trata de una sinfonía concebida en tres movimientos lentos, claramente tonales, y marcados por esa expresividad tan peculiar en la música reciente de Pärt, en muchas de cuyas páginas se percibe con claridad un subtexto trágico.

Los exilios sucesivos de Pärt y su personal historia ideológica permiten entender por qué el compositor dedicó su Sinfonía No. 4 (encargada fundamentalmente por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y su director, el finlandés Esa-Pekka Salonen) al empresario ruso Mikhail Khodorkovsky, preso en Rusia desde 2003 bajo cargos fraudulentos que en realidad apuntan a su oposición contra Vladimir Putin y su mafia de oligarcas.

La pregunta es obligada: ¿qué probabilidades hay de que la hermosa Sinfonía No. 4 de Arvo Pärt se interprete frecuentemente en Rusia?