Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
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La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
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Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

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Jorge Moch


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Ana García Bergua

La ilusión escalonada

A veces, en el horizonte de nuestras vidas, aparece una sombra, una mancha, un caballo, que parecen prefigurar algo grandioso o estremecedor.

No conocía El desierto de los tártaros, del periodista, escritor y pintor italiano Dino Buzzati (1906-1972), novela de culto para ciertos amigos queridos y admirados, y la leí en un viaje un poco desértico a una ciudad del sur, lejos de las balas y la sangre que han arribado ya a los muros de gran parte del país. Todo lo contrario que El desierto de los tártaros (Alianza Editorial), la cual trata de un oficial, el teniente Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza militar situada en una línea fronteriza con otro estado. La Fortaleza Bastiani del libro colinda en su parte norte con un desierto extensísimo, al que llaman el Desierto de los Tártaros porque se dice que hace muchos años lo recorrían grupos de tártaros salvajes. Al principio, el teniente Drogo no piensa sino en el error de haber ido a parar a este lugar donde no hay nada, la vida del cuartel transcurre monótona, sin futuro y sin expectativas, y busca la manera de librarse de este destino. Cuando por fin cumple su plazo de estadía, Drogo acude a que el médico de la Fortaleza le escriba un permiso para marchar. Mientras lo hace, Drogo mira por la ventana:

“Y entonces le pareció ver los muros amarillentos del patio alzarse altísimos hasta el cielo de cristal, y sobre ellos, al otro lado, aún más altas, solitarias torres, murallones sesgados coronados de nieve, áreas escarpadas y fortines, que nunca había observado antes. Una luz clara de occidente los iluminaba aún y resplandecían misteriosamente con una impenetrable vida. Nunca se había dado cuenta Drogo de que la Fortaleza fuera tan complicada e inmensa. Vio una ventana (¿o una tronera?) abierta sobre el valle, a una altura casi increíble. Allá arriba debía haber hombres que él no conocía, quizá también algún oficial como él, del que habría podido ser amigo… Vio, entre faroles y teas, sobre el fondo lívido del patio, soldados enormes y fieros desenvainar las bayonetas. Sobre la claridad de la nieve formaban filas negras e inmóviles, como de hierro. Eran bellísimos y estaban como petrificados, mientras comenzaba a tocar una trompeta. Sus sonidos se ensanchaban por el aire vivos y brillantes, penetraban rectos en el corazón.”


Dino Buzzati

Exaltado por esta visión ideal, por el atisbo de aquello que no había percibido en las desnudas paredes de la Fortaleza, Drogo decide quedarse y comienza entonces para él lo que Buzzati llama más adelante, en una frase maravillosa, “la fuga del tiempo”. Allá lejos, en la parte de la muralla que da al desierto, se ven cosas: una sombra, una mancha e incluso, cierto día, un caballo. Los hombres permanecen en la Fortaleza animados por el espejismo de que algo va a suceder, una guerra en la que sus vidas de soldados cobrarán sentido, e incluso se convencen de ello unos a otros, se engañan. Hay malentendidos trágicos y de repente un día es demasiado tarde.

La premisa de esta novela, que roza en mucho lo fantástico, es aterradora y conmovedora al mismo tiempo, pues da para el sueño y la tragedia. El tiempo que se escapa a quien sólo espera; la vida que pierde sentido esperando aquel momento en que tendrá sentido. Sólo conozco de Buzzati otra novela, Un amor, y el espléndido cuento “Siete pisos”, incluido hace poco en la antología Cuento italiano del siglo XX, editada por la Dirección de Literatura de la unam. Encuentro en “Siete pisos” un elemento kafkiano similar al que guía El desierto de los tártaros: el de la ilusión escalonada. En “Siete pisos”, un hombre va al hospital a tratarse una ligera afección y es cambiado de un piso a otro por razones nimias: cederle su cama a una señora, tratarse con un mejor médico. El cuento se centra en estas explicaciones de las que él se trata de convencer, conforme avanza de piso en piso hasta la muerte. Y, pensándolo bien, aunque Un amor es una novela más realista, que en cierto modo recuerda los sufrimientos de Charles Swann con Odette de Crécy en En busca del tiempo perdido, la venda en los ojos que impide ver al protagonista el hecho de que la prostituta de que se enamora perdidamente lo traiciona en todo momento, es también una ilusión escalonada, que avanza y se deshace por capas, que roza siempre los sueños. Sin duda una parte de nuestras vidas es así. Sin duda una parte del sentido de nuestras vidas se colma leyendo gran literatura, como la de Dino Buzzati.