Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Morelia 9 (I DE III)

Estas líneas se pergeñan cuando de la novena edición del Festival Internacional de Cine de Morelia han transcurrido las primeras cuatro jornadas. Como todos los años, la parte medular del festival se compone de las secciones oficiales en competencia, a saber: largometrajes documental y de ficción, así como cortometrajes nacional y michoacano. Hay, además, estrenos internacionales, una sección llamada Cine sin fronteras, más una lista nutrida de diferentes propuestas. He aquí un panorama de parte de aquello que, hasta el momento presente, le ha sido dado ver a este sumaverbos:

Entre cristeros te veas

Dos filmes, un corto y un largo, tienen como tema el conflicto armado acaecido en México casi inmediatamente después de finalizada la Revolución mexicana, mismo que tuvo lugar preponderantemente en la región del Bajío, en el centro y occidente del país. La guerra de los cristeros, como se sabe, fue conocida con ese nombre debido a que quienes participaron en ella tenían como grito de guerra el muy católico de “¡Viva Cristo Rey!”, pero sobre todo en virtud de la motivación fundamental que llevó a decenas de miles de campesinos, tanto mestizos como indígenas, a ser la mera y desechable carne de cañón de un enfrentamiento que –como tantísimas guerras– ni se inició ni podía decidirse desde abajo, por ellos, sino desde arriba, por quienes dieron pie al conflicto y de él acabarían beneficiándose de uno u otro modos. En este caso particular, y como es también de conocimiento amplio, las partes en conflicto eran el gobierno federal y la Iglesia católica, a partir del decreto presidencial que, a mediados de la década de los años veinte del siglo pasado, prohibió el ejercicio del culto religioso, con la consecuente respuesta, virulenta y balística, de dicha Iglesia, tan poco acostumbrada a que le testereen el negocio.

El largometraje que de todo lo anterior quiere hacerse eco se titula Los últimos cristeros, fue dirigido por Matías Meyer y coescrito por él mismo e Israel Cárdenas. Cabe afirmar, aunque nada en la ficha técnica del filme lo sugiera, que algo o mucho habrá tenido que ver, en la preproducción al menos, el padre del realizador, es decir el historiador Jean Meyer, cuyo interés en el tema de la cristiada es ampliamente conocido.

Fiel al estilo cinematográfico desarrollado en trabajos previos de su autoría –verbigracia Wadley y El calambre–, Meyer hijo eligió aquí concentrarse en los mínimos, muy pausados, casi se diría que ataráxicos desplazamientos, diálogos y acciones de un reducidícismo piquete de cristeros que, a pesar de la declaración de indulto y amnistía a esas alturas del conflicto emitida por el gobierno, deciden proseguir en la sierra –supone uno que la de Comanja, en territorios jaliscienses–, ocultándose de unos “pelones” ya para entonces poco apurados en disolver células militares cristeras todavía levantadas prácticamente contra nadie, puesto que la guerra cristera fenecía hacia 1935, fecha diegética del filme.

Da la impresión de que, más que en meterse a fondo en los porqués, los cómos y los paraqués de la cristiada, la intención de Meyer hijo consiste mucho más, o por completo, en transmitir iconográficamente algunas sensaciones combinadas, por ejemplo, la que resultaría de mezclar a partes iguales derrotismo y terquedad, o bien desazón y vacío, más algunas otras combinaciones igualmente peregrinas. Por lo que hace a una trama, y al igual que en los referidos filmes previos del realizador, la que aquí se cuenta es menos que mínima: el desastrado piquete cristero se entera del indulto, lo rechaza, sigue deambulando por la serranía, busca reunirse con otros cristeros desperdigados y ya. Fílmicamente hablando, el resto es paisaje y silencio a manos llenas, decisión formal/conceptual que vuelve a la cinta una de ésas que los vertiginosos etiquetadores suelen apresurarse a llamar “contemplativa”.

Daban ganas, viendo Los últimos cristeros, de que el conflicto y sus horrores, sus torcidas causas y demás carne y sangre argumental no hubieran desaparecido en favor de una mirada morosa a través de la cual descubrir, lentamente, lo que pudo sentirse al pelear por una causa perdida y que luego ni a los enemigos de uno le importe y ya ni busquen el modo de vencerlo a uno.

Cristeros y federales (Isabel Cristina Fregoso, 2011), que así se llama el cortometraje aludido antes, tampoco abunda en elementos históricos ni en referencias directas o precisas, pero en cambio sí tiene algo que el largometraje no ofrece: la puesta en escena, aquí vista desde los dos flancos del conflicto, de las respectivas crueldades, justificaciones y sinrazones de éstos y aquéllos para desorejar, llenar de plomo a mansalva y humillar al contrincante.

(Continuará)