Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de octubre de 2011 Num: 869

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El último cierre III
Febronio Zatarain

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Desierto, diversidad
y poesía

Ricardo Yáñez entrevista
con Claudia Luna

El legado chino
Leandro Arellano

Nocturno de Mérida
con iluminaciones
de Rita Guerrero

Antonio Valle

El miedo como instrumento de presión
Xabier F. Coronado

El olor del miedo
Gerardo Cárdenas

Miedos vergonzosos
Jochy Herrera

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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El legado chino

Leandro Arellano

La gran influencia civilizadora que en sus orígenes asimilaron tanto Corea como Japón y Vietnam, fue la de China. Los ideogramas chinos arribaron a aquellas naciones cuando ninguna de ellas poseía una forma de escritura. Los textos en que abrevaron japoneses y coreanos una vez que la fisonomía de esos pueblos tomó forma fue el canon confuciano. Estos textos constituyeron en Corea el currículum primario de la educación por casi un milenio, así como las bases de los exámenes de ingreso del servicio civil. Los textos, por lo demás, constituyen el principio, están en la base de la conducta, creencias y hábitos en todo el noreste asiático. Conviene no olvidar este hecho para la mejor comprensión del carácter, la historia y las letras coreanas.

Las religiones y filosofías provenientes de India y China se fueron imponiendo en los primeros siglos del cristianismo. El confucianismo fue introducido en Corea y Japón cuando en ambos pueblos se consolidaba la monarquía de las provincias unificadas. La influencia del confucianismo en la tradición política, historiográfica, moral y estética en el Lejano Oriente es parte consustancial del carácter oriental.

El budismo arribó a Corea entre los siglos IV a VI, permeó todos los estratos de la población y continúa siendo la religión con mayor número de adeptos. El chamanismo y el animismo existían desde antes del arribo de ambos y en la actualidad todavía se les profesa con gran devoción.

Cada etapa o cada dinastía desarrolló sus propias características e impuso su modelo de sociedad en todos los órdenes de la vida, incluyendo la literatura y las artes. El año 682 la dinastía Shila estableció una academia real confuciana en cuyo currículum predominaban las Analectas de Confucio y el Libro de la piedad filial, además de la especialización en alguno de los otros Clásicos.

Los exámenes de ingreso a la burocracia en Corea se basaban en el conocimiento y habilidades sobre Los cinco clásicos –el llamado canon confuciano– y los Cuatro libros, las obras filosóficas de Confucio, Mencio y otros discípulos del filósofo chino. Quienes obtenían los tres primeros lugares en el examen eran celebrados por el gobierno y debían acudir a un templo confuciano a reportarse con el Maestro y sus discípulos. Del año 958 hasta 1894, cuando esos exámenes de ingreso fueron abolidos, constituyeron la única vía del gobierno para reclutar personal.

Los candidatos al examen empezaban sus estudios normalmente a los cuatro años con el silabario sinográfico, e iban ascendiendo paulatinamente hacia los Clásicos. De ellos debían aprender de memoria determinados pasajes, comenzando por las Analectas. La influencia de esta obra de Confucio ha sido enorme, y no sólo en el Lejano Oriente.

La mayoría de los escritores coreanos debían someterse al mismo tipo de enseñanza, dado que el examen de ingreso al servicio civil determinaba su modo de vida. Desde la infancia, eventualmente, todos los aspirantes al servicio público eran entrenados en los mismos textos, básicamente chinos. Desde la niñez se les enseñaba que la cosa pública y la literatura iban de la mano. Además de cumplir con sus funciones oficiales, la burocracia ilustrada se daba tiempo para escribir literatura.

En ese contexto nadie ponía en duda el lugar de la literatura en la sociedad y en la cultura. Nadie escribía para obtener dinero, igual que nadie podía vivir de la escritura.

Las tribulaciones de la historia de la literatura coreana comienzan con su propia lengua, y ya sabemos que la historia de una literatura es la historia de la lengua de un pueblo. La china es la civilización dominante en el Lejano Oriente igual, como en Occidente todos los pueblos heredamos, quien más, quien menos, creencias, valores, instituciones, etcétera, de la civilización grecorromana. Pero los coreanos, a falta de una forma propia de escritura, escribieron en hanmun, la lengua coreana escrita con caracteres chinos.

Durante siglos el chino fue un idioma generalizado en Asia oriental, un poco como el latín en la Edad Media o el árabe clásico en su momento. Sin duda la literatura que se creó en esa lengua posee gran valor como antecedente y como valor forjador de la línea actual.

No se dispone de reliquias que permitan establecer la fecha de los comienzos de la antigua dinastía Chosún. De modo que en cuanto a documentos literarios, la historia de la literatura coreana se retrasa aún más. Una teoría atribuye a las guerras la desaparición del patrimonio histórico y literario coreanos. Otra hipótesis señala que los coreanos, situados al lado de la gran civilización china, no apreciaban del mismo modo los valores de las obras que ellos mismos producían.

Los testimonios documentales más antiguos provienen de los siglos XII y XIII, o sea por la misma época de nuestro Cid Campeador.

No se agota el debate aún sobre cuánto y qué hay que incluir de la literatura escrita en hanmun en el acervo de la literatura coreana. Hay apologistas y detractores. Estudiosos y críticos han de decidir qué ha de sobrevivir y qué no. En todo caso, eso no debería importar demasiado: la literatura rusa emergió deslumbrando al mundo al mediar el siglo XIX, adquirió un sitio prominente de inmediato y desde entonces no ha dejado de asombrar.