Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Panorama desde el pasado profundo
L

a crisis griega, ahondada por la consulta convocada y luego revocada por el primer ministro Papandreou sobre el plan de ajuste, se traslada a la política mundial para poner en la picota la combinación entre democracia y capitalismo alcanzada a lo largo del siglo pasado. Desde el pequeño país donde se inventó la democracia de los antiguos, se abre el gran interrogante planteado por la tormenta global: ¿Hasta dónde puede llegar el mandato democrático de los modernos? ¿Sólo a las urnas?

Como lo vivió en el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Europa vive hoy horas de angustia en las que la incertidumbre manda y la pusilanimidad de los dirigentes marca la pauta hacia el despeñadero. Sin atreverse a poner orden en sus sistemas financieros y encaminarse a una forma de gobierno económico unificada, la zona euro en particular sufre las inclemencias del egoísmo de las grandes naciones mientras en su periferia se cuecen las democracias a fuego lento y no tanto, si atendemos a lo que parece tejerse con intensidad y coraje en Grecia, o Italia o España.

Los indignados recalcan su reclamo elemental de cumplimiento de los compromisos del estado social, pero con eso basta para poner de cabeza a gobernantes y financieros que ven a su, de por sí, mermada legitimidad, cuestionada en los fundamentos de la democracia y la gran empresa de la Unión. La promesa civilizatoria condensada en la combinación social democrática asumida por prácticamente todos los partidos de gobierno, se ve fracturada por las exigencias de los especuladores que dominan los mercados de deuda, sin que los gobiernos parezcan dispuestos a tomar nota de que aquello de la deuda soberana algo tiene que ver con la política y la capacidad de decisión de los estados para someter los desmedidos intereses de los dueños del dinero al interés general o el bien común. La idea de una riqueza compartida como base de una economía de mercado próspera y estable, se pierde en el horizonte brumoso de las comunidades políticas más desarrolladas y robustas de la historia.

Por mucho tiempo, la fórmula social democrática se dio la mano con la de la economía social de mercado y las democracias ostentaban adjetivos remuneradores para el conjunto de las colectividades nacionales que dieron origen al gran proyecto de la Unión Europea. Sin despeinarse ante los mil y un anuncios sobre su decadencia o esclerosis, los europeos avanzaban palmo a palmo y su núcleo central se volvió una Meca para todos aquellos que querían reformar el mercado sin sofocarlo y arribar a plataformas de equidad e igualdad que no implicaran el sometimiento de la libertad de querer y hacer, pensar, elegir gobernantes y formas de gobierno.

Con la globalización y el ímpetu desenfrenado del capitalismo anglosajón comandado por Wall Street pero bien acompañado por la City de Londres, todo empezó a conmoverse y los que se veía como cimientos perdurables, por ser el fruto de largas y duras historias, empezaron a crujir y fracturarse. Con los cambios tormentosos de fin de siglo y la renovación del espíritu imperial y guerrero en Estados Unidos, el panorama mundial resintió el vacío dejado por el fin de la bipolaridad; la solidaridad atlántica se deslizó a la complicidad invasora y la violación flagrante de los derechos humanos deja huellas profundas y calientes en el tejido social de la nueva alianza atlántica, que los más agresivos y belicosos de los americanos sueñan con volver seguridad planetaria.

La crisis puso de rodillas a los estados nacionales a pesar de que fue gracias a su intervención que se evitó, por lo pronto, una caída catastrófica. Sin que esté a la vista una solución cabal de los grandes desequilibrios globales resumidos en el déficit estadunidense y el superávit chino, la especulación sin brida y la avaricia mandan como armas de destrucción masiva que se esgrime sobre pueblos y gobiernos. El reconocimiento escondido de que no hay salida que no implique redistribuciones masivas de ingreso y riqueza, ha llevado a la conformación de coaliciones clasistas implacables y al recurso, en los Estados Unidos, a la irracionalidad fundamentalista alimentada abiertamente por los medios de comunicación masiva para cerrar el paso a los intentos de reforma pausada y comprensiva que han querido encabezar Obama y sus aliados.

A diferencia de lo ocurrido en los años 30 del siglo pasado, no aparecen por ningún lado alternativas dispuestas a poner en riesgo los equilibrios del estancamiento y a cuestionar una sabiduría convencional estremecida hasta la demolición por la tormenta casi perfecta de 2009. La insólita recuperación del poder oligárquico de la alta finanza, ha dejado estupefactos a los reformadores y paralizados a los críticos del saber unidimensional, mientras la indignación se presenta como la única ruta a la mano para confrontar las verdades absolutas y la arrogancia de las cúpulas.

Vivir en el pantano, sabiendo que no se flota ahí por mucho tiempo, y que apresurar la salida puede llevar a un hundimiento rápido, parece la encrucijada diabólica de la que nadie podrá escapar. Parecería que saber flotar y acercarse a la orilla brazo a brazo, es la opción sin alternativa que se ofrece a un mundo atrapado entre la prepotencia de sus elites económicas y la impotencia de sus grupos dirigentes. El costo sin beneficio es el desempleo de más de 200 millones de terrícolas y el de más de 40 millones de jóvenes, como lo ha denunciado angustiosamente la OIT por boca de su director general Juan Somavía (La Jornada, 01/11/11, p. 21).

Como cuando Francia y el Reino Unido se aferraban a la no intervención ante la artera agresión nazifascista en España, o renunciaban a defender Checoslovaquia para dizque apaciguar al Führer, el Grupo de los 20 se congrega para ver quién estira más la liga sin tocar el reino de la tasa de interés y las apuestas en corto. O para darle lecciones a Obama sobre responsabilidad y prudencia fiscal.

No hay guerra mundial en las cercanías, pero en vez de ella los poderes del dinero y la ficción analítica tocan sus tambores y convocan a la guerra de clases, bajo el supuesto de que los de abajo sabrán ocupar el lugar de siempre. Hipótesis del cinismo universal que aquí han aclimatado con alegría los de arriba.

El mundo está en peligro, pero no sólo de repetir la recesión sino de caer en un largo estancamiento como prólogo de una auto- destrucción inédita. Qué tristes se ven, en este panorama, las lecciones triunfalistas de Calderón y sus compañeros de la orden del estancamiento estabilizador. Con los ojos puestos en Cannes y el relevo en la presidencia del G20, no nos queda sino el lamento: ¡Tanto viajar!

A la memoria del querido Jesús Puente Leyva y mi solidaridad con Blanca y sus hijos