Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de noviembre de 2011 Num: 870

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
RicardoVenegas

Cigarro y libertad
Werner Colombani

La óptica de la poesía
en Yves Soucy

José María Espinasa

Chaplin y Reshevsky,
el cómico y el prodigio

Hugo Vargas

Dos miradas sobre la poesía queretana
Ricardo Yáñez entrevista con Luis Alberto Arellano y Arturo Santana

Belice y otros paraísos
Fabrizio Lorusso

Shakespeare and Company
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Cigarro y libertad

Werner Colombani

Amanecí un día, salí a aquel viejo y acostumbrado restaurante a tomar un café. Me senté y lo pedí, mientras lo esperaba encendí un cigarrillo. El mesero me pidió que lo apagara antes de sentir el placer de inhalar el humo.

–Pero si soy amigo de don José y él es un amante del tabaco, cómo es posible que en su restaurante no se pueda fumar –dije.

Pero no tenía caso alegar, era la nueva ley en la ciudad. Todos los problemas de salud habían sido achacados al cigarro; además el resto de la clientela comenzó a quejarse y algunos inclusive empezaron a toser.

–No sean exagerados, antes de que la campaña antitabaco fuera tan sonada, ninguno de ustedes sentía molestia –reclamé en voz alta.

–Viejo insolente, no ve que cuando usted fuma no sólo se hace daño, sino que también nos friega a nosotros –dijo el más joven del lugar.

Le expliqué que el cigarro era absurdamente satanizado, que cuando yo fumaba el humo que exhalaba ya no contenía toxinas y por lo tanto no “fregaba” a nadie.

–Anciano, eso no es lo que yo he aprendido, además el olor me molesta –contestó el joven.

Dije al joven que juzgar a alguien por el olor que expide era un retorno a la incivilización. Además de eso, no había nada que pudiera decir para que estas personas cambiaran de opinión. La exagerada definición sobre el cigarrillo hecha por los medios ya los tenía atrapados.

Bebí rápidamente mi café y me retiré. Al salir por fin prendí el cigarrillo, una señora se aproximó y me dijo que si no me daba cuenta del daño que me provocaba a mí y a los que me rodean.

–Señora, no quiero entablar la misma discusión que tuve hace algunos minutos, así que sólo le diré que sí, claro que sé el daño que me hace. Pero es usted la que está equivocada, no creo que sea doctora, eso implica que lo único que sabe es lo que el gobierno dice. En primer lugar es muy sencillo para éste culpar a un solo producto de varias enfermedades y no atacar el problema del estrés por causa del desempleo, o de la contaminación en las grandes ciudades provocada por las industrias que vienen aquí únicamente por los bajos sueldos y absurdos impuestos que pagan. Por otra parte, no creo en un gobierno paternalista, eso lo aleja cada vez más de nosotros. Sí, creo que el gobierno debe promocionar la salud y para ello mantener al tanto a la gente de las consecuencias de consumir ciertos productos. Sin embargo, si aún después de eso la gente quiere fumar, no veo razón por la cual no deba. No apoye a ese terciario llamado gobierno en su desprendimiento social; mejor afirme a un hermano tangible en su derecho a matarse. Los cuatro minutos con treinta segundos que me dura el cigarrillo es un tiempo de libertad, de rebeldía y de protesta –respondí.