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Axolotl

E

l llamativo axolote, que algunos traducen del náhuatl como juguete o monstruo de agua, es un batracio originario de México. Varios cronistas de la época de contacto fueron atraídos por este animal que se desarrolla bien en aguas limpias, no muy profundas de fondo lodoso, como las que de los canales de Xochimilco.

Bernardino de Sahagún y sus informantes describen a los axolotl como animalejos que tienen pies y manos como las lagartillas y tienen la cola como la anguilla y el cuerpo también tienen muy ancha la boca y barbas en el pescuezo: es muy buena de comer, es comida de señores.

También se ofrendaba tostado a Xiuhtecutli, dios del fuego.

Su imagen quedó plasmada en el Códice florentino entre acociles, aneneztli y diversas ranas, algunas también comestibles. El dibujo que ilustra la entrada referida al ajolote en la Historia natural de Nueva España, de Francisco Hernández, no es tan cercano al ajolote real; el protomédico atribuye su nombre a la forma rara y divertida que tiene.

Lo define como una especie de pez lacustre y cuatro patas como lagartija, de un palmo de largo y del grueso de un pulgar, aunque a veces tiene más de un codo de longitud. Su vientre, continúa, tiene manchas pardas, cuenta con una cola larga y muy delgada en el extremo; compara los dedos de las patas con los de la rana. Escribe que su carne es semejante en sabor a la de la anguila; es un alimento saludable y sabroso. Se cocina frito, asado o cocido.

Al parecer los españoles lo añadieron a su dieta, pues Hernández menciona que lo aderezan generalmente con clavos de especia y pimientos de Indias. Los mexicanos por su parte también lo guisan con chile, que es condimento muy común de que gustan sobremanera, solo, molido o entero.

De finales del siglo XVII es el testimonio del dominico Francisco Ximénez, quien añade algunos datos a lo escrito por Hernández, parte de cuya obra había traducido del latín al castellano. Lo considera como él, un cierto género de pez propio de las lagunas de Nueva España, pero en especial de la laguna de México (Tenochtitlán), “donde lo venden los indios a cada paso en los tianguis…” Como Hernández, Ximénez refiere que comer ajolote provoca la lujuria y “suele dar saludable y grato mantenimiento…”

Será Francisco Javier Clavijero quien mencione en su Historia antigua de México, que en la medicina tradicional se daba carne de ajolote a enfermos de tuberculosis, lo que corrobora José Antonio de Alzate al afirmar que su madre curó a un tísico con jarabe hecho con piel de ajolote. Pero sus cualidades no quedan aquí.