Editorial
Ver día anteriorMiércoles 9 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Berlusconi: ¿fin de la pesadilla?
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ras la pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados, el gobierno que encabeza Silvio Berlusconi parece tener los días contados. Ayer mismo, tras la sesión en la que se puso de manifiesto que el bloque gobernante se quedó con ocho diputados menos de los 316 necesarios, el aún primer ministro de Italia comunicó al presidente, Giorgio Napolitano, que pondrá su cargo a disposición una vez que sean aprobados los presupuestos del año entrante, elaborados conforme a las exigencias de la Unión Europea. Con un atraso deplorable, el multitudinario repudio social al magnate milanés se ha traducido en una votación adversa en el Legislativo, aunque ello no garantiza que Berlusconi se resigne a dejar el poder aunque, si se empecina en mantenerlo –cosa que podría conseguir mediante sobornos o chantajes a una decena de legisladores–, arrastraría a su país a una crisis de dimensiones inéditas.

Cabe recordar que Berlusconi ha logrado, con su permanencia en el cargo, una completa impunidad para las múltiples acusaciones derivadas de sus vínculos con la mafia, que van desde homicidios hasta corrupción de funcionarios. Asimismo, Il Cavaliere ha podido sortear, gracias a los blindajes que le otorgan el ejercicio de la jefatura de gobierno y su fortuna personal, estimada en 9 mil millones de dólares, los señalamientos por pederastia y proxenetismo en los que se ha visto envuelto en años recientes. A esos impresentables expedientes se suma ahora la evidencia, surgida al calor de la crisis financiera que azota a Europa, de una gestión económica inescrupulosa y catastrófica, que ha dejado a Italia a merced de los dictados de los organismos financieros internacionales, como si se tratara de una economía del tercer mundo.

No cabe llamarse a engaño: los altos funcionarios y el empresariado de Europa toleraron sin tapujos los antecedentes criminales del primer ministro italiano, no objetaron los evidentes conflictos de interés de Berlusconi entre su fortuna privada y su desaseado manejo de los bienes públicos, y se hicieron de la vista gorda ante los escándalos por los probables delitos sexuales del gobernante; lo que difícilmente perdonarán es que el gobierno de Roma haya llevado las cuentas nacionales en una forma no muy distinta a las prácticas opacas y tramposas aplicadas por los clanes de los Karamanlis y los Papandreu, en Grecia, que han generado el peligro de un desastre financiero mayúsculo para el conjunto de la Unión Europea.

Berlusconi, sin embargo, no tiene futuro fuera del cargo al que aún se aferra, y es previsible, por ello, que intente mantenerse en él contra viento y marea: si la oposición logra echarlo de la jefatura de gobierno, Il Cavaliere perderá su inmunidad formal y los mecanismos de impunidad, y deberá enfrentar, como un ciudadano común y corriente, las múltiples acusaciones penales en su contra que hasta ahora han quedado en suspenso en razón de su investidura. Pero cada día adicional que el empresario milanés permanezca en el Palacio Chigi aportará gravedad adicional a la crisis económica, política y social de Italia y, por tanto, de Europa. En tal circunstancia, cabe esperar que las bancadas de la Cámara de Diputados sean capaces de sortear las predecibles maniobras de Berlusconi para aferrarse al cargo y logren asegurar, a la brevedad, una moción de censura. La larga y degradante pesadilla vivida con él por la sociedad italiana debe terminar.