Opinión
Ver día anteriorSábado 12 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Esa ciudadanía tan elusiva
M

ientras que en Europa los mercados financieros arrasan con la sociedad y tumban a gobernantes –Berlusconi recientemente–, el gobernador del Banco de México afirmó que México entró en una desaceleración pero no en una recesión. Esto debería aterrorizarnos porque la última vez con lo del catarrito nos hundimos en una crisis mayúscula.

Dos paradojas han estado despuntando a partir de la crisis de 2009. Por un lado, una transformación de los fundamentalistas del mercado que ahora claman por la ayuda directa del Estado. Es como lo señala Ulrich Beck una especie de socialismo de Estado para ricos (El país, 10-11-2011)

Esta crisis ha generado un momento cosmopolita que según Beck significaría una conciencia de que la crisis surgida en otra parte del mundo termina por afectarnos a todos.

Pero por otro lado tenemos en México el momento cardenista donde el contexto internacional y la situación doméstica se alinean de suerte tal que convocan a la renovación y al cambio.

Esta confluencia de momentos: cosmopolita y cardenista generan una segunda paradoja ahora entre poder y legitimidad. En palabras de Beck: Gran poder y escasa legitimidad del lado del capital y de los Estados; escaso poder y elevada legitimidad del lado de los manifestantes. Ambas paradojas pueden aprovecharse para impulsar grandes transformaciones progresistas.

En México lo característico del régimen que emergió después del autoritarismo es el desmadejamiento del poder del Estado y la captura de áreas completas de la intervención estatal por parte de grupos de interés, incluyendo de manera destacada el crimen organizado. Se trata de un Estado parasitario que extrae excedentes, privilegia a grupos rentistas, pulveriza las instancias de gobierno y concentra el poder fuera del Estado en algunos poderes fácticos.

Al repasar las lecciones que nos dejan las movilizaciones de indignados en mi artículo anterior, me sumaba a quienes se preguntan por qué en circunstancias tan dramáticas como la mexicana no se han generalizado las movilizaciones de los indignados?

John Ackerman y Jesús Cantú dan, en las páginas de Proceso (6-11-2011) una respuesta plausible basada en los resultados del informe 2011 de Latinobarómetro. Sería una depresión social profunda que inmoviliza a la sociedad.

Como en toda movilización la primera barrera que debe superarse es aquella que separa a quienes sí creen que sus acciones pueden cambiar las cosas y quienes piensan que los poderes son casi invencibles. Pero una enorme multitud de pequeñas células de activismo ciudadano se han reproducido como hongos por todo el país rompiendo esa barrera y también la siguiente que es la del miedo. Entonces, ¿por qué no se ha dado esa chispa detonadora?

Es importante subrayar que lo específico del actual régimen es que obstruye o debilita los espacios vinculantes particularmente cuando se trata de formas de articulación para la resistencia o la oposición. Lo hace por cooptación, por segmentación, por marginación y por represión. En esto también juega su papel el poder mediático no porque ignore las movilizaciones sino porque por el contrario las publicita como actos aislados o producto de protagonismos individuales.

Volvamos a lo básico: ¿qué caracteriza estos archipiélagos de movilización ciudadana? Una frase de Regis Debray lo resume todo, en mi opinión: Fervor poético, intransigencia moral y moderación política. Bella ecuación que impacta y detona.

Entonces, en medio de un complicado proceso electoral, la clave está en cómo establecer los puentes entre la disputa electoral y las luchas ciudadanas. Se requiere la conjunción de una coalición de partidos y de una coalición de ciudadanos animados por una plataforma mínima común y un compromiso ético de gran envergadura; como lo sugieren desde distintos miradores y con matices diferentes Cárdenas, Ackerman, Camacho y muchos más.