Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La voz permanente
¿Q

ué me pasa con el libro de Cecilia Cung que me ha sido tan difícil comentar? He intentado abordar un comentario desde no sé cuántos puntos de vista, y todos, uno tras otro, me han parecido pobres, sin sustancia. La batalla terminó cuando me di cuenta de que, mientras no hablara de lo único que sólo yo pudiera hablar, todo lo que dijera me parecería pobre y sin sustancia. De modo que huí de toda distracción y, en cuclillas en el fondo de mí misma, con los párpados bajos, pero con los ojos abiertos, con las orejas selladas con la palma de las manos, pero el oído atento, me pregunté qué podía ser lo único verdaderamente personal que yo pudiera decir del texto de Cung, que no repitiera lo que ya dijo ella en el libro, y la historia en la historia, y quien fuera en donde fuera. Qué es, me pregunté, lo que de veras me dejó a mí el libro de Cung, lo que no me podría haber dejado ningún otro libro, porque no habría sido Cung quien me lo dejara. Eso era lo que yo tenía que encontrar dentro de mí, verlo y oírlo para decirlo en estas líneas, y compartirlo con quien las leyera o las escuchara, o sencillamente registrarlo, las leyera o las escuchara alguien más o nadie más. Lo que yo encontrara que el libro de Cung me hubiera dejado a mí merecía en sí mismo ser registrado porque sería algo verdadero, y lo verdadero es lo único que no hay que dejar escapar ni olvidar. Lo verdadero es lo único que no hay que callar ni silenciar, así sea escuchado por otros o no, atendido, repetido o compartido por otros, o no.

Y cuando encontré la verdad que me dejó a mí el libro de Cung, mi gusto fue tan contundente que fue la prueba de que lo que había encontrado era verdadero. Por lo tanto, debía registrarlo, pues no era un engaño. La prueba de que no era un engaño es que no sólo me calmé y dejé de batallar, sino que estoy registrando mi hallazgo en estas líneas con convicción y placer. Como escritora, para mí no hay dicha mayor que encontrar una verdad personal en lo que vivo y poder registrarla. Es como estar a media noche en una habitación que no te es familiar y encontrar el contacto de luz. De inmediato te tranquilizas porque te sientes seguro y contento.

Es lo que experimenté al toparme con el pasaje en que Cung duda si echar mano de su diario o no para seguir su narración, y se decide y lo hace. ¡Bravo, Cecilia! Debido a su decisión, pudo continuar su escrito. Reconocer el momento de una vacilación trascendental y vencerlo es un triunfo que hay que celebrar, en especial cuando la alternativa es quedarse callado, con la bomba de la verdad personal en la punta de la lengua.

En el caso de Cung el peligro de haber guardado silencio era grave, porque había encontrado una verdad, y se trataba de una verdad tan dolorosa y atroz que era increíble, parecía engaño, y si esa verdad había hecho todo lo posible por permanecer silenciada no había sido más que por un deseo imposible de que hubiera sido engaño. Callarla no era tanto para olvidarla como para esforzarse en borrarla. La verdad que encontró Cung quería negarse a sí misma, y en manos de un apóstol esto no puede ser.

Creo que Cecilia Cung es un apóstol. Nació con la vocación, y llegó el momento en que no le fue posible desatender más la misión para la que nació. Si eres mensajero tienes que entregar el mensaje que se te confió a ti y que traes en tu mochila. Por algo a Cecilia la llaman Chila. Así pospongas la entrega el tiempo que puedas, llegará el momento en que tengas que entregar tu mensaje o morir. El peso sobre tu espalda no te dejará morir en paz mientras no lo deposites en las manos de su destinatario.

Cung venció su vacilación y se decidió a registrar la verdad que la vida le confió. Tuvo que batallar contra toda clase de obstáculos hasta lograr desempolvar el sobre, desplegar el documento que contenía y transcribirlo. Partió con el control de su vida en las manos, y llegó como una voluntaria que en una catástrofe pierde hasta los zapatos con tal de sacar de los escombros a un sobreviviente. Partió peinada y regresó despeinada. Partió con las manos limpias y regresó con las manos ensangrentadas. Pero no temas, Cecilia. Tus Jirones de silencio, tu memoria de familia, el sobre en tu mochila llegó a buen puerto. Su destinatario te lo agradece. Y esto es lo que te reintegrará a ti a la serenidad, con los zapatos puestos, las manos limpias, el pelo en su lugar.