Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
El hastío es pavorreal...
E

l hastío es pavorreal que se muere de luz en la tarde, decía nuestro músico poeta Agustín Lara. Alguien conocerá bicho más repugnante que el hastío. De las mil formas y perfiles que puede adoptar la muerte, ¿existe alguna que cause más horror que la del tedio? Ese desaparecer poco a poco, gota a gota, minuto a minuto, sin convulsiones ni espasmo, sin las teatralidades que imponen los hospitales modernos. Ir acabándose gradualmente con mucho sigilo, adheridos al árbol universal de la vida. Ser picoteado cada segundo: desmayarse, preso en la tela de esa araña monstruosa que se llama aburrimiento. Ese aburrimiento que soportamos los aficionados que asistimos a la corrida de ayer en la Plaza México. Agregado, además, de un frío que descendía por doquier con fugaz sonido, rasgando el aire y escribiendo caricias y sensaciones tenues en la piel cuando resbalaba sin gran trabajo ni saber de dónde venía ni adónde iba. Frío que no nos permitía echar dormidas entre toro y toro y ser víctimas del dolor síquico que suele ser insoportable.

Salían los toritos de Marrón más novillos que los novillines del domingo anterior. La realidad fue que en la misma forma se negaban a ir al caballo, eran pasados con un alfilerazo, débiles, agarrados al piso y prácticamente sin repetición y mucho menos transmisión.

Acabada la corrida surgió, igual que el domingo pasado, la pachanga: otros dos novillos que fueron cambiados al tercer tercio con un ligero picotazo. Nada más que éstos resultaron con una bobaliconería de no creerse. No puede ser que exista emoción con novillos que no transmitían ningún peligro y sus embestidas eran de caramelo. Si a eso agregamos la maestría de El Zotoluco, su quehacer resultaba una faena de tienta, en que su toreo derechista era de una lentitud que nunca le había visto. El torero español Alejandro Talavante, en vez de maestría, se dedicó a practicar el antitoreo en un ensimismo que sólo emocionaba a los villamelones. Mientras los cabales teníamos la mente maltrecha que se arrancaba al cuerpo segundo a segundo de la corrida en un trazo de melancolía que no desaparecía. Lo sorpresivo fue que al terminar sus faenas los toreros se sorprendieron y se molestaron porque el juez de la plaza sólo les concedió una oreja. No así Mario Aguilar, que en la corrida formal cortó una oreja por riñonuda estocada. Salimos de la plaza con el hastío que es la máscara de la depresión, que en esta ocasión no pudimos derivar, como se espera al inicio de cada corrida.