Opinión
Ver día anteriorViernes 18 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Topo

L

uego de Pez mortal, perturbadora mezcla de drama y farsa sanguinolenta sobre una pareja adiestradora de perros, afecta a matar y destazar a sus víctimas, el realizador japonés de culto Shion Sono elige en Topo (Himizu), su más reciente largometraje, un tono más mesurado, aunque con momentos de violencia y absurdo propios de una comedia negra. El asunto surge directamente de un manga homónimo del dibujante Minoru Furuya, suerte de thriller sicológico con personajes juveniles marginales, procedentes de familias disfuncionales, que confusamente intentan dar un sentido a su existencia.

A medio camino de esta adaptación fílmica de la historieta, Japón sufrió el desastre de un tsunami y sus consecuencias sobre varias centrales nucleares. El realizador optó por aprovechar la escenografía de la devastación y redondear así su comentario sobre personajes lastimados física y sicológicamente.

La cinta empieza en medio de los escombros reales de la catástrofe, y de ella emerge Yuichi Sumida (Shôta Sometani), el protagonista adolescente, que debe convivir, en un negocio de renta de botes milagrosamente a salvo del desastre, con una madre prostituta a punto de abandonarlo, y padecer las visitas esporádicas de su padre golpeador, que siempre le desea la muerte en un ambiguo y muy emotivo balance de amor y odio.

A Sumida lo corteja obsesivamente Keiki Shazawa (Fumi Nikaidô), compañera de escuela a la que rechaza de mil maneras, pero que habrá de convertirse en cómplice suya e inesperada conciencia moral.

La joven también debe soportar a una madre neurótica y extraña que le desea la muerte y ritualmente prepara su ejecución en una horca dentro de su casa. A estas extravagancias se suman un yakuza inclemente (el estupendo actor Denden, tan perverso aquí como en un papel parecido en Pez mortal) y un joven alucinado que, como el propio Sumida, recorre las calles como criminal justiciero, buscando eliminar indiscriminadamente a la gente que juzga mala para restaurar un orden moral incierto.

Una fotografía nerviosa, con cámara al hombro, y una banda sonora que aprovecha como motivo recurrente el Réquiem de Mozart crean una atmósfera que va del delirio a la exaltación romántica. Hay un guiño al Godard de Pierrot el loco y su lirismo encendido, a su mítica pareja atravesando lúdica y trágicamente mil peripecias y reveses.

Una fantasiosa radiografía del malestar juvenil en tiempos de crisis espiritual y duelo nacional, un Voy a explotar nipón con hartazgo iconoclasta que sorpresivamente aterriza en un alegato a favor de la esperanza y el espíritu de resistencia, como comentario puntual a una devastación ecológica.