19 de noviembre de 2011     Número 50

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Karla Cruz-González Zamora

Turismo comunitario, un espacio en disputa

Ernest Cañada
Coordinador de Alba Sud – Investigación
y Comunicación para el Desarrollo

El turismo comunitario recibe una atención creciente en América Latina. En numerosos países se han creado redes y plataformas de coordinación e incluso cámaras de este tipo de iniciativas; se formulan políticas nacionales orientadas directa o indirectamente hacia el sector; la cooperación internacional destina importantes fondos para su desarrollo; una parte del empresariado turístico descubre la potencialidad de su oferta y busca cómo establecer alianzas comerciales, y la academia centra cada vez más su atención en el análisis de estos procesos. Este protagonismo no deja de ser un arma de doble filo: si bien puede significar una forma de ampliar sus potencialidades, al mismo tiempo lo sitúa en terreno de disputa entre intereses divergentes. En este campo de múltiples influencias en contradicción se vuelve más necesario, si cabe, rediscutir cómo entender el turismo comunitario.

Por nuestra parte, lo hemos definido como un modelo de actividad turística desarrollada principalmente en zonas rurales y en el que la población local –en especial pueblos indígenas y familias campesinas–, por medio de sus distintas estructuras organizativas de carácter colectivo, ejerce un papel preponderante en el control de su ejecución, gestión y distribución de beneficios. Su desarrollo se concreta en múltiples formas, según sean las características particulares que tiene la comunidad rural en cada contexto, especialmente en relación con sus capacidades de actuación política y estructuras de organización.

En su origen el turismo comunitario no nace como sustitución de las actividades agropecuarias tradicionales (agricultura, ganadería, pesca, producción artesanal, etcétera), sino como una forma de diversificar y complementar las economías de base familiar campesina e indígena. La principal fortaleza de su oferta turística, independientemente de cuáles son las actividades concretas que el turista puede llevar a cabo en cada lugar, se ha basado en posibilitar un espacio de encuentro y acercamiento vivencial con la gente que habita en el campo y con lo que hace cotidianamente. Y esta es la principal fuerza del campesinado y los pueblos indígenas, en lo que ningún otro tipo de oferta turística les puede superar.


FOTO: Karla Cruz-González Zamora

Las políticas de exclusión y empobrecimiento de muchas zonas rurales estuvieron en el origen de esta necesidad de generar alternativas y nuevas fuentes de empleo en áreas rurales. Pero además de cooperativas agropecuarias, familias campesinas y pueblos indígenas que buscaron en el turismo comunitario un modo particular de ampliar y complementar sus ingresos, otros colectivos han incursionado en este mismo camino. Es el caso, por ejemplo, de organizaciones ambientalistas y de conservación de base comunitaria que querían desarrollar actividades amigables con la naturaleza ahí donde ya estaban interviniendo; el de comunidades y pueblos en situación de postconflicto que trataban de reinsertarse en la vida civil con nuevas actividades y mantener viva la memoria colectiva, o el de grupos de mujeres que intentaban aumentar su autonomía económica y posibilidades de empoderamiento.

Paradójicamente, a medida que el turismo comunitario ha ido ganado protagonismo, desde algunas instancias tiende a ser confundido o considerado simplemente como un subproducto del turismo rural. Esta distinción no es un problema menor. Si todo se convierte y diluye en el turismo rural, pierde protagonismo la apuesta que hacen los sectores más desfavorecidos para intentar apropiarse de una determinada actividad, recursos y territorios. El riesgo está en que quienes acaben siendo los principales beneficiarios de las políticas públicas y de cooperación sean los sectores con más recursos con presencia en el ámbito rural. Esto es lo que ha ocurrido en muchos lugares de Europa, donde los sectores que continuaban vinculados a la producción agropecuaria y que complementan sus ingresos con algún tipo de actividad turística han sido arrinconados y marginalizados. De este modo, dentro del turismo rural hemos acabado por encontrar cada vez más a grandes inversionistas desligados de esos territorios y de las preocupaciones de su población originaria. La discusión en realidad no se reduce a un problema técnico, de la oportunidad o no de crear subproductos turísticos, sino de clase: del posicionamiento de una actividad económica en manos de determinados grupos sociales. El turismo comunitario tiene que ver, en definitiva, con una voluntad de apropiación de las poblaciones rurales organizadas sobre sus recursos y territorios. No representa otra cosa que una búsqueda y afirmación de control social. Esta es la aspiración que el turismo comunitario no puede perder entre los focos de esta atención pública creciente.


Los retos de una antropología del turismo


FOTO: Karla Cruz-González Zamora

Jesús Antonio Machuca
DEAS-INAH

El turismo es un sector en expansión de la economía mundial que se ha venido incrementando de manera notable en las recientes décadas. Es parte del mismo proceso de mundialización que ha colocado a numerosas comunidades en condiciones de sobrevivencia y extrema precariedad y que ha conducido a la población mundial a abandonar las actividades agrícolas y emigrar de modo continuo en busca de fuentes de trabajo y de nuevos medios de vida. Sin embargo este es un hecho que se omite con frecuencia en los estudios que pretenden dar cuenta del aspecto más benéfico del turismo.

Desde el surgimiento de dicho fenómeno, y a todo lo largo del siglo XX, la antropología pudo constatar en el turista una figura no muy distinta del propio antropólogo cuando entra en contacto con las otras culturas exóticas con el fin de estudiarlas (y ha podido contemplarse por ello así, como ante un espejo).

En la actualidad, con el desbordamiento de los flujos y la familiaridad de los encuentros entre anfitriones y huéspedes, se desarrolla una compleja trama de interacciones por la cual parece haberse sobrepasado la distancia de una alteridad diagnosticada en otro momento como irreductible. Con ello se han generado formas –de relaciones y servicios– estandarizadas, así como de segmentación del mercado en espacios de un multiculturalismo asimétrico que ha suscitado cambios notables en las culturas vernáculas. El panorama del turismo se ha diversificado ante todo como una oferta de servicios y experiencias de lo más diverso: el ecoturismo, el turismo rural, de aventura, de riesgo; el cultural, además del tradicional de sol y playa.

Los estudios antropológicos constatan que en esos espacios se producen situaciones en las que aparentemente se borra la distancia entre visitantes y residentes, y los espectadores devienen en actores involucrados. Incluso, hay quienes sugieren la formación de categorías sociales intersticiales y la virtual desaparición del propio turista (ver Yanes, Sergi. “The social conceptualization of the tourism”. Turiscòpia and Observatori de la Vida Quotidiana, www.turiscopia.blogspot.com, www.ovq.cat).

Fenómenos de este tipo han obligado a los estudiosos de las transformaciones culturales a generar nuevas maneras de enfocar y conceptualizar la realidad que resulta de esos encuentros e interrelaciones, cuyas fronteras (entre turistas y no turistas) se han vuelto difíciles de dilucidar.

A su vez, los habitantes desarrollan una capacidad adaptativa a las condiciones de una economía en la que el atractivo expuesto en el mercado es su propia cultura. Y se ven en la situación de producir un efecto de autenticidad donde ya se ha generado una forma de producción estandarizada, ante la recurrente demanda turística, que a su vez pretende y exige acceder a lo que es original.

Hay una contradicción insuperable en el principio de esa exigencia, pues el proceder en el sentido de que el turista acceda a experiencias de autenticidad, tiene simétricamente como resultado la desaparición de la autenticidad que se persigue, por lo que ésta se convierte en una ilusión. Como el contacto que sobreviene es masivo, recurrente y continuo, tiene en su propia manifestación –como consecuencia– la anulación de aquello a lo que se pretende asistir. La antropología ha podido constatar en esta situación el síntoma de la inaccesibilidad del objeto perseguido (de manera análoga al objeto inalcanzable del deseo que describió Freud). Pero también, la confirmación de que aquello que se hace a título del sujeto soberano, como dueño de sus elecciones, es en los hechos del orden de una masa de consumidores.

La pregunta que surge es si en el ámbito turístico, la cultura –transfigurada en un simulacro, disfrazada en la parodia de sí misma, con lo que denota las nuevas formas de servidumbre– puede seguir siendo algo significativo después de ser vertida y puesta en función de la dinámica del mercado.

Todo parece indicar que se diluye ese objeto tradicional de la antropología que era la figura del otro exótico (que en ocasiones viene inversamente a ser el propio turista). El “nativo”, por su parte, se ha integrado y adaptado con gran facilidad a la febril dinámica de la globalización. Ello va aparejado asimismo al desvanecimiento de las cultura vernáculas, tal y como las ha definido y aún trata de rescatar la propia Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Por otro lado, los estudios sociológicos y antropológicos sobre el turismo –y el interés en las carreras de turismo ligadas al sector– han experimentado un ascenso notable en todo el mundo, y autores que desestimaban este campo escriben ahora acerca del mismo con interés creciente. Se propone la instauración de observatorios mundiales y el monitoreo de sus impactos, ya que se inscribe en los movimientos económicos globales como una de las más importantes fuentes de ingresos en los países, pero también de los ámbitos más sensibles de la sociedad del riesgo, vulnerable por las vicisitudes financieras en el mundo, amenazada por catástrofes naturales, las pandemias como el H1N1 o el narcotráfico, como ha sucedido en México.

La antropología se transforma inevitablemente al conocer los fenómenos que estudia. Al redescubrir las transformaciones de la alteridad que supone esta mutación de la sociedad contemporánea, se desdibuja por otra parte lo que consideró como su objeto original de estudio.

Otros retos se añaden a lo anterior: los de la avalancha empresarial sobre las regiones ricas en biodiversidad y diversidad cultural, en lo que, sin exagerar podría caracterizarse como una nueva etapa de la explotación territorial por parte del capital turístico. Los consorcios del ramo se desplazan reconvertidos en el turismo de aventura, como sucede actualmente de Chiapas, donde los grupos de hoteleros presionan avanzando sobre las áreas restringidas de la Reserva de la Biósfera de Montes Azules (Selva Lacandona) con el aval de la propia Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y de la Secretaría estatal de Turismo. Los promotores de estos proyectos aprovechan las condiciones creadas previamente por las comunidades que han pretendido desarrollar un turismo de bajo impacto.

Una cuestión está en saber si el turismo podría llegar a emanciparse de los agentes que lo promueven y a constituirse en un ámbito de socialidad de la misma naturaleza que cualquier otra comunidad humana, o es un ámbito superficial y artificialmente producido por el mercado e irremediablemente dependiente del mismo. Y si las ciencias humanas y sociales tienen todavía en ello un objeto sobre el cual descubrir facetas de la vida humana que sean significativas.

Por fortuna, no sólo prevalecen los estereotipados rituales a la carta en los enclaves turísticos de la Rivera Maya. También los actores sociocomunitarios que no se han integrado en los circuitos dominantes de las empresas transnacionales del turismo (como la Red Indígena de Turismo Alternativo, RITA) o las cooperativas de la Sierra Norte de Puebla se han aventurado en este campo, y generan su propio modelo, incursionado con propuestas que abarcan el ordenamiento territorial y la preocupación por la preservación de los recursos ambientales, promoviendo un tipo de turismo en ámbitos socialmente orientados hacia un fomento de relaciones más cabalmente interculturales.

Está por verse, sin embargo, si el turismo comunitario alternativo, logrará salvar los retos que ha enfrentado en su respectivo terreno la antropología, evitando la mercantilización y la masificación avasalladora que conlleva el fenómeno turístico, a menos que esas consecuencias sean una característica ineludible y consustancial al mismo.

La pobre visión de la pobreza en la
metodología Pro-Poor Tourism (PPT)

Jordi Gascón
Miembro de Acción por un Turismo
Responsable y el Col.lectiu d’Estudis sobre
Cooperació i Desenvolupament, de España

Actualmente la metodología Pro-Poor Tourism (PPT) es la estrategia de cooperación en turismo de mayor renombre internacional: organizaciones no gubernamentales para el desarrollo (ONGD) y organismos oficiales de cooperación de todo el mundo la han asumido, así como la Organización Mundial del Turismo (OMT) y la plataforma de empresas transnacionales World Travel & Tourism Council (WTTC). Este éxito en ámbitos tan conservadores como la OMT y la WTTC es resultado de su carácter acrítico. PPT no enfrenta al modelo económico dominante ni las causas de la pobreza estructural. Por el contrario, incluso plantea la posibilidad de convertir en agentes de cooperación a quienes más se benefician de ese modelo económico, como el capital trasnacional.

El objetivo de PPT, como queda explícito en sus documentos fundacionales, es el incremento de los ingresos de los sectores sociales más desfavorecidos, por medio del turismo, aunque estas ganancias sean marginales y sean otros quienes acaparen la mayor parte de los beneficios de la actividad. PPT considera que, aunque los beneficios del turismo que llegan a los sectores sociales pobres sean, a nivel “macro”, poco sustanciales, son significativos para sus deprimidas economías.

Este objetivo sólo se puede sustentar en una concepción pobre de la pobreza –valga la redundancia–. Una concepción que considera la pobreza en términos absolutos, por la cantidad de dinero que tiene un individuo.

Sin embargo, ya hace décadas que investigadores y especialistas definen la pobreza de forma relativa: la pobreza y la marginalidad no dependen tanto de la cantidad de ingresos obtenidos como de la situación del individuo en la estructura social. Así pues, el aumento de las diferencias socioeconómicas –como las que genera una distribución no equitativa de los beneficios turísticos– implica siempre empobrecimiento real, aunque en el proceso los más pobres consigan aumentar sus ingresos. Y es que quien obtiene más beneficios aumentará su poder económico (mayor acceso a los recursos) y político (mayor papel en los procesos de toma de decisiones).

El caso de la inflación generada por el turismo ejemplifica lo dicho. La llegada multitudinaria de visitantes a un destino presiona sobre los precios de los servicios y productos locales. Y esto sucede tanto en Cancún, una de las zonas de México donde la canasta básica es más cara, como en Barcelona, donde un estudio descubrió hace unos años que el turismo era la principal causa externa de la disparada inflación catalana. Y no olvidemos que la inflación significa, en términos reales, empobrecimiento para aquella población cuyos ingresos no aumentan al mismo ritmo que el Índice de Precios al Consumidor. Y esto pasa con frecuencia. En zonas de Mallorca, por ejemplo, muchos jóvenes se ven abocados a la emigración, no por la ausencia de fuentes de trabajo o por su talante aventurero, sino porque el precio del suelo es tan elevado, resultado del boom del turismo de segunda residencia, que no pueden asumir el costo de una vivienda.

Su visión de la pobreza deja ciego a PPT frente a esta realidad. Y esta ceguera le lleva a buscar la complicidad del gran capital hotelero, principal causante y beneficiario de los modelos turísticos de enclave que provocan procesos como el descrito.

En realidad PPT surge como una propuesta propia de la ortodoxia neoliberal, según la cual el desarrollo económico es fundamental para la lucha contra la pobreza. Y la participación del capital trasnacional, clave. Cuanto mayor sea el número de hoteles, casas de segunda residencia o espacio dedicado al turismo, mayores “beneficios marginales” llegarán a la población local. Factores generados por el desarrollo turístico como el incremento de la diferencia socioeconómica, los procesos migratorios, las condiciones laborales injustas, la destrucción de ecosistemas o la distribución no equitativa de beneficios, son considerados por PPT fenómenos secundarios ante la supuesta posibilidad que ofrece el turismo de generar unos ingresos magros por medio de sueldos bajos, propinas o venta de artesanías. Beneficios que, como hemos visto, muchas veces desaparecen por el efecto inflacionario que provoca el sector, pero también por otros factores como la sustitución que el turismo hace de sectores económicos preexistentes como el agrario.

Para PPT, en fin, cualquier modelo turístico es aceptable, siempre que genere beneficios marginales para la población pobre. El problema es que muchos de esos modelos son, por su naturaleza, insostenibles, propician la concentración de la riqueza y enajenan los recursos necesarios para el desarrollo de sectores económicos esenciales. Y PPT carece de los instrumentos adecuados para hacer una lectura de esta realidad.