Opinión
Ver día anteriorSábado 19 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sax del abasto
O

axaca, Oax. Hay pocas cosas más mortificantes e imperdonables que llegar tarde a un concierto. Apenas por segunda vez en mi larga carrera de melómano, tal cosa me ocurrió hace unos días en esta ciudad, debido a que la sede de la sesión musical del día estaba anunciada simplemente como Mercado de Abasto. Créanme, el Mercado de Abasto de Oaxaca es muy grande y enredado. Después de un largo e infructuoso periplo por sus laberínticas entrañas, un alma caritativa y conocedora me dice: Ah, sí, la música esa es en el Pasillo 2 de la Zona Seca. Hacia allá dirijo mis pasos, para dar con la música esa, que es una sesión de saxofones realizada en el marco de Instrumenta Oaxaca 2011.

Más que un pasillo, es una pequeña plaza en el interior del mercado. Cobijada del canicular rayo del sol por un árbol estratégicamente plantado en una esquina, la orquesta de vientos: 17 saxofones de las cuatro tesituras básicas, complementados por flauta y piccolo. Alrededor de la muy joven orquesta, diversas tiendas dedicadas al comercio de ropa, zapatos y balones de futbol. Para calentar las boquillas, las cañas y los ánimos del parco y asombrado público, algunos duetos. De dos en dos, los aprendices de saxofonistas pasan al frente para ejecutar sencillas piezas en el espíritu de estudios. La música de los duetos se mezcla con el no tan lejano y muy bien amplificado pregón de un merolico que se desgañita ofreciendo una pomada infalible contra la comezón.

Una vez que los jóvenes saxofonistas se han lucido de dos en dos, la orquesta se reacomoda para la parte medular de la tocada. Bajo la dirección alternada de dos de los maestros de su taller, atacan con enjundia algunas piezas de mayor ambición y complejidad. Mientras, el público formado por comerciantes, clientes y transeúntes llega, se queda unos momentos, se asombra, y sigue con lo suyo, para ser sustituido de inmediato por otros oyentes efímeros, entre los cuales no faltan los bebés en diverso estado de agitación. Suena un arreglo de la Sandunga con evidentes giros de jazz y blues, y suena el áspero ascenso de la cortina metálica de un negocio cercano. Para ser una sesión musical tan informal, la cobertura mediática (interna y externa) es notable: no menos de cuatro cámaras de video y media docena de foto fija. Los esforzados saxofonistas tocan el spiritual Deep river mientras pasa veloz un diablero avisando del inminente golpe. Los músicos toman velocidad, literalmente, con una versión bastante clara del Scherzo para saxos de Frank Ericson. La juvenil orquesta saxofónica, venturosamente habitada por un buen número de mujeres, concluye su actuación con una interpretación estilísticamente intencionada del genial Libertango del igualmente genial Ástor Piazzolla.

Cuando parece que la sesión ha llegado a su fin, los cuatro maestros del taller de saxofón aprestan sus instrumentos (soprano, alto, tenor y barítono), los cuelgan de su respectivo tahalí e informan a sus alumnos: Ahora nosotros vamos a tocar para ustedes. Y en efecto, de cara a sus jóvenes y esforzados estudiantes, el cuarteto adulto les regala (y nos regala a todos los presentes) sólidas y sabrosas versiones de Jugo de piña y de Pinotepa, que es asunto muy local aquí en Oaxaca. Y cómo no iban a sonar de manera espléndida estos sones, si los maestros del taller son, ni más ni menos, que el Cuarteto Anacrúsax, de habilidades bien conocidas y amplio prestigio ganado a pulso. Los alumnos piden más, y los habitantes del mercado (permanentes o itinerantes) los secundan. Pero los maestros tienen una mejor idea: Guarden todo, al autobús y vámonos a comer.

Aquí en Oaxaca, es una invitación que no se puede rechazar. Saxofonistas y saxofones desaparecen paulatinamente hacia la salida. Los demás nos vamos a lo nuestro, con la memoria fresca del reciente remanso musical y sentimientos encontrados respecto al hipotético futuro de los jóvenes saxofonistas del abasto. Para entonces, el amplificado merolico anuncia un probado remedio contra las várices. Sí, mejor vámonos a comer.