Opinión
Ver día anteriorDomingo 20 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Muestra

El planeta más solitario

¿E

n qué momento se rompe el precario equilibrio afectivo de una pareja? Esta pregunta parece animar el breve relato de Tom Bissell, Viajes caros a ningún lado, incluido en su libro Dios vive en San Petersburgo. Bissell es un escritor interesado primordialmente en relatos de viaje, antiguo explorador él mismo en Irán y Afganistán, y crítico mordaz de la política exterior estadunidense. La realizadora, de origen ruso Julia Lotvek ha elegido este relato suyo para abordar en El planeta más solitario (The loneliest planet), cinta marcadamente minimalista, los muy sutiles desencuentros sentimentales de una pareja de enamorados, próximos a casarse, durante una exploración entre turística y aventurera por las montañas del Cáucaso georgiano, en compañía de un guía local.

La convivencia diaria de Alex (Gael García Bernal) y su novia Nica (Hani Furstenberg), sus diálogos y juegos, y su manera de entretenerse o de matar el tiempo, no tiene nada de particularmente excitante, y a ratos resulta incluso irritante por su frivolidad y su lánguido desparpajo. El interés del espectador se orienta, de modo más gratificante, a la figura del acompañante, el guía Dato (Bidzina Gujavidze), de quien descubrirá interesantes aspectos de su pasado sentimental. La confidencia que Dato hace a la joven Nica permite apreciar cabalmente la reflexión moral del escritor, y lo que pudo interesar a la directora en toda esta historia, disipando un poco la impresión de que la película entera sirve de simple pretexto para un largo viaje por una escenografía exótica.

Julia Lotvek tiene una película anterior de gran intensidad narrativa y suspenso, Day night day night (2006) sobre una joven suicida que planea un atentado en pleno centro de Nueva York. Lo que propone ahora es algo más sutil y complejo: llevar al espectador a recorrer un paisaje primitivo y volverlo testigo de la ruptu-ra sentimental de una pareja señalada a partir de detalles en apariencia insignificantes. Este tipo de conflictos subjetivos, ocasionados por un malentendido, un acto fallido, una muestra de cobardía o una irreparable pérdida de la confianza, el cine los ha observado de modo memorable en ocasiones muy contadas. Una de ellas es El desprecio (Le mépris, 1963), de Jean Luc Godard, según la novela homónima de Alberto Moravia; otra, la cinta independiente Trust (1991), del estadunidense Hal Hartley.

En el caso de Julia Lotvek, el recurso a diálogos muy neutros cuando no totalmente intrascendentes, hace que el espectador se deje ganar más por una geografía fascinante que por los conflictos sordos, sin gran desarrollo dramático, de la pareja de exploradores. Quienes conocen el trabajo de Tom Bissell señalan encontrar mayor sustancia en su manera de abordar estos temas. Sin el respaldo real de intérpretes con mayor carisma, y sin un guión realmente atractivo, El planeta más solitario, propuesta original y muy sugerente, se queda lamentablemente a medio camino de su promesa inicial.