Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de noviembre de 2011 Num: 872

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Cioran y la sorna
de la ironía

Enrique Héctor González

El gabinete de los monstruos
Eduardo Monteverde

La mirada poética galvaniza cada palabra
Ricardo Yáñez entrevista con Claudia Berrueto

La sombra como tormento
Hugo José Suárez

Metáforas de una
guerra imperfecta

Gustavo Ogarrio

No me dejes olvidar
tu nombre, Bola

José Antonio Michelena

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Memorias y exilio: Manuel Durán

Habiendo considerado en un primer momento la obra memorística de sólo cuatro poetas y narradores hispanomexicanos, llegó a mi escritorio una obra peculiar de Manuel Durán (Barcelona, 1925), otro de esos autores: Diario de un aprendiz de filósofo. Notas sobre  magia, religión y ciencia (2007), publicado el mismo año que Por el mundo. Infancia, guerra y principio de un exilio afortunado, de Carlos Blanco Aguinaga, quien escribió la presentación para el libro de Durán.

El Diario… abarca el período indeterminado de un año con siete meses, desde un 2 de febrero hasta un 7 de septiembre del año siguiente (algunos detalles, como la mención del estreno de la película Harry Potter y la piedra filosofal, permiten lucubrar que el arranque del Diario… ocurre hacia 2001 y que la última fecha podría rondar 2002). Las fechas del mismo no son estrictamente consecutivas, de manera que aparecen muchos saltos entre sus distintas entradas (por ejemplo, el segundo año, más voluminoso que el primero, comienza el 3 de enero y la siguiente fecha es el 20 de mayo). Algunas veces, la nota del día comienza con el breve relato de algún incidente cotidiano, como el 3 de agosto del segundo año: “Antes de dormirme he visto varias películas de ciencia-ficción. En todas ellas hacen trampa: los espaciosos cohetes que se proyectan hacia lejanos planetas van más aprisa que la luz. No importa; ya nos hemos acostumbrado a esta poco científica memoria.” Las más de las veces, el comienzo es intelectual, como el arranque del 13 de noviembre del primer año:  “A veces me obsesiono por títulos de libros o de poemas. Un título debe concentrar toda la esencia del texto.” O, de plano: “‘Lo nuevo’, en términos de cultura contemporánea, ha sido y es la ciencia.” (13 de agosto del segundo año).

El proyecto del libro, como dice Roger Bartra, es “tratar de entender […] lo que hay dentro, debajo y alrededor de la multiplicidad caótica que nuestros sentidos nos entregan.” En eso radica la peculiaridad del Diario…, de Durán. No hay una recreación del mundo de la infancia y parte de la adolescencia, como en De Rivas; ni una amenísima versión novelizada de la infancia de una niña, como en Muñiz-Huberman; ni el afán de un amplio recuento de vida, como en Blanco Aguinaga; ni la recuperación de una infancia fundadora, como en Patán: el Diario… de Durán ofrece, entonces, un viaje intelectual, meditativo, especulativo, con lo que el concepto autobiográfico de “diario” abandona los anclajes en el relato de las venturas y desventuras cotidianas para enfocarse en deambulaciones de orden interior, a veces vinculadas con circunstancias externas.

Desde luego, el libro de Durán no es una autobiografía intelectual, pero cumple con algunas características formales del diario como subgénero literario: el libro se escribe desde una primera persona donde se reconoce a Manuel Durán, hay un orden cronológico en las fechas (aunque, como dije antes, haya saltos y no exista ninguna indicación de años) y, a veces, se agregan notas circunstanciales, como aclarar si una entrada fue escrita en la noche.

El Diario de un aprendiz de filósofo cumple con la formalidad literaria de esa clase de textos, pero va mucho más allá que el Borges, de Bioy Casares, quien pormenoriza hasta la fatiga una larga secuencia de muchos años con sus muchos días durante mil 663 copiosas y agobiantes páginas, pero con poca sustancia; por el contrario, Durán exhibe escasos detalles de la vida cotidiana y se enfrasca en complejas meditaciones planteadas con amenidad estilística (muchas veces interrumpidas por cambios de tema, de dirección, de aparición de comentarios inesperados), que lo conducen a la conclusión de que “las utopías son necesarias” y de que en ellas “todos seremos filósofos”, con lo que el relato refleja las vicisitudes y los pensamientos de su autor, filósofo un poco a la manera dieciochesca: una persona preocupada por casi todo, lo cual le permite hallar en muchas cosas diferentes prismas para tratar de explicarse el mundo.

El Diario…, sobra aclararlo, no pretende ser un libro teórico, ni un alegato de filosofía aplicada, ni una cátedra de historia filosófica; estrictamente hablando es eso: el diario de un poeta con estudios filosóficos que funde dos de sus ocupaciones personales para ofrecer los registros de un viaje de diecinueve meses alrededor de peripecias íntimas, interiores, filosóficas, relacionadas con el amor por el conocimiento. Eso le permite decir a Durán:  “El exilio favorece la actitud filosófica, y a su vez esta actitud puede desembocar en el exilio.”