Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de noviembre de 2011 Num: 872

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Cioran y la sorna
de la ironía

Enrique Héctor González

El gabinete de los monstruos
Eduardo Monteverde

La mirada poética galvaniza cada palabra
Ricardo Yáñez entrevista con Claudia Berrueto

La sombra como tormento
Hugo José Suárez

Metáforas de una
guerra imperfecta

Gustavo Ogarrio

No me dejes olvidar
tu nombre, Bola

José Antonio Michelena

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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No me dejes olvidar tu nombre, Bola

José Antonio Michelena

Cuando las últimas tres generaciones de latinoamericanos llegaron al mundo, ya Ignacio Villa se había marchado silenciosamente en la madrugada mexicana del 2 de octubre hace cuarenta años, dejándonos huérfanos de su genio.

El relato de sus días finales es conocido. Una noche cercana al último viaje, un mensajero de sus dioses le avisó en sueños que moriría en México, que su cadáver regresaría a la Isla en lujoso ataúd y que en ambos sitios el dolor sería unánime. También se sabe que sus consejeros –científicos y religiosos– le dijeron que permaneciera en La Habana, pero él persistió: viajaría a Lima, cantaría otra vez “La flor de la canela” en presencia de Chabuca Granda. Y cumpliría su destino.

Pero nunca llegó a Perú; su destino fue cerrar el ciclo de la existencia en el mismo país donde se inició como Bola de Nieve junto a Rita Montaner, en 1933. Hacía menos de un mes había cumplido sesenta años.

Ignacio Jacinto Villa Fernández nació en Guanabacoa, al otro lado de la bahía habanera, el 11 de septiembre de 1911, hijo del mulato Domingo Villa y la negra Inés Fernández. Ambos factores, lugar de origen y mapa genético, son esenciales en la forja de su personalidad irrepetible, a la que contribuyeron la educación familiar; los estudios de pedagogía, de música, de arte, de idiomas; un espíritu de observación y aprendizaje continuo; una voluntad y un rigor profesional perpetuos, y un talento que sólo otorgan los dioses cada mil años.

Las efemérides redondas llaman a revisar libros, confrontar criterios, revisitar los hechos. Y allí vemos que en sus primeros cien años, Ignacio Villa ha acumulado un caudal de referencias acorde con el alto sitial que ocupa en el arte, un torrente de opiniones asombrosamente coincidentes: “Bola realizó en el arte cubano una proeza similar a la de la inigualada Lucha Reyes en México o a la dramática e infortunada Edith Piaf en Francia. […] Todo ello, piano y voz, coincidía en una magnífica síntesis del actor. […] Cada canción era un trozo de vida que nos ganaba como vivencia propia.” (Julio Le Riverend.) “Cuando escuchamos a Bola parece como si asistiéramos al nacimiento conjunto de la palabra y la música que él expresa.” (Andrés Segovia.) “El hecho importante es que lo queremos desde siempre. Por su voz de rico, original matiz pícaro, melancólico, alegre, dulce, sentimental. Todo de un golpe. Y por su piano, riente unas veces, solemne otras, pero magistral siempre. Un piano que emociona, que enamora, que embruja. Y por su entraña de hombre bueno.” (José Sabre Marroquín.) “Bola de Nieve se anticipó en su clase de autor-actor, lo que lo hizo famoso en todo el mundo por cantar con estas características. Junto a su inseparable piano, hacía un monodrama de cada interpretación, y su originalidad lo inmortalizó.” (Gonzalo Roig.) “Su auténtica musicalidad, su amplia cultura y una gracia sin medida hacen de él un personaje singular dentro del arte que cultiva.” (Harold Gramatges.) “Bola de Nieve nos pone a todos de acuerdo, evidentemente. Pero ha tenido, por encima de eso, el talento necesario para ponerse de acuerdo con todos los pueblos del mundo.” (Alejo Carpentier.)

Los centenarios obligan a las instituciones a preparar homenajes, congresos, ediciones especiales, como tantas otras formas de combatir el olvido. Pero el olvido es un recurso que no ejercemos con lo entrañable. ¿Quién ha olvidado a Bola?, ¿es necesario hacer un ejercicio de la memoria para traerlo al presente?, ¿acaso no vive en el presente de manera continua?, ¿su piano y su voz han dejado de acompañarnos, de recordarnos, entre otras cosas, que la felicidad y el olvido del ser amado son inalcanzables?, ¿o serán ideas de melómanos?

Melomanías a un lado, las nuevas generaciones necesitan saber, “¿de dónde son los cantantes?” Después, los hacen suyos, los incorporan –si son afines– en los latidos de su vida y pasan a ser parte de su respiración, como nos ha pasado a tantos con Bola. Por eso siempre será útil volver a publicar sus discos y hacer nuevas ediciones de sus actuaciones.

Porque la historia de la música popular ha sido un diálogo incompleto entre la difusión que ofrecen los medios y la recepción y asimilación de esos mensajes, el sedimento de los relatos que sintetizan, en un breve espacio de tiempo, mitos, leyendas y crónicas de lo que somos, pero también de lo que no somos.

Y si alguien supo quién era, de dónde venía y hacia dónde iba, fue Bola. Él vino de África y de España; en su expresión están el dolor y la alegría, las ilusiones y las penas, el ritmo y la pasión de una cultura mestiza que aprendió que para alejar las penas, son las maracas y el bongó, amigos que nos dan valor.

Ignacio Villa, no nos dejes olvidar tu nombre, por favor.