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Recuerdos sobre Armando Morales (1927-2011)
E

l pintor nicaragüense Armando Morales, autor de un portafolio litográfico sobre el héroe nacional de su país de origen, me refiero a quien fue inspirador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN): Augusto César Sandino (1895-1934), murió en Miami el pasado 16 de noviembre.

Junto con Rufino Tamayo, Roberto Matta, Wifredo Lam y más recientemente Alfredo Ramos Martínez, este pintor ahora se suma a sus colegas latinoamericanos ya fallecidos, cuyas obras acusan preferencia mayoritaria por parte de los coleccionistas en las subastas que propician las casas Christie’s y Sotheby’s, de Nueva York.

Su fama póstuma se acrecentará sin duda, su legado, tanto en pintura como en estampa, conforma un rubro importante en la historia del arte del siglo XX. Igualmente conviene tener en cuenta su preferencia por nuestro país, donde realizó el portafolio aludido, titulado Adiós a Sandino, el cual fue impreso en Artesgráficas LTD y exhibido junto con un conjunto de sus pinturas en 1983, en el museo Tamayo.

Debido a moción de Francisco Toledo, dicho portafolio se exhibió asimismo en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). El autor me encargó la introducción del catálogo que entonces se publicó, por cuyo motivo iniciamos una relación amistosa que congregó también a Cristina Gálvez, dueña de muchas anécdotas, algunas humorísticas, sobre los hábitos del autor.

En una de esas litografías aparecen seis personajes: Pedro Altamirano, Francisco Estrada, Juan Pablo Umanzor, Sócrates Sandino y Miguel Ortiz, flanqueando al jefe del ejército de soberanía nacional nicaragüense. Augusto César Sandino libró batalla contra la ocupación militar estadunidense de su país entre 1927 y 1932.

En 1979 triunfó la Revolución Sandinista y Sandino vuelve a ser arquetipo de la identidad nicaragüense. No obstante, el FSLN no ganó las ulteriores elecciones en Nicaragua.

Lo que Armando Morales llevó a cabo no es una representación histórica, sino una saga en memoria de un personaje a quien llegó a ver de niño. Tenía siete años cuando ocurrió la muerte de Sandino y la de sus compañeros, y la saga a que me refiero es en efecto una remembranza que le rinde homenaje. Pero tal adiós fue igualmente moción de reconocimiento, ya que el gobierno sandinista le otorgó al artista la Orden Rubén Darío el mismo año, 1982, en que decidió establecerse en París, donde montó taller y residencia.

Posteriormente lo haría asimismo en Londres, si bien sus viajes a Nicaragua siempre fueron frecuentes.

En 1992, Armando Morales accedió a fungir como jurado internacional en la sexta Bienal Tamayo y en esa ocasión establecimos un convivio de trabajo que resultó fructífero y grato. Los jurados nacionales fuimos Raquel Tibol, Fernando González Gortázar, Jorge Alberto Manrique y yo.

Entre los temas favoritos que practicó en fechas relativamente recientes, ocupan especial lugar las escenas con mujeres que están al borde de un río o en la orilla del mar. Tampoco son representaciones realistas y están ligeramente matizadas de elementos fantasiosos, como si provinieran de sueños o ensueños, e igual que como sucede en la saga de Sandino, se basan en recuerdos inciertos, tal vez rememorados mediante alguna borrosa fotografía que él pudo conservar.

Se ha dicho que Morales combinaba visiones de su origen con fantasías preconscientes, creando así composiciones de enigmática belleza que él mismo vinculó, en cierto grado, con el interés que le provocaron las composiciones de Giorgio de Chirico de la etapa metafísica.

Sus personajes tienden a ser intemporales, efectivamente tal y como si sus presencias fueran soñadas. Tendió a producir series, que se caracterizan por su riguroso y persistente trabajo pictórico, en el que texturas delicadas se alían a un uso modulado, aunque parco y propositivamente apagado, del color.

Una pléyade de autorizados comentaristas se han referido a su trabajo, entre ellos se encuentran Dore Ashton, Edward J. Sullivan, Raquel Tibol, el propio Manrique y señaladamente la nicaragüense Dolores Torres, entre otros.

La vida de Armando Morales, de varias décadas a la fecha, estuvo marcada por incontestables éxitos, tanto en materia de reconocimiento como en el aspecto económico.

Deja en México muchos conocidos. La última vez que en lo personal tuve oportunidad de compartir un rato con él fue en Madrid, en compañía de Andrés Blaisten, encuentro que dio lugar a otra de las situaciones inesperadas y, a la vez, algo chuscas de las que solía hacer gala.

Entre sus descendientes están dos criaturas de corta edad, ya que hace relativamente poco decidió de nueva cuenta contraer matrimonio. Nuestras condolencias a sus familiares y amigos.