Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Isocronías

La vaca prestada

U

na vez, estando yo en Villahermosa, la mesa de trabajo se me dividió entre escritores jóvenes y ya mayores, éstos a favor de la forma y los recién despiertos a la literatura al pelo suelto. Fui conciliador: soltarse, pero de modo ejercitado y limpio; formarse, pero para mejor ser uno mismo, para que la mismidad del decir de uno se diga mejor.

Hace dos jueves pensando en mis talleristas se me vinieron dos palabras a la mente: frescura y rigor (hay que hablar sobre ello, me dije). Al salir de casa me topo con la Revista de la Universidad de México y en ella el artículo de Hugo Hiriart donde, para el caso lo mismo, resalta las palabras frescura y maestría, tomadas del creador del teatro Noh. Y el siguiente domingo, en Laberinto, veo que en similar sentido Armando González Torres opta por rigor y espontaneidad. Coincidencias, gratas sorpresas, confirmaciones.

De alguna manera siempre he creído que toda mancha es geométrica… y, más difícil, que toda geometría surge de un pensamiento de ese tipo (en principio algo mágico), del considerar que lo que no parece tener orden lo tiene, algo dice. No es sino una creencia, entre que violenta y asentada, entre que muy cuestionable y eficaz. Un recurso, vaya, no necesariamente una verdad.

En antiguo y famoso problema matemático, un padre deja a sus tres hijos equis número de camellos que deben repartirse en diversas, determinadas proporciones sin matar a ningún animal. El problema, a primera vista insoluble, se resuelve pidiendo prestado otro camello, que al final de la operación sobra, se devuelve, y todos contentos. Por quizá otra parte, con cierta frecuencia algún poema requiere de cierta imagen, cierto epígrafe o cita, ciertos versos, que en el proceso quién sabe cómo quedan fuera. Debido a que el problema aludido me llegó a mí en un cómic como problema entre vaqueros, suelo llamar a dicha imagen la vaca prestada.

La creencia que consigno me funciona en el taller precisamente como vaca prestada. Es útil. Los talleristas la asimilan con facilidad, se ponen a analizar, a pensar, sus manchas, se ponen a estudiar las formas, la geometría literaria, dan con la abstracción (sin perder la concreción) de su arte y –o eso digo– todos tan contentos.