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Ruta Sonora

Juan Cirerol: el norteño-punk maldito

“Q

uisiera que cuando lloviera, en vez de agua cayera perico / y que corriera cerveza y tequila por mar y ríos / coca, mariguana y opio, ¡qué bonito! / si los cárteles no existieran, mucho menos los mafiosos...” Así versa el corrido popular Se vale soñar, interpretado por el Tigrillo Palma, que ahora adopta como suyo el destornillado cantautor de norteña-punk Juan Cirerol, de Mexicali, entre otros temas propios, en su segundo disco Haciendo leña (Intolerancia, 2011), producido por Gerry Rosado, a ser hoy presentado. La metanfeta, Eres tan cruel, y otras canciones propias se ven plasmadas luego de su debut, Viaje al Mictlán (Valevergas Discos, 2009). Lo nuevo suena más alegre, y ahora además de guitarra, voz y armónica, hay contrabajo, tocado por Luis Reneé Ibarra.

Con desfachatez y virtuosismo, a bordo de su texana o docerola (guitarra de 12 cuerdas), Juan Cirerol, a sus 24 años, es uno de los actos en vivo más genuinos que se hayan visto en la escena reciente. Su autenticidad norteña nada tiene que ver con el kitsch ni con la etnomusicología. Cirerol canta desde su bajo vientre con gran vo- zarrón, mientras bebe cerveza y despliega incorrección total. Oriundo del punk, fan de Charles Bukowski, Johnny Cash, Cornelio Reyna y Chalino Sánchez, harto de la hipocresía del rock local, se pasó a la norteña; pero la antisolemnidad y el desparpajo del punk no lo abandonan. Juan no exalta narcos: sólo suelta rienda a su energía animal, sin poses, para retratar esa otra realidad fronteriza: ese chico apolítico que consume estupefacientes y a mordiscos se bebe la noche.

Dice en entrevista: “Empecé a los 15 años. Me gustó que podía decir cosas a la gente sin que se diera cuenta, criticar a quien me caía mal. Tenía un trío de rock tipo Nirvana, llamado Dulce Señor; luego fue más punk. De niño siempre oí norteña, pero lo había olvidado. Un día oí Entre perico y perico de los Razos del Norte; entonces, a los 18, me metía mucha coca, y me empezó a emocionar esa música. Un día sentí que la escena de rock en Mexicali era una mierda; dije: voy a entrar a la de norteña. Irónicamente me volvieron a meter a la primera (risas). Una noche me metí mucha madre y mi mamá me había regalado una guitarra de Paracho; de un tirón compuse cuatro canciones de norteña, las subí a Myspace, y ahí empezó todo. Fue por ególatra, pues dije: ‘les voy a partir su madre’. Así que iba a cantar afuera de sus tocadas en casas; la gente se queda en la calle tomando, no paga 30 pesos para entrar, pero sí a mí cinco. Fui sacando feria y me conocían como el que cantaba norteñas afuera de las tocadas de rock. Luego en cantinas y así... Ahora me invitan a muchos lugares de rock (…). Lo que me interesaba era sacar dinero, porque a mí no me gusta trabajar. Acabé secundaria y lo demás lo he aprendido solo. Me gusta la onda beat: Bukowski, Jack Kerouac, Allen Ginsberg… también Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis.”

–¿Cómo construiste tu personaje? Tocas norteña, pero dices cosas que los que tocan eso no dirían…

–No es premeditado. Sólo soy yo. Para hacer rolas chingonas tienes que hablar de lo que te avergüenza: si algo te da pena de ti, habla de eso, desafía tus temores. La gente que hace corridos se limita a caerle bien al que les paga por componer. Yo prefiero contar historias que no le van a gustar a los cerrados de mente. Las restricciones de las mentes rancheras es lo que me disgusta de la escena norteña.

–¿No te importa que te encasillen como el que canta norteñas sobre drogas?

–No, eso es para artistas del siglo XX… Yo como soy del siglo XXI, me vale verga (risas). O sea, quiero erradicar la idea del artista mamalón que está por encima de todos; soy un amigo con el que puedes platicar o tomar. Además no me ofende, es cierto: soy drogadicto. Me estoy rehabilitando, pero eso soy. Toda mi vida ha girado en torno a la droga, no podrían encasillarme de otra forma.

–Monsiváis decía que el Piporro inventó la identidad norteña; ¿tienes esa conciencia de ti mismo?

–Claro, no me podría desnorteñizar. Pero tampoco lo planeo. Sólo agarro un papel y escribo. Eso sí, cuando compongo me pongo bien pedo; mi mota, mi coquita. Lo mío es componer diferente… pero no sé a quién (risas). ¡Diferente a mí, pues! Porque cuando escribo soy dos: el güey que dice ‘no digas esto’ y el que dice que sí lo haga. Siempre le hago caso al que dice que sí.

–¿La fama no hará que dejes de tener aventuras qué contar?

–No, porque a los 30 voy a ser otro. Quedarse en lo que te ha pegado es un error. Hay que cambiar. De todos modos, no hace falta que todos me crean. Es necesario que alguien me odie para poderles cantar y mentarles su madre.

Juan Cirerol actúa hoy en El Imperial (Álvaro Obregón 293, Condesa), 22 horas; $100. Más recomendaciones en patipenaloza