Cultura
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¿Letras libres de culpa?
S

i por algo será recordado el opaco editor y reseñista Fernando García Ramírez (GR), es por haber ayudado a legitimar jurídicamente la calumnia y la mentira como recurso para desahogar diferencias políticas y prejuicios intelectuales en el ámbito del periodismo mexicano. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en una más de sus trepidantes actuaciones como aval de la injusticia, las fobias conservadoras y el privilegio de las clases dominantes, dictaminó contra La Jornada, que considera calumniosas las opiniones de GR. La SCJN ya lo ha hecho contra las mujeres al negarles el derecho de abortar, contra los indígenas al respaldar la vergonzosa ley del Congreso de la Unión que traicionaba los acuerdos de San Andrés o al permitir la excarcelación de los asesinos de Acteal. La lista es larga. Ahora, la SCJN da un espaldarazo a la pobre argumentación de GR contra La Jornada en el artículo que más lamentará haber escrito en su vida.

Pero seamos justos. El autor de la pieza Cómplices del terror (publicada en 2004 en Letras Libres, la cual a la sazón subdirigía) es, como diría Bob Dylan, sólo un peón en su juego. Reflejaba la posición de la revista que dirige Enrique Krauze. Tan es así que quién hoy da la cara y se lleva el fuego del conflicto es Krauze, quien semanas atrás reavivara sus petardos contra La Jornada, quizás advertido de que la SCJN le daría la razón.

Los jueces y los aliados de Letras Libres la minimizan, pero la acusación clave de aquel artículo pone a este diario como cómplice del terrorismo. Equivale en estos tiempos a decir que somos cóm- plices de asesinato. No menos. Además de que el señalamiento nos pone en riesgo, se sustenta en una palmaria mentira. Que los articulistas y los medios mienten impunemente con frecuencia, es sabido. Pero que te acusen de matar, ah caray, eso ya está más cabrón.

Al decir esta boca es mía, el propio GR ofrece su medrosa justificación “¿Por qué escribí ‘Cómplices del terror’?”, en su blog de Letras Libres (23/11/11). De la mano de los que él cree buenos guías, se acoge otra vez al juez Baltazar Garzón y al mellado filósofo Fernando Savater. Ignorando su verdadero carácter de bufones de la democracia monárquica de España, tanto socialista como popular, GR se ampara en un son-ellos-los-que-dicen. Pero sus ídolos tienen pies de barro. En los años anteriores a su nota, el protagónico juez Garzón dio pie a una persecución generalizada contra la izquierda española bajo la misma acusación de cómplice de la banda terrorista ETA; esto casi ahogó a la izquierda abertzale, pacífica y democrática en el País Vasco, y puso contra la pared a la izquierda no institucional en todo el Estado español, sin que tuviera ninguna relación con ETA, sus crímenes ni su entorno.

Aprovechándose del clima de justificada indignación que recorría España, tanto Garzón como Savater se montaron en un antizquierdismo vergonzante, al cual es afín Letras Libres, para fortalecer su poder cultural, que existe aquí como allá, y que bajo la coartada de liberal se las da de buena onda con la izquierda que les gusta, civilizada, negociadora, light, que hasta merece consejos y no sólo coscorrones. Fuera de ella no ven sino una selva en la que todos son unos loquitos fanáticos, y no perciben la existencia de brutales injusticias, movimientos sociales auténticos, inconformidades articuladas y sensatas. La derecha intelectual nunca repara en eso. La chusma sólo puede ser chusma.

Al final, el argumento base de GR es lo sospechoso que le parece que La Jornada mantuviera en secreto su contrato de intercambio con el diario euskera Gara, lo cual es falso, y de no serlo, resultaría irrelevante. Este diario lo informó en su momento con todo y foto. Ha hecho intercambios similares con Página 12, Il Manifesto, Le Monde Diplomatique y otras publicaciones legales. Sólo con The Independent y Público existe convenio comercial. El reseñista, como Mambrú, se fue a la guerra en un clavado sin regreso.

GR es parte de aquellas juventudes que se arrimaron a Octavio Paz, Vuelta y su entorno desde finales de los años 80 y han crecido (es un decir) a la vera de Krauze. Aportaban un antizquierdismo hormonal que los volvía insospechables de leso comunismo. Unos, vacunados por un pasado familiar republicano o socialista, otros educados en los valores del conservadurismo burgués mexicano. Siempre a la derecha de Paz.

A últimas fechas, Letras Libres y su director han venido presentando a Paz como un hombre de gauche que, oh, no era escuchado por esa izquierda ingrata que lo insultaba, quemaba en efigie y no estaba a su altura. Ahora nos venimos a enterar que en el fondo, Paz era un compañero. Haberlo sabido. Tan útiles que hubieran sido su voz y su empuje intelectual y periodístico contra la silenciosa guerra de exterminio de los pueblos indios, por ejemplo, o defendiendo los derechos sociales que aniquiló su gobierno favorito, y tan de izquierda: el salinista.

(Próxima semana: Letras vencidas).