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La fugitiva, novela reciente del escritor, será presentada en la FIL de Guadalajara

La literatura implica eliminar lo superfluo y dejar lo esencial, considera Sergio Ramírez

Penetrar en el alma femenina es un asunto de lenguaje, manifiesta a La Jornada

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Sergio Ramírez durante la entrevista en GuadalajaraFoto Arturo Campos Cedillo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 29 de noviembre de 2011, p. 6

Guadalajara, Jal., 28 de noviembre. La fugitiva, la novela más reciente de Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942), es una compilación de osadía literaria, crónica periodística y reunión de obsesiones de su autor, quien debió capotear con su propia condición de varón para ofrecer tres voces distintas de mujeres y sus memorias subjetivas sobre un personaje central femenino, todo bajo el acabado modelo que seguiría al pie de la letra cualquier reportero que se precie de cuidar la objetividad en su trabajo.

Para mí penetrar en el alma femenina es un asunto de lenguaje, de cómo habla una mujer y de ahí paso al cómo es una mujer. Hablan de manera diferente mis tres personajes, la señora Tinoco es de la alta sociedad, doña Marina Carmona es una profesional, sicóloga y, la última, Manuela Torres, es una cantante de Costa Rica exiliada en México, que hace su vida aquí, cuenta Ramírez, quien está por presentar esta obra en la 25 Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

En entrevista con La Jornada, el ganador del Premio Alfaguara comparte que en efecto fue una osadía hacer una novela llena de voces femeninas protagónicas, pero la literatura está llena de osadías y caminos empedrados.

Creé estos tres personajes, mujeres que hablan delante de una grabadora que les pongo como si fuera un periodista que las estuviera entrevistando, después edito la entrevista, saco mis preguntas de por medio y dejo que sean ellas las que hablen, agrega.

Reconoce que aunque cada memoria y recuerdo difiere de persona a persona, el retrato de Amanda Solano –personaje central inspirado en la autora costarricense Yolanda Oreamuno– fue el mejor que pudo construir a partir de lo que cuentan las tres mujeres entrevistadas.

Quería contar este libro como lo contaría un cronista profesional que no se involucra. Es un procedimiento narrativo, aquí es donde encuentro las grandes conexiones que existen entre periodismo y literatura, el buen periodismo es el literario, donde el periodista se toma el tiempo para meditar sobre la palabra y hace una crónica que se puede leer como literatura. Y la buena literatura es la que se parece al periodismo, porque simula objetividad, tiene amor por los detalles, registra lo que parece que no tiene importancia, pero la tiene porque el público lo quiere saber.

–Casi siempre son los periodistas los que luego quieren ser escritores. ¿El de usted es un proceso inverso?

–Llevo en mí un periodista dormido. Hubiera querido empezar como reportero mi vida de escritor, de joven ser reportero de la nota roja, hacer guardia de medianoche en las redacciones. Pero esa no fue mi vida, yo fui a estudiar derecho, en Nicaragua no había escuelas de periodismo. Pero siempre llevo en mí al cronista, al periodista que quiere estar al día con lo que pasa y que ve la literatura como algo que al ser narrado tiene técnicas informativas.

–Sin embargo, el periodismo sobre todo, aunque la literatura también, tienen reglas. ¿Cómo salvar esos escollos?

–Se cruzan en las técnicas narrativas, para mí una buena crónica periodística que narra hechos reales es la que usa ganchos literarios, el periodista que narra como si fuera un escritor entregándole al lector la información a cuentagotas para interesarlo, develándole cosas a su tiempo hasta revelarle todo al final. Este tipo de ganchos es la literatura dentro del periodismo y, al revés, el periodismo dentro de la literatura es la objetividad supuesta.

–¿Usted cree que exista la objetividad?

–Es una aspiración, pero siempre en el mundo del periodista su cabeza está llena de elementos subjetivos, pero la aspiración es no mentir, reflejar los hechos que están documentados y puede probar, pero eso no quita que al fabricar imágenes informativas el periodista no ponga algo de su subjetividad.

“Todo esto ha cambiado en el periodismo moderno desde A sangre fría, de Truman Capote; desde las narraciones de Kapuscinski o las entrevistas de Oriana Fallaci, un periodismo que podríamos llamar creativo, donde es legítimo imaginar situaciones que no son reales, pero tampoco quitan objetividad al relato.”

La crónica, filón del periodismo

–¿La crónica es el espacio adecuado para entrecruzar periodismo con literatura?

–El gran filón del periodismo está en la crónica. Hoy día los periódicos escritos ya no informan, uno se informa en el teléfono celular, en Internet, pero cuando uno abre el periódico en la mañana no está sabiendo nada nuevo, entonces el futuro del periodismo escrito es abrir espacio a un tipo distinto de escritura que es la crónica, que va a buscar ángulos que la noticia rápida no tiene.

–¿Una especie de regreso a los orígenes?

–Sí. A comienzos del siglo XX las grandes plumas del periodismo, como Rubén Darío, José Martí, Leopoldo Lugones y Amado Nervo, sus crónicas arrancaban en las primeras planas de los periódicos, sus firmas valían y le daban una plana entera a estos largos textos.

Para mí ese es el futuro del periodismo, donde la literatura regresa al periodismo. Veo medios escritos que ahora parecen portales de Internet y eso no puede ser. El periodismo escrito es así, con una técnica diferente, se tiene que retomar y, como usted dice, volver a los orígenes, a la razón de ser, que es informar a través de la crónica.

–Si el periodismo debe regresar a la crónica para salvarse, ¿ la literatura tiene que modificarse también para sobreponerse a la influencia de las nuevas tecnologías de la información?

–A mí me gustan ejercicios como el Twitter, porque te ayudan a condensar y eliminar lo superfluo. Creo que la literatura es la eliminación de lo superfluo y dejar lo esencial, que no sobren las palabras. Pero los medios tecnológicos siempre han modificado la estructura de la literatura; la prosa modernista de finales del siglo XIX y principios del XX estuvo muy influenciada por el despacho telegráfico, párrafos y puntuaciones cortos, todo determinado por la tecnología.