Opinión
Ver día anteriorMartes 29 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las Libérrimas
L

a voz trémula de Enrique Krauze en la entrevista que le hizo Carmen Aristegui a propósito del despropósito cometido por Fernando García Ramírez delató una revuelta en sus emociones que no apoyaban en lo absoluto las palabras entre temerosas y almibaradas con las que decía extender su mano franca, sin odios, y clamando paz a nuestro periódico.

No es remoto que él mismo haya leído la falla o el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), como muchos esperábamos que ocurriría: la SCJN intentaría un (imposible) empate, tal como ocurrió y que José Luis Soberanes resumió inmejorablemente: la Corte aprobó un dictamen con criterios políticamente correctos, en lugar de hacerlo con criterios jurídicamente correctos. Frente al imposible empate, Soberanes expresa: “Aquí estamos [frente] a unas vencidas, a ver quién tiene más influencias…” Muy mal andamos cuando los jueces supremos deciden de este modo y nos dan tan subdesarrollada lección de convivencia social: puede usted decir lo que venga en gana, siempre que tenga el poder mínimo necesario para que la última instancia judicial se achique.

Un momento muy penoso de la entrevista con Carmen fue cuando Krauze, que suele hablar desde un pedestal fingiendo que lo hace a ras de tierra, dijo que Fernando García Ramírez escribió la palabra cómplice en el sentido de la primera acepción del diccionario (podemos suponer que el de la Real Academia Española): Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería. ¡Ah!, mire usted lo que quería decir García Ramírez, que en su mismo libelo dijo de La Jornada que estaba al servicio de asesinos hipernacionalistas. Entienda usted, esta incoherencia sólo era una pícara licencia poética.

Krauze nunca entendió, según esto, que su entrevista estaba en el contexto de un intercambio de contenido jurídico, en el que, de acuerdo con la Constitución Política, cómplice no habla de una bondadosa camaradería, sino de un delincuente. Así lo refiere el artículo 16 de nuestra Carta Magna y el artículo decimoquinto de los artículos transitorios.

A esa referencia krauziana los niños la llamarían hacerse pato, y los mayores la llamarían con palabras altisonantes.

Letras Libres, espejo de la estructura del poder constituido, y Krauze, que suele hablar desde un pedestal, no pueden decir me equivoqué; no, si mis letras no son sólo libres sino libérrimas, a grado tal que puedo calumniar sin que nada nos ocurra. Sí que tienen razón, por cuanto están apoyados por los jueces supremos de la nación que, de vez en vez, cuando el poder político, económico o mediático está de por medio, se hacen bolas, se enredan, y pueden salir con su batea…; saludemos la honrosa excepción del ministro Ortiz Mayagoitia.

El ministro Lelo de Larrea pergeñó un dictamen que dice que por encima del derecho de honor está el de la libertad de expresión; lo cual no quiere decir, dijo, que esté de acuerdo en lo que en Letras Libres se dijo sobre La Jornada; yo, dice Lelo, como juez supremo, no coincido en lo que se ha dicho con libérrimas letras en la revista que dirige Krauze, pero le doy la razón, porque así me lo manda la libertad de expresión. Si se trata de Krauze y Letras Libres, no proceden los límites a la libertad de expresión que dicta la Constitución. Son muy en serio el cuarto poder en la cima; ese que en México puede conducirse de manera impune. Lelo vació de contenido el derecho de expresión: no importa qué se diga, lo importante es preservar el derecho a decirlo (si se llama Krauze, por ejemplo). Otro de los sabios que ocupan una silla en la SCJN remachó: en casos similares no siempre en la SCJN vamos a fallar del mismo modo. Lindísimo: un fallo para unos y otro para otros, según de quien se trate. ¿No es así? Parejito…

El asunto, ministro Lelo, es que Letras Libérrimas calumnió y denostó a La Jornada y en juicio no probó su dicho. No hay más; pero ustedes, jueces supremos, fallaron en favor de Las Libérrimas. En su entrevista con Carmen, Krauze nos platicó la opinión del juez Garzón y la de Savater sobre la banda terrorista ETA, pero esto es simplemente un non sequitur. Ni Garzón ni Savater estaban haciendo alegatos jurídicos en el juicio de La Jornada vs. Las Libérrimas.

Krauze y Las Libérrimas tienen un problema ideológico con La Jornada perfectamente entendible y al que tienen todo el derecho del mundo. Y a la inversa. Pero Krauze acaba de dar a La Jornada una lección contundente: yo soy un hombre de poder económico, político y mediático, por eso les he ganado en este diferendo.

Krauze vive en la manga anchísima del liberalismo. Ahí caben quienes han hecho un debate profundo filosófico sobre la libertad, pero también los mercaderes de la historia. Krauze se ha enriquecido vendiendo trozos de historia mexicana y de ideología, en el seno de ese otro gran poder mediático que es Televisa. Ciertamente La Jornada está muy lejos de ese mundo. La Jornada es también muy libre, pero reconozco que no tiene el poder de Las Libérrimas, como nos lo acaban de demostrar.