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Plastilina
E

l pasado 29 de noviembre fue el Día Internacional de la Solidaridad con el Pueblo Palestino. Esa fecha fue establecida por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en 1977 para reflexionar sobre la suerte de los palestinos y promover una paz justa y duradera en Oriente Medio. La clave de esa paz, según la ONU, es una solución justa del problema de Palestina, mediante la realización de los derechos inalienables del pueblo palestino, incluyendo su independencia.

El 29 de noviembre coincide con el aniversario de la resolución de la Asamblea General de la ONU que en 1947 aprobó la partición de Palestina. Por lo tanto, hace casi 64 años que los palestinos están condenados a vivir en la cuneta de la historia. La tierra que habitaban fue dividida y una parte se convirtió en el Estado de Israel. Muchos se vieron obligados a refugiarse en los países vecinos y unos pocos se quedaron en lo que se autodenominó el Estado judío.

Lo que les ha ocurrido a los palestinos tiene múltiples causas. Han sido víctimas de las secuelas del colonialismo europeo, de las actitudes de las naciones árabes vecinas y de las políticas de sucesivos gobiernos israelíes. Pero, por si fuera poco, los palestinos también han sido víctimas de la corrupción y la falta de visión de sus propios dirigentes.

El Reino Unido se retiró de Palestina y en 1947 la ONU aprobó su partición en dos estados, uno judío y el otro árabe. Los habitantes de la parte judía, algunos de los cuales habían llegado desde principios del siglo XX y muchos otros eran producto de la diáspora tras la Segunda Guerra Mundial, se apresuraron a constituirse en un Estado, mismo que fue reconocido en 1948 por la propia ONU.

En 1947, las pocas naciones árabes independientes rechazaron la partición y los palestinos siguieron oponiéndose a la presencia de los pobladores judíos como antes se habían resistido a aceptar la administración británica. Ambos lados recurrieron a la guerra y al terrorismo. Los judíos habían sacado a los británicos a bombazos y los árabes pensaron que lograrían sacar a los judíos valiéndose de la misma táctica.

Son dos los factores que han incidido de manera constante y directa en la evolución de la situación del Medio Oriente desde 1947: la religión y la demografía. En un principio Israel tuvo gobiernos con inclinaciones socialistas. Se buscó una sociedad igualitaria en lo que parecía un experimento social europeo en el desierto. Luego, con los embates de los vecinos árabes y la llegada de otros grupos del norte de África y más recientemente de la ex Unión Soviética, aumentó la fuerza política de grupos religiosos, algunos bastante fundamentalistas.

Ante la presencia de un Estado judío, los países aledaños a Israel empezaron a definirse más y más como naciones árabes y algunos incluso como islámicos. La religión adquirió un papel político más destacado. Esto, a su vez, endureció la posición de sucesivos gobiernos israelíes.

La existencia (y permanencia) de Israel tardó en ser reconocida por sus vecinos. Aún hay países (y algunos grupos palestinos) que se resisten. Durante años Tel Aviv rehusó negociar con Yasser Arafat, el dirigente que presidió la Organización para la Liberación de Palestina, la Autoridad Nacional Palestina y el partido político secular Fatah. A la postre lograron un acuerdo y ahora el ciclo se repite con Hamás, el partido político islámico que en la actualidad gobierna la franja de Gaza.

Los palestinos han tenido un fuerte impacto en varios países de la región. En Jordania, por ejemplo, una tercera parte de sus 6 millones de habitantes son de origen palestino, incluyendo a la reina Rania.

La población de Israel ha aumentado 10 veces desde 1948, pasando de 800 mil a casi 8 millones en la actualidad. En un principio la gran mayoría eran judíos nacidos en Europa. Hoy 70 por ciento han nacido en Israel, pero su origen es mayoritariamente no europeo. Además, 20 por ciento de la población israelí es de origen árabe y palestino. Es más, el porcentaje de musulmanes se ha duplicado desde 1948, de 8 a 16 por ciento.

Los cambios demográficos han incidido en la política y muchos temen que la proporción de judíos siga reduciéndose. Por ahora, los israelíes han encontrado una fórmula para seguir prosperando pese a los embates terroristas periódicos. Y es ese modus vivendi el que sigue considerando a los palestinos como ciudadanos de segunda dentro de Israel y como el enemigo más allá de sus fronteras.

El hecho fundamental es que hoy los israelíes llevan más de 60 años viviendo en su país y más de 40 viviendo en los territorios ocupados en 1967. Han logrado ir consolidando su país y moldeando a su antojo la vida de los palestinos. No parece interesarles una solución justa y duradera a la cuestión palestina, y mucho menos un Estado palestino independiente. Prefieren que las cosas sigan como están. Y a menudo parece que cuentan con la complicidad de la comunidad internacional.

Falta ver cuál será la evolución política de la primavera árabe. En Israel hay quienes no quieren verse rodeados de gobiernos árabes democráticos en los que, al igual que en Israel, los grupos religiosos tengan una presencia significativa en los parlamentos. Tampoco quieren verse obligados a tener que negociar en serio con los palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza.

De ahí la alarma que provocaron los palestinos durante buena parte de este año cuando insistieron en que se les reconozca su calidad de Estado independiente. Llevaron su caso a la ONU, pero se toparon con la resistencia del Consejo de Seguridad. Luego acudieron a la Unesco y tuvieron éxito. Pero el problema de fondo persiste.

A ver cuánto más tardarán los palestinos en poner orden a su vida política y a ver hasta cuándo la comunidad internacional tolerará que Israel siga jugando con plastilina.