Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de diciembre de 2011 Num: 874

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En el mar de la cultura alemana
Alia Lira Hartmann

Nómade, mutante y migrante: literatura alemana actual
Esther Andradi

Teatro alemán en México
Juan Manuel García

Joven poesía alemana

Nueva prosa en alemán

Las trenzas de Herta Müller
Lorel Manzano

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Palabra de cinéfilo (I DE II)

En la cuarta de forros de Vértigo, veinte años de crítica cinematográfica, el maestro Jorge Ayala Blanco sostiene, y con razón, que a Ernesto Diezmartínez, “como a todos los críticos de cine mexicanos de nuestra historia, le tocaron tiempos difíciles en que escribir: la época postGuerra de los Críticos, caracterizada por la desintegración paulatina y el desdeñoso desinterés gradual por el cine culto, que precedieron al generalizado desmantelamiento cultural de hoy y el consecuente triunfo del banal comentario proHollywood-proImcine, indistinguible del promocional o el lenguaje del marketing dominante”.

Valga lo extenso de la cita para refrendar el alto grado de acuerdo que este sumaverbos declara respecto del aserto ayalablanquiano: jamás han sido verificables, en el mexicano entorno, buenos tiempos para ejercer un oficio que, aunado a los contratiempos arriba expuestos –desdén, desinterés, desintegración, desmantelamiento, banalidad–, históricamente le ha tocado lidiar con la distorsión perceptual emanada directamente de todo lo anterior. Es decir, al público en general, expuesto permanentemente a la proliferación de la publicidad cinematográfica disfrazada de periodismo, se le ha metido en la cabeza –literalmente “se le ha metido”– que la crítica cinematográfica consiste sobre todo, si no que única y exclusivamente, en dar puntual cuenta de los estrenos fílmicos semanales. Tal pavlovianismo mediático pareciera forzado a llevar, como un tatuaje, la ignominia del invariable encomio, reiteración que ha prohijado una curiosa esquizofrenia, en virtud de la cual una paradoja tremendamente simplona se ha erigido en norma: ahora se le llama “crítico de cine” a cualquiera que de modo periódico y sistemático haga públicos sus entusiasmos por este o por aquel filme, para lo cual basta –en la i-lógica del consumismo mediático incapaz de sustraerse a lo que “está de moda”, lo que es “del momento” o peor, “la nota”–  con apersonarse en el estreno fílmico reciente, taquillero de preferencia, y luego declararle al mundo que la película esto o aquello, bajo la forma de comentarios que, sin trascender la esfera del gusto personal, son elevados a valoraciones críticas.

Lo que ha hecho Ernesto Diezmartínez a lo largo de las dos décadas más recientes y contando, y de lo cual este libro de hitchockiano título es prueba, es remar a contracorriente de dicha empobrecedora tendencia pobre. Dueño de un discurso personalísimo, riguroso en lo teórico y desabrochado en lo estilístico, esculpido en la lid constante de la publicación lo mismo en medios masivos tradicionales –verbigracia el diario Reforma– que en otros igualmente masivos pero de distinta índole en cuanto a quien los frecuenta –como el blog: cinevertigo.blogspot.com–, Diezmartínez debe ser considerado como uno de los pocos críticos mexicanos realmente capaces de navegar en muy distintas aguas y no naufragar en ninguna: las del cine más comercial y mercachifle, por un lado, y las del cine más mediáticamente anónimo y reacio a la complacencia. La clave, simple y hábil, ha consistido en aplicar siempre el mismo grado de conocimiento, seriedad y honestidad en la valoración y el análisis del fenómeno cinematográfico, ya se trate del más reciente petardo perpetrado por Hollywood, o del más fresco ejercicio de cuasiclandestinidad fílmica de algún oscuro operaprimista nacional.

En este Vértigo, Ernesto recupera lo expresado en su momento en torno a media centena de películas, entre las que se incluyen la trilogía cromática kieslowskiana, dos de las tres partes que componen Toy Story, el ciclo violento del coreano Park Chan-wook, así como una constelación de obras lo mismo de autor –por ejemplo las de Kiarostami o Mullholland Drive del infinito Lynch–, que híbridas –como alguna del inefablemente contradictorio Spielberg–, que francamente palomiteras pero no por eso menos memorables y decididamente buenas –se habla de Wall-e. Desde luego, no se omite la inclusión de cine mexicano, siempre bajo la condición, expresada en la presentación que hace el propio Diezmartínez, de que forme parte de su muy personal y muy interesante top 50. Ahí, entonces, El crimen del padre Amaro, de Carrera y En el hoyo, de Rulfo, por mencionar un par.

Puestos a leer sobre cine, para trascender la consistente mediocridad convenenciera de la pseudocrítica servida como si fuese un plato gourmet, pocos bocados tan sabrosos como éste que nos ofrece el respetado colega Ernesto Diezmartínez.

(Continuará)