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Ver día anteriorMartes 6 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arte latinoamericano: mercado
¿Q

uiénes asisten a las subastas neoyorquinas de arte latinoamericano? Principalmente los coleccionistas, sean o no de nuestro continente, que tienen dinero sobrado para invertir, quizás en alguna medida como si se tratara de la bolsa de valores, si bien hay igualmente personas que sin ser millonarias (en dólares) se lanzan con la intención de adquirir obras que en lapso corto o mediano podrían acusar plusvalía.

Así ha sucedido en años relativamente recientes con obras del reconocido pintor regiomontano Alfredo Ramos Martínez (1871-1946), de quien el pasado noviembre se subastaron seis piezas en Sotheby’s, tres de las cuales superaron el estimado alto, lo que quiere decir que tuvieron admiradores que pujaron por adquirirlas.

Una de éstas, un gouache, pastel y crayón sobre papel, montada sobre tabla (de no ser así, el resultado hubiera sido distinto) alcanzó algo más de 446 mil dólares. Decorativa, en forma de friso, es típica en cuanto a estilo e iconografía.

Me refiero a Vendedoras de flores en Xochimilco. Mexicanidad fue el emblema de este artista, según anotó George Raphael Small en un libro estadunidense de 1975. A este dato se suma el hecho de que se está trabajando el catálogo razonado de su obra, cosa que impide en gran medida la inclusión de piezas de dudosa atribución. Este trabajo se conoce como The Alfredo Martínez Project.

Entre las obras que se vendieron, hubo una que se sale de su estilo convencional, es bastante extraña, debido a la ineficacia con la que captó a su modelo.

Se trata del retrato de una mujer rubia, sentada, que sostiene un abanico. Si parásemos (virtualmente) a la dama, sus piernas, de la rodilla a la punta del pie, serían enanas, pero como compensación los brazos son bastante largos, tendidos hacia abajo le llegarían casi a las corvas. Esto no es licencia poética sino incompetencia o fastidio, pues la pieza en cuestión fue regalo que el pintor hizo a uno de sus admiradores.

La obra que mayor precio alcanzó en la subasta comentada es un hermoso cuadro de Rufino Tamayo con el tema de las sandías, medidas: 100 x 80. Alcanzó 210 mil dólares más que su estimado superior, de modo que se vendió en 2 millones 210 mil dólares. En un tiempo perteneció a las colecciones del MoMA de Nueva York, donado por Sam A. Lewishon en 1953 y la última vez que se exhibió públicamente fue en las Naciones Unidas.

Está reproducido en la portada del catálogo, cosa que cuenta mucho para apareciar su posible venta y es sin duda una pintura que enciende los ánimos en cualquiera que la ve.

La especialista Anne Indych López (City College, Nueva York) explica en la nota que acompaña su reproducción que las sandías “son un símbolo personal para Tamayo, quien cuando joven ayudó a su tía a vender tropical fruits en uno de los más importantes mercados de la ciudad de México”, cosa que se ha repetido hasta el cansancio, aunque es cierto que esta autora también anota cosas menos sabidas: las rebanadas de sandía pudieran ser una apropiación de las agresivas rebanadas de melón en el plano inferior de Les Demoiselles… de Pablo Picasso.

No he podido detectar estas rebanadas agresivas en tal cuadro, aunque sí un tajo de sandía en forma de media luna junto a un racimo de uvas tipo Bracque.

Otras obras del oaxaqueño también se subastaron: El tragafuego (81 x 101) de 1955 y Venus en su alcoba (99 x 79) de 1956. La paleta de estas obras es mucho más tenue, clara y luminosa que la del cuadro de las sandías, en el que predomina el rojo, pero desde mi punto de vista estas piezas implican mayor interés pictórico e iconográfico, aunque sean menos vistosas.

Lo que puede calificarse de buena venta, no correspondió a Tamayo sino a Siqueiros, con Incendio al atardecer, de 1957 (131 x 59) que se vendió en 470 mil dólares, algo más del doble de su estimado alto. El cuadro proviene del Museo de Israel, en Jerusalén. No es una piroxilina, sino óleo sobre masonite y, tal como proclama el título, el color rojo pauta la composición cromática.

Otra obra que fue buena venta corresponde al venezolano Jesús Rafael Soto (1923-2005), pieza espectacular, de impecable realización, dentro de su consabido cientismo. Alcanzó 530 mil dólares, precio superior al esperado. Igualmente la fisiocromía de Carlos Cruz-Diez fue venta estrella, lo que indica que esta relevante vena del arte venezolano encuentra desde hace tiempo buenos receptores.

En cuanto a número, fueron los artistas cubanos quienes alcanzaron mayor incidencia de obras vendidas. Entre ellas resalta un bellísimo anónimo del siglo XIX, Cortadores de caña, que indicaría por parte de sus adquisidores, una actitud distinta de la que priva entre los coleccionistas de inversión.