Opinión
Ver día anteriorJueves 8 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Lo inevitable?
L

a incertidumbre, nos dicen politólogos distinguidos, es uno de los componentes de la democracia. No se extiende al conjunto del sistema político, cuyo funcionamiento está sujeto a reglas que le imprimen certeza, sino que se concentra en las elecciones; sus resultados son –o deben ser– hasta cierto punto impredecibles. Así ha de ser porque este proceso democrático clave se desarrolla conforme a las reglas de la libre competencia de las fuerzas políticas, que se construye –al menos en parte– en torno a factores relativamente permanentes como la ideología, la libertad de expresión y de conciencia; pero de más en más la decisión del elector tiende a depender de factores contextuales, por consiguiente, incidentales. Por ejemplo, el estado de salud de la economía, el descontento contra el gobierno en funciones, la situación internacional, una crisis financiera o política que se produce así de repente sin que nadie la hubiera previsto. Hay incluso motivaciones banales: por ejemplo, el atractivo personal de un(a) candidato(a), el(la) esposo(a) del candidato es un(a) bellezo(a), o causa rechazo; muchos, muchísimos, votan por x para expresar su repudio a sus contrincantes; algunos votan por solidaridad con su pareja, o por el(la) candidato(a) de su periodista consentido(a); y están muy en su derecho de seguir al flautista.

Podríamos seguir enumerando motivos diversos del comportamiento electoral, más o menos creíbles. Sólo quiero subrayar que en un sistema democrático no hay fatalidades, nada es inevitable. Sin embargo, entre nosotros se presenta un fenómeno inquietante: la incertidumbre parece ausente de la elección presidencial de 2012. La importancia que han adquirido en nuestro medio las encuestas es un reflejo de la desesperación de los políticos por superar la niebla de ignorancia que los rodea cuando se trata de anticipar las preferencias de los electores, que no siempre son predecibles; no cabe duda de que son un instrumento muy útil para tomarle el pulso a la opinión pública. Sin embargo, me pregunto hasta qué punto las encuestas son engañosas porque desempeñan un papel muy importante en la formación de opinión, y en lugar de que las leamos como una fotografía del ánimo público en un determinado momento, nos sirven para confirmar un prejuicio o para predecir el futuro. Me pregunto si acaso las encuestas no generan una opinión que se reproduce a sí misma, cuando no impulsan una inercia que sugiere que el desenlace del proceso electoral está predeterminado. Si así es, el PRI y su candidato tendrían que ser más cautelosos.

Según Consulta Mitofsky, el primero de diciembre la coalición PRI-PVEM-Panal cuenta con 40 por ciento de las preferencias del electorado, mientras que el PAN recibe 21 por ciento y la coalición PRD-PT-MC 17 por ciento. Hasta ahora la distancia entre el PRI y los otros dos contrincantes es de tales dimensiones que parece imposible que Enrique Peña Nieto pierda la elección. Más todavía, si tomo una licencia metodológica y considero que 22 por ciento de los ciudadanos que no declararon su preferencia son votantes indecisos, su decisión sólo modificaría los resultados previstos si de manera unánime votaran por el PAN. En cambio, si lo hicieran por la coalición de las izquierdas, su candidato se quedaría a un punto porcentual de distancia (Dios mío, ¿otra vez?).

Hasta ahora vivimos en la estabilidad tripartidista; sin embargo, yo no descartaría otros escenarios que pueden formarse en los meses que vienen. Por ejemplo, puedo muy bien imaginar que la perspectiva de restauración del PRI despierte en muchos ciudadanos una viva reacción de rechazo que impulse la búsqueda de una escapatoria a este destino que parece fatal. De ser así, es posible que frente al antiguo partido oficial se forme una corriente antipriísta mucho más amplia y poderosa que la que en este momento pueden representar, por separado, el PAN y las izquierdas. No hablo de una coalición formal como la que han propuesto muchos, sino de un movimiento de opinión, relativamente espontáneo, que organice al electorado en torno al eje PRI/anti PRI. ¿Cuál de los dos partidos que hoy tienen menos preferencias saldría beneficiado de este reacomodo? La condición previa necesaria para que esto ocurra es la cristalización de la polarización, y ésta puede producirse a raíz de un incidente menor que evoque los abusos típicos del PRI o de los priístas. Entonces, es probable que el polo anti PRI se forme en torno al candidato rival que cuente con más ventajas en ese momento. Si esto ocurre, se simplificarían las opciones políticas a dos, se colapsaría el centro político que algunos buscan con tanta ansiedad, la república del amor quedaría atrás y el discurso se haría mucho más agrio, los antagonismos se profundizarían y la campaña adquiriría un tono apasionado, incluso lo sería más entre los ciudadanos que entre los candidatos. En un escenario como este perdemos todos, pero también y en primer lugar el PRI, que debe irse con pies de plomo en las próximas semanas en lugar de dejarse llevar por encuestas que lo conducen a la autocomplacencia antes que a la reflexión.