ilustración: JAVIER MARTÍNEZ PEDRO.
Detalle de Migrar, 2011

Espérame hasta que vuelva

Lamberto Roque Hernández

¿Y…cuando regresas ya para quedarte…?

Hasta que vuelva, espérame, con tu calor de siempre. Con tus calles que en agosto hierven. Con tus campanarios altos, refugios en donde los ángeles disfrazados de palomas reposan y aguardan a los que están ausentes. Espérame con tus estatuas embadurnadas con los polvos del tiempo. Monumentos a una efímera fama lograda en su momento a través de trampas, de hacer favores en doble sentido. Milagros. Siluetas herrumbrosas, mancas coronadas con nidos de pájaros quienes sin respeto se cagan en ellas.

Aguárdame con tus dolores.

Espérame con tu cuerpo entero, así como lo miro en mis recuerdos. Espérame con tus caminos enmarcados con los deshechos del progreso, plástico por doquier, olores nauseabundos, mierda por todas partes. Aguas mugrosas que embarran los guaraches. Bendecidas muestras de un progreso devastador, basura por todas partes. Primer mundo de tercera, mentira en la que te hemos metido sin preguntarte.

Madre Tierra, te estamos desmadrando.

Aun así, aun así, espérame.

Un día de éstos me regreso.

Aguárdame con el cantar ensordecedor de las chicharras. El croar de las ranas en brama. El rebuznado de los burros cansados de esperar a sus amos para que les pongan los aparejos. Espérame con tus perros chimecos. Sombras que al mediodía deambulan por esas veredas terregosas. Criaturas que se lamen el culo los unos a los otros. Animales que eyaculan a cualquier hora, pues se dan placer con su propia lengua. Sin saber de malicias. Sin distinción de sexo se follan entre ellos. Machos. Animales que extrañan a sus mejores amigos que a diario los abandonan yéndose pa’l norte.

Y cuando aquí esté, despiértame con tus ruidos, tractores que arrastran sus herrumbres dirigiéndose a arar las tierras para sembrar el maíz, alimento de cada día. A falta de yuntas, maquinas humeantes en el horizonte. Despiértame con el maullido de los gatitos muertos de hambre, abandonados a su destino, con el llanto de los niños, con el cantar de plegarias, con el sonar de la lluvia que cae lentamente como llanto regado en funerales del pueblo.

Espérame. Manojo de refugios. Aguárdame con tus madres estáticas, enmarcadas por los umbrales, esperando en las puertas. Matronas de caras milenarias, fachadas arrugadas con sus ventanales abiertos al cielo. Reinas sin palacios, miran al infinito en busca de aviones que les traigan de regreso a las hijas que un día decidieron seguir a sus hombres. Aguardan a los que una tarde se marcharon para dejar de ser pobres. Vírgenes castigadas por los años de ausencia de los que de vez en cuando se acuerdan de enviarles una carta bañada de lágrimas causada por la desesperación de una noche alcoholizada.

Una llamada al celular. Madres de muchas almas desaparecidas.

Pueblo encantado, espérame con tus fieles que ruegan a santos que por dejadez ya no hacen milagros. Hasta ellos se quieren escapar de sus nichos apolillados pues ya casi nadie los vela en las noches de cuaresma. Aguárdame con los repicares de campanas que no encuentro en ninguna iglesia de los lugares en los que he estado. Metales antiguos por favor griten mi nombre para que siga vivo en la distancia.

Pueblo, espérame con tus colores embarrados por doquier. En las paredes. En los cuerpos de los jóvenes diablos que corren por las calles durante el carnaval. En las ropas de los fieles durante la semana mayor. En Navidad. En las coronas de los danzantes de la pluma. Colores por todas partes. Colores embadurnados en las criaturas mágicas creadas por los artesanos del pueblo. Lo hacen para sobrevivir dentro de un sistema económico que se olvidó y olvida a diario de ellos. Personajes coloridos hechos por la mano de las mujeres, salidos de la imaginación agitada por las ganas de darle de comer a la familia.

Espérame…

Campo. Espérame con tus sombras de jacarandas. Colores morados de cuaresma. Aguárdame con tus ejidos copados de verde en los veranos aguazosos. Espérame con tus sombras flacas de esos árboles cargados con flores de cacalotlxóchitl, con tus nanchales colgados de frutas, con tus azucenas. Espérame con tus colinas áridas, rincones donde los duendes se aparecen al medio día solitarios, pues los niños ya no creen en ellos para acompañarlos a jugar desnudos. En estos días hay mucho abuso y la inocencia se desvanece desde temprana edad.

Un día regresaré a jugar a los encantados, a las canicas, a la rayuela, pues aquí ya me están aburriendo los juegos de video y el faisbuk está consumiendo mis pensamientos. Un día estaré ahí, para treparme a los cuatro encinos y brincar en sus ramas si los huesos me lo permiten.

Aguárdame. Aún no puedo volver porque sigo trabajando duro para terminar de pagar el coyote que me trajo hasta New Jersey. Aún no acabalo para comprarme la troca, las joyas, la tejana, las botas y el cinturón piteado. ¿Ni modos que retorne igual como cuando me fui? Me largué jodido esa noche de octubre. Nadie daba un peso por mi alma. Tenía sueños eso sí. Pero ¿quién come de éstos?

No puedo regresarme porque aún debo la casa que compré y que no terminaré de finiquitar hasta dentro de treinta años. Estoy… ya ni me acuerdo por qué o por quién, metido en esta pinche botella de alcohol, chupándome la sangre yo mismo. Estoy perdido en esos caminos oscuros que conducen a los callejones del vicio. Aún no cumplo mi sentencia aquí en San Quintín pues me agarraron trabajando chueco, en tú ya sabes qué. Aún sigo enamorado de la güera ésta que me vuelve loco con su belleza, con sus ojos azules, y yo sé que si me regreso pa’l pueblo pues la voy a extrañar un chingo. No podría ya vivir sin ella.

No sabía en lo que me metía cuando me marché, dejando amarrada una cinta roja alrededor del guamuche que está en el patio de mis viejos, ésa era le señal que volvería. Retaqué recuerdos en mi maleta para que me hicieran fuerte en el camino. Me llevé la imagen de María bien calcada en mis adentros pues no quería que se me fuera a olvidar cómo era hasta esa noche en la que entre versos, veladoras y besos nos desbocamos arrancándonos de raíces el amor que nos haría estar juntos algún día, y para siempre. La vida está llena de sorpresas por eso se llama así… vida.

Espérame, a pesar de todos los contratiempos que hoy enfrento, aún guardo la esperanza de un día de estos regresarme. Y a lo mejor regrese para quedarme y dejar caer en tu suelo las semillas de la perpetuidad o solamente venga con el viento, en forma de murmullos.

Lamberto Roque Hernández, profesor y escritor zapoteco enraizado en Oakland, California, es autor de Cartas a Crispina y Here I am. Originario de San Martín Tilcajete, Ocotlán, Oaxaca, ha publicado anteriormente en Ojarasca. “Espérame”se inspira en el trabajo plástico acerca de los migrantes del maestro oaxaqueño Alejandro Santiago.