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A la mitad del foro

Que el poder detenga al poder

N

o puedo callar, exclama Felipe Calderón: hay pruebas de la intromisión del crimen en los procesos electorales. Llamó a preguntar a quién beneficia y, en acto de homenaje a Francisco Blake Mora, afirmó que perjudica al PAN. Y la guerra es prolongación de la política en la voz del comandante supremo de las fuerzas armadas. Discurso de claro sesgo electoral, denuncian los presuntos beneficiarios. Y al tomar posesión de la presidencia del CEN del PRI, Pedro Joaquín Coldwell exigió al presidente Felipe Calderón ajustar su conducta al mandato de la ley y no entrometerse en el proceso comicial de 2012, como lo hizo Vicente Fox hace seis años para favorecerlo a él.

Entrevistas en los medios electrónicos, homenajes funerarios en el Campo Marte a colaboradores fallecidos en accidentes aéreos; y reivindicación de logros y sacrificios en sus cinco años de gobierno, enfrentando adversidades casi bíblicas, dijo: crisis económica, peste, inundaciones, sequías y guerra. Apocalíptico recuento y quejas por la incomprensión de sus esfuerzos y el menosprecio a sus colaboradores. Ricardo Guzmán, presidente municipal de La Piedad, murió asesinado, hecho que lo convierte en héroe y mártir, declaró el Presidente de la República. No puede callar. Y el fantasma de la polarización amenaza con volver a dañar al país. Porque en el periplo presidencial resurge el triunfalismo del sistema métrico sexenal. El abismo de la desigualdad es ilusión óptica, error de quienes no saben leer la letra chiquita.

Se ahonda la desigualdad, dicen los datos de la OCDE. Pero eso fue antes de la alternancia; en estos últimos años se redujo, asegura. La Cepal informa que en 10 años se redujo la pobreza extrema en América Latina, salvo en México; y según datos oficiales del Coneval, en los dos gobiernos panistas la pobreza pasó de 52.7 millones a 57.7 millones. Cinco millones más de mexicanos pobres en 10 años. Cifras grandes y letras chiquitas que podrían debatir bizantinamente Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero, mientras su jefe y amigo combate a los fantasmas del pasado con acusaciones lanzadas desde Los Pinos, un arma para minar la confianza en las autoridades electorales, socavar el proceso o agredir a partidos y candidatos. Y desde el Cono Sur llegan las recomendaciones del asesor Solá, generador de la campaña sucia de 2006: ante la amenaza del crimen organizado, Felipe Calderón debe permanecer en el poder, dice.

Sueltos los perros de la guerra, no habría garantías para instalar casillas en los territorios donde impera el crimen organizado, o hay Estado de excepción ficticio, suspensión de garantías no declarada pero mando militar por encima de los poderes civiles, sin que el Ejecutivo de la Unión haya solicitado autorización del Congreso. No estamos ante denuncias delirantes. Felipe Calderón afirma que las tropas seguirán en las calles; los gobernadores de Chihuahua, Tamaulipas, Nuevo León, Veracruz, Sinaloa y algunos más solicitan y agradecen la presencia de tropas. Pero revive la tentación de mantenerse en el poder porque los sicofantes proclaman que su señor es indispensable para preservar el orden, para combatir a los bárbaros, para impedir el retorno de los brujos.

En este proceso está en juego lo mucho avanzado en la democracia electoral, el sistema plural de partidos, la división de poderes, el federalismo y el poder constituido del Estado laico; el acceso ciudadano a las funciones públicas; las facultades expresas de los funcionarios y las limitaciones del mandato electoral. Pero la disputa por el poder enfrenta la urgente definición de la integración del poder legítimo y las fuerzas sociales como fuente del concierto, así como del indispensable desafío político. La democracia no es sólo incertidumbre en lo electoral, sino tensión y confrontación permanentes en lo social. Aunque la extrema derecha del Tea Party y los reaccionarios de nuestro oscurantismo insistan en negar la lucha de clases o esgrimirla para condenar hipócritamente toda política social, de combate a la pobreza, de impuestos progresivos en que pague más quién más gana.

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El presidente Felipe Calderón aseguró que hay intromisión de grupos delictivos en los procesos electoralesFoto Yazmín Ortega Cortés

Hay que fortalecer la organización del desafío social, la defensa de los derechos humanos y de los derechos sociales, el sindicalismo e instituciones informales, capaces de compensar la erosión de la confianza en los procesos de la democracia electoral y, sobre todo, en el poder constituido. No es cuestión de voluntarismo político. Desde sus orígenes, la democracia moderna enfrentó la dolorosa experiencia de la corrupción del poder, de la imposición de los intereses privados sobre los sociales, de la dominación sobre la representación. La respuesta a las tentaciones totalitarias, al autoritarismo conservador o populista, está en los pesos y contrapesos de los papeles del federalista, en el Espíritu de las Leyes.

Vale la pena citar a Montesquieu: Es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder es llevado a abusar de él; va hasta donde encuentra los límites. ¡Quién lo diría! La virtud misma tiene necesidad de límites. Para que no se pueda abusar del poder, hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder.

División de poderes, pesos y contrapesos, para que un poder contenga al otro, sea su límite, lo detenga, impida que abuse de él quien lo tenga o lo detente. Y vamos a elecciones bajo la sombra amenazante de la invocación de la violencia armada como argumento para ensayar la disolución de los límites fatales del mandato constitucional, de la permanencia en el poder a nombre de la libertad, de la democracia, de la seguridad pública. Estalló la rebelión libertaria con la primavera árabe; en la Unión Europea y en Estados Unidos el capitalismo financiero restablece la separación decimonónica de pobres y ricos, rentistas y miserables; el nacionalismo xenofóbico y la criminalización de los migrantes en la globalización nómada.

México al borde del abismo. Y los dislates de quienes hacen política posponen el debate sobre la desigualdad y la pobreza, la urgencia de generar empleos, de una política económica para el crecimiento, de una política social de Estado. Enrique Peña Nieto en primer lugar, como en las encuestas: atribuyó a Enrique Krauze una obra de Carlos Fuentes; exhibió inesperadas limitaciones en el diálogo público. Y se desató la temporada de caza. Ernesto Cordero y la autodenigración: hay de deslices a deslices. Y luego, toda suerte de desatinos en la escala pública, hasta culminar con la receta del doctor José Ángel Córdova, aspirante panista a gobernador de Guanajuato: “De los grandes libros, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; libros que hemos leído con mucho gusto: El principito, de Maquiavelo”.

Andrés Manuel López Obrador publicó en La Jornada sus Fundamentos para una república amorosa. Notable cambio del discurso combativo y de denuncia a la mafia que destruyó el país, al de una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Y vino el infortunio: Todavía es vigente la frase bíblica de Madero de que el pueblo de México tiene hambre y sed de justicia, escribe. Y no, la frase es de Justo Sierra, pronunciada el 12 de diciembre de 1893 en la Cámara de Diputados. (Sierra J. Obras Vol. V. UNAM. México).

Desde la selva virtual llegó feroz y largo libelo del subcomandante Marcos. Y nadie recordó que El coronel no tiene quien le escriba.