Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desfundafundamentada
D

ecía que no logro precisar mi filosofía de la vida porque me tardo en entender, o porque entiendo mal, lo que vivo. Pero voy a exponer algunas bases reflexivas que podrían sacarme del atolladero, si el buen lector me ayudara a confirmar su validez.

Por lo que hace al panorama mundial no entiendo por qué Grecia está en bancarrota cuando el mundo que tiene a este país en vilo se debe enteramente a Grecia, uno de los dos pueblos fundadores de la cultura (el término abarca ciencias y humanidades) occidental.

Tampoco me resulta fácil comprender por qué Estados Unidos (y perdón por el anticlímax), que impuso el concepto de lo políticamente correcto en todas las áreas y niveles del saber y del quehacer, se llama a sí mismo América (lamento que todavía exista gente educada que no haya advertido la alarmante apropiación).

En este sentido me intriga por qué la lengua francesa, cartesiana por excelencia, o evidente, clara, metódica, racional y lógica, indica qué día es con una frase como somos lunes (traducción literal).

Siempre dentro de este panorama, propongo para validarse una explicación no del origen de la división del trabajo como de lo provechosa que la medida ha sido para el hombre. Aludo como causas tanto a la sobrepoblación como a la emancipación de la mujer, fenómenos que han hecho posible que el hombre cuente con esposa más amante más secretaria más colega más compañera más amiga más cocinera más recamarera más lavandera más costurera más nana más intérprete más enfermera, funciones, todas y cada una, que antes del parteaguas, forzado por las circunstancias pero liberador, recaían íntegramente en una sola persona.

Y aquí cabría agradecer o acreditar o reprender a la tendencia mundial de la moda (que, además de dictar la ropa y actitudes que adoptar, dicta la mayor libertad de aspectos posibles para adoptarlas, con variados tatuajes, peinados, incrustaciones y cosméticos) que las monjas (de hábito o deshabitadas) pasen por gente normal, tocadas o al ras, rapadas, peinaditas, despeinadas o calvas.

Y en cuanto al panorama nacional y el cuidado que los gobernantes y autoridades, de cualquier área y nivel del saber y del quehacer, prestan a los ciudadanos necesitados, diré que se trata de una Atención 24 horas/365 días, en horas hábiles y salvo días festivos (si veo con benevolencia esta realidad es porque desciendo de emigrantes judeo-maronitas, soy viuda de un exiliado político centroamericano y mujer actual de un refugiado español, o republicano mexicano, como él prefiere ser identificado, parientes míos todos que han amado a México y han sabido por qué).

Sin embargo, son las cuestiones de lengua y de la vida de los escritores las que más entretienen mi perplejidad.

Me aferro a sostener que no cualquiera puede ser escritor, como no cualquiera puede ser bailarín, físico o cirujano. Me siento tía o vieja maestra de escuela al alegar que todo arte y todo oficio, aparte del talento del aspirante, para prosperar necesita de conocimiento y entrenamiento, y que la intuición, la disposición y el anhelo no bastan para formar a nadie.

En este plan progremio me pregunto, en cambio, por qué entre todos no hemos escrito un vocabulario de erratas reales y especiales. Contribuiría para la a con asustos, atadudas y amaigos. Pero exigiría que, de echarse a andar la idea de este vocabulario, se me diera crédito por estas contribuciones. Porque ¿existe el escritor generoso, capaz de desprenderse de veras de una idea por un bien común?

De ahí que en este mismo tono asegure que todos los escritores tenemos derecho a creer que nuestro libro es el mejor; sólo que no todos tienen razón.

Y cuelo este cuasi aforismo: los lectores que nacimos con el libro impreso sólo ganamos con el electrónico; los que pierden son los que nacen con el electrónico, pues no se habrán aficionado al libro impreso.

Por último por ahora expongo como posible ilustración a mi demora en entender la vida, la trinidad de mis tendencias religiosas ancestrales, pues vivo entre adoraciones a Dios en dirección a La Meca, arrepentimientos y deseos continuos de confesión y visitas permanentes al Muro de las Lamentaciones. Mi sincretismo consistiría en fusionar La Meca, el confesionario y el Muro de las Lamentaciones, viviría entre dar gracias a la vida, pedir perdón y lamentarme por no entender lo que digo ni qué estoy haciendo aquí.